Ángel Samper Secorún / Secretario General Asaja Aragón

Me llamo Inés. Mi abuelo dice que pertenezco a una familia de pedigrí con siete generaciones rurales a mis espaldas: labriegos, aldeanos, ganaderos, provincianos bucólicos, rústicos todos ellos, moldeados con el cincel de la más alta filosofía: la de la vida. Los días pueden ser tranquilos y placenteros, pero en cualquier momento pueden tornarse crueles y feroces arrasando cosechas y sueños. Tenerlo todo y no tener nada en cuestión de horas enseña a observar, pensar y compartir.

En su larga vida, mi abuelo se enfrentó a muchos avatares. Le gustaba contármelos al calor de la lumbre en las tardes de invierno, acompañando su relato con gestos exagerados que me hacían reír a carcajadas. El final siempre era feliz; después descubrí que no siempre lo fue. De repente, interrumpía su relato con un «¿qué quieres ser de mayor?». -«Quiero ser feliz como tú, abuelo. Siempre te veo sonreír”. – «¡Ay, Inés!, todos los hombres desean vivir felices, pero para ver qué es lo que puede hacer feliz una vida todos andan a ciegas, pues es tan difícil lograr la felicidad que una vez errado el camino cuánto más afanosamente se persigue más se aleja uno de ella, pues al ir en sentido contrario la misma rapidez es causa de mayor alejamiento». Esa frase, que después supe que no era de la cosecha de mi abuelo sino de Séneca, me acompañó durante los años de escuela y fue clave en la elección de mi carrera.

Cuando le dije que había decidido estudiar Filosofía porque quería conocer lo que conduce a la felicidad mi abuelo soltó una carcajada y ambos repetimos entre risas la frase que había quedado grabada en mi memoria. Me miró muy serio y me dijo: «¿sabes cómo serás feliz? haciendo lo que amas», después volvió a su tono humorístico habitual. «Aún te faltan tres carreras para llegar a mi nivel». Él aseguraba tener cuatro y en todas ellas fue el mejor, según decía. La carrera que más se le resistió fue la de sacos porque le costó encontrar la arpillera adecuada; el material en este caso era muy importante. No así en la carrera pedestre donde todos competían con zapatillas de trapo; sus condiciones atléticas le permitían ganar con facilidad por lo que ahí, según él, no tuvo ningún mérito puesto que Dios le había regalado esa capacidad innata.

Se reía a menudo de mí, pero sé que estaba muy orgulloso. Escuchaba con interés mis debates en la Facultad y me daba su particular visión acerca de algún movimiento filosófico que yo estuviera estudiando. Ayer mismo hablamos de la Teoría del Caos y el llamado «efecto mariposa». Él no cree que el aleteo de una mariposa en Sri-Lanka pueda provocar un huracán en Estados Unidos, pero sí que la conducta del ser humano, replegado sobre sí mismo e indiferente a todo lo demás, conduce al caos. La manipulación de la información, la falta de moral, la corrupción y un largo etcétera se mantienen por la indiferencia de quienes las aceptan sin oponer resistencia siempre que no les afecte directamente. Nos hemos convertido en una sociedad insensible que mira impasible los acontecimientos que se suceden.

«Esto del caos no es nuevo, abuelo». Hace más de 2.300 años, en plena decadencia de la democracia ateniense coincidiendo con la expansión de Alejandro Magno, nació «El Jardín de Epicuro», una escuela filosófica que se estableció en un huerto a las afueras de Atenas. Epicuro, buscaba la felicidad entre hortalizas y árboles frutales, cultivando los placeres sencillos y la amistad. Pensaba que el único bien verdadero es la misma vida que vivimos y mientras dure estará siempre y exclusivamente en nosotros. «Epicuro no observó bien sus frutales, Inés. El secreto de la felicidad está en la savia que busca la raíz, pero también el cielo».  Estoy convencida que a Epicuro le hubiera sido de gran ayuda conocer a mi abuelo.

Los «nuevos pensadores», a diferencia de los clásicos, tienen como principal objetivo que no pensemos. Actualmente se habla de la existencia de una «ingeniería social» para cambiar las mentes y el corazón de las personas. Estoy de acuerdo. Lo compruebo cada día en clase. La Universidad, que tradicionalmente se ha considerado semillero de intelectuales, se ha convertido en un foro ideologizado en el que no se debate, sino que se impone la corriente ideológica dominante. Yo, mujer criada entre animales y hortalizas, conocedora de primera mano de la realidad del campo, escucho que en defensa de los «ismos» de moda se esgrimen los mayores disparates imaginables, y lo peor de todo es que se aceptan sin rechistar. ¿Dónde está la capacidad de discernir entre la información veraz y la manipulación del conocimiento?

Esta «ingeniería social» del siglo XXI, aunque sería más acertado llamarla «ingeniería del mal», está jugando también con las cosas de comer y eso no lo podemos consentir. Las Administraciones Públicas están asfixiando a la Agricultura y a la Ganadería. Las limitaciones y prohibiciones son extremas y gratuitas. Mi hermano, que es ingeniero agrícola y se acaba de incorporar, me dice -con el sentido del humor típico del abuelo- que habla 3 idiomas, aunque valen por 5 porque las exigencias agrarias están escritas en chino y al incorporarse le exigieron hacer el indio. Le obligan a cumplir con el SIGE, SGA, ECOGAN, SIEX… vamos, que está hecho un auténtico SIUX.

La gente del campo está harta y así lo demostró en la Manifestación del 20 de marzo. Asistí con mi familia y me emocioné al ver Atocha, El Prado, La Castellana, Nuevos Ministerios… el centro de Madrid abarrotado ¡Por fin, la voz de los pueblos! Gente de todos los rincones de España unidos, diciendo a los «ingenieros del mal» que la única Ingeniería es la del Bien Común y que en esa carrera los agricultores y ganadores son expertos.

Yo que me debato en discusiones interminables en la Facultad, creo a veces que vivo entre una generación perdida. Como decía mi abuelo: «si hubiesen nacido como yo, en medio de lechugas y corderos, no les hubieran manipulado tan fácilmente. La naturaleza nos habla constantemente». Desgraciadamente, los manantiales de las fuentes de información no se buscan en los pueblos. La manipulación es brutal y absoluta. Los «nuevos ingenieros» nos presentan edificios donde la realidad virtual es lo que prevalece. La mentira y la falsedad lleva muchos años alimentando las aulas. No es de extrañar que ahora se quiera eliminar la Filosofía de la enseñanza. Limitar el pensamiento es fundamental para los ingenieros sociales.

La última conversación con mi abuelo la tuve ayer. Ha pasado la noche tranquilo esperando el alba como si supiese la hora de su despedida. Al llegar la aurora nos ha pedido que le acercásemos a la ventana. Mientras nos miraba señaló con el índice de su mano derecha hacia el sol naciente y hacia el cielo. Sonrió y cerró los ojos. Murió con los primeros rayos del día. Con su vida ha dejado una luz encendida que ya no se apagará.

«Prefiero los que encienden una luz que los que maldicen la oscuridad » (Martin Luther King).

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