Francesc Reguant i Fosas / Economista, Director del Observatori d’Economia Agroalimentària del Col·legi d’Economistes y miembro del Consejo Asesor de ACATCOR
Hemos escuchado, incluso de voces provenientes del mundo científico, que el regadío no tiene sentido, puesto que, probablemente, con el cambio climático habrá menos agua y que, por lo tanto, hay que conservar, e incluso recuperar, el secano.
Es una visión desenfocada. Si hay menos agua el secano es quien sufrirá de una forma más severa las consecuencias. El verano del 2022 es la prueba, donde a pesar de la sequía, las reservas de aguas han permitido regar casi a pleno requerimiento, por el contrario, el secano ha tenido pérdidas severas de rendimientos. El regadío, con hipotéticamente menos agua, podrá aportar este recurso crítico a los niveles posibles, los cuales, con las tecnologías más eficientes, pueden ofrecer unos buenos resultados productivos. Hay que darse cuenta de que el regadío es una red para conducir el agua y unas infraestructuras con capacidad para almacenarlas. Por lo tanto, el regadío permitirá gestionar el recurso agua de la manera más eficiente en función de capacidades y necesidades. Sin esta red e infraestructuras de regadío, la gestión de la escasez de agua se hace mucho más difícil.
Los argumentos para defender la necesidad de mejorar el grado de autosuficiencia alimentaria en Catalunya, así como el interés, en consecuencia, del canal Segarra Garrigues (CSG), ya son antiguos y conocidos. Pero en la actual coyuntura, con una presión creciente en los mercados alimentarios, después de la Covid y con las consecuencias derivadas de la guerra de Ucrania, estos mismos argumentos adquieren importancia crítica a nivel global y local. La necesidad de acercar la producción al consumo acontece un objetivo relevante. Catalunya tiene la mitad de la superficie cultivada per cápita en relación con Europa y al mundo (estadística casualmente coincidente). En concreto Europa y el mundo disponen de 0,21 ha/hab., y Catalunya tiene solo 0,11 ha/hab., entre las cuales hay amplias zonas de secano árido y una orografía muy complicada. Además, Catalunya destina en zonas protegidas ZEPA el 32% de su territorio, tres veces más que la media europea, un hecho que condiciona las capacidades productivas. Todo ello, una razón contundente para que Catalunya tenga, forzosamente, el abastecimiento alimentario entre sus preocupaciones preferentes.
El regadío multiplica la productividad de la tierra. Mejora, por lo tanto, el grado de autosuficiencia alimentaria. Incrementa el valor añadido de las producciones al abrir las puertas a cultivos más intensivos y remuneradores. Favorece, por lo tanto, la diversificación productiva. Por el contrario, el secano árido o semiárido limita mucho las especies conreables. El regadío aporta competitividad, estabilidad y resiliencia al sector agrícola, impulsa nuevas actividades de transformación alimentaría y mejora la ocupación. El regadío es, sin duda, la mejor herramienta para el reequilibrio territorial (las comarcas de poniente que fueron regadas desde hace 150 años nunca tuvieron pérdida de población y disfrutaron de un interesante crecimiento demográfico, el contrario que pasó en las comarcas de secano). A nivel patrimonial, el interés hacia el regadío es evidente, atendiendo a la diferencia de precios del suelo de regadío y de secano. Precisamente estos días se comenta la nueva debilidad por compra de tierras, pero de regadío, no de secano. En general, el regadío da nueva vitalidad y autoestima en las áreas rurales.
Pero si el cambio climático puede poner dificultades al abastecimiento de agua, hay que avanzar en las herramientas contra el cambio climático y el regadío es una de ellas. Los campos de regadío producen más biomasa y, por lo tanto, retienen mucho más CO₂. Potencia la agricultura de proximidad, reduce importaciones y evita la deforestación al reducir las necesidades de superficie de cultivo. Mediante la técnica de fertiirrigación, dentro de la agricultura de precisión, se obtiene una aplicación mucho más eficiente y menos contaminante de fertilizantes u otros inputs. Al si de procesos de bioeconomía circular, ensancha la capacidad de reciclaje de residuos orgánicos. Evita el abandono de explotaciones agrarias y el riesgo de unos espacios degradados. Es una herramienta contra la desertización.
Pero en un país con pereza estratégica, con pereza para mirar lejos, las actuaciones políticas no van muy orientadas. Extendiéndome en las más significativas: en primer lugar, las dificultades del canal Segarra Garrigues, incapaz de aportar sus potenciales a partir de falsos argumentos y procesos diversos de obstrucción; en segundo lugar, las nuevas ampliaciones de zonas ZEPA en tierras de regadío con el más alto potencial productivo como es la zona del Baix Llobregat y, finalmente, la más incomprensible, la destrucción de tierras de regadío para poner placas solares. Cómo puede justificar el Gobierno la contradicción entre la voluntad de modernizar el regadío y la instalación de placas solares? No vamos bien y no tardaremos muchos años en darnos cuenta cuando este recurso sea imprescindible.
FRANCESC REGUANT I FOSAS, Economista, Director del Observatori d’Economia Agroalimentària del Col·legi d’Economistes y miembro del Consejo Asesor de ACATCOR
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