Donaciano Dujo / Presidente de ASAJA de Castilla y León 

Cuando estás en el pueblo, trabajando en el campo, los ecologistas son unos seres lejanos que hablan por la radio sobre cómo debe ser tu trabajo, casi siempre expresando alguna crítica a nuestro sector. La inmensa mayoría de los agricultores y ganaderos nunca se ha cruzado con un ecologista cuando recorren los caminos rurales para sembrar las fincas, o cuando madrugan para atender y alimentar al ganado. Si tienes un cargo representativo, como es mi caso, sí coincides puntualmente con el responsable de alguno de estos múltiples colectivos “verdes”, pero eso es la excepción y no la regla del sector. No puede sorprender a nadie que los ecologistas sean percibidos desde el sector agrario y ganadero con recelo, cuando no con animadversión, y desde luego no ayuda a ello que en general este colectivo esté conformado por militantes de ciudades, poco o nada conocedores del terreno, y que desde las urbes tratan de determinar cómo debe ser el comportamiento de esas gentes de los pueblos de España, que ellos creen atrasadas y poco civilizadas, y por lo visto necesitan ser convertidas a sus preceptos, como si fuéramos indígenas sin colonizar.

Sí, hay un afán colonizador muy agudo en muchos de estos ecologistas, amantes de una naturaleza pura y perfecta que no existe, como tampoco existen los seres humanos totalmente buenos, ni totalmente malos, papel que en esta historia nos ha tocado representar a los agricultores y ganaderos, que parece que somos lo peor. Ningún mérito nos reconocen en la construcción y mantenimiento de ese paisaje que luego ellos quieren conservar, un paisaje fraguado por nuestros antepasados hace muchos siglos; mucho tiempo antes de que existieran movimientos ecologistas, por cierto.

Hoy en día, y más que nunca, existe una presión exhaustiva sobre la actividad agraria y ganadera en nuestro país, siguiendo el paso que marca la implacable burocracia de Bruselas. Burocracia que llega a términos absurdos, e incluso a veces imposibles de cumplir, lo que es lo peor que se puede decir de una normativa: que se regodea en la teoría sin atender a los ciudadanos a los que debe servir. Todo ello asfixia al sector, y es objeto de continua reclamación por parte de las organizaciones agrarias, y de ASAJA en concreto. Pues bien, cuando en las ocasiones –pocas– en las que la administración nos escucha y se consigue un pequeño avance que es positivo para nuestra profesión y que además no perjudica la sostenibilidad, al cuarto de hora ya tenemos a algún grupo ecologista amenazando con llevar el tema al juzgado. Y en bastantes casos sus denuncias prosperan, porque las leyes las aprueban parlamentos autonómicos, nacionales y europeos donde de campo saben cada vez menos. Solo cuando llegan al pobre administrado, en este caso el agricultor y el ganadero, la administración se percata de que no hay forma de cumplirlas, y entonces empiezan débiles cambios y adaptaciones, que fácilmente los “verdes” echan para atrás. Y de nuevo regresamos a la casilla de salida.

Y esto mismo nos ha ocurrido con varios temas, aunque quizá el de mayor impacto ha sido el del lobo. Aunque algunos quieran dar la vuelta al cuento de Caperucita, el lobo mata, es su naturaleza. Lobos ha habido toda la vida. Antes, si tenías un hatajo de 200 ovejas debías protegerlas con 15 perros y con varios pastores, cosa que por entonces no era tan difícil porque sobraba mano de obra y trabajábamos por un churrusco de pan. Cada noche los pastores encerraban el ganado en los corrales que había en los pueblos, al lado de las casas, y aún así alguna oveja mataba el lobo, y más de un lechazo se daba a los cazadores de la zona para que acabaran con alguno especialmente dañino.

La ganadería de hoy no tiene nada que ver con la de entonces, y en las condiciones de la mano de obra hay que decir que por fortuna, porque esa no era vida para nadie, ni nadie puede desear que los pastores se pasen la vida a la intemperie. Hoy muchas partes del territorio están casi deshabitadas y sin actividad, y el lobo ha ido ganando terreno. Los mayores problemas surgen en esas áreas en las que antes no estaba y hoy sí, áreas principalmente de vacuno extensivo, en las que ni se ha recogido el ganado por las noches en el pasado, ni se le puede recoger, porque está disperso en la dehesa y en valles de montaña. Los ganaderos se acercan a controlarlo, ver su estado sanitario y alimentarlo. Para poder vivir, hoy un profesional tiene que tener bastantes animales más que en el pasado, y ha de repartirlos en diferentes puntos, para garantizarles pastos frescos y buen acomodo. No es, como los “verdes” quieren hacer creer a la sociedad, que los ganaderos sean unos vagos y unos descuidados, sino por el contrario, se procura que los animales estén en las mejores condiciones posibles. O lo estaban, hasta que se extendió el peligroso depredador.

Pero no se trata solo del lobo, es que cada día nos encontramos con los ecologistas de frente. Recientemente, paralizando la orden sobre quemas de rastrojo. El que piense que a un agricultor le gusta quemar se equivoca totalmente. Es el mal menor ante la proliferación de plagas vegetales o de topillos. La alternativa a las quemas son productos químicos mucho más contaminantes que lo que supone el fuego controlado.

Por no hablar del “acoso y derribo” permanente que mantienen contra la caza, que por supuesto rechazan de pleno. Se ve que salen poco de sus ciudades, porque si no se habrían dado cuenta de que Castilla y León no soporta ya la carga de caza mayor que existe en la actualidad, que está ya en el umbral de generar problemas de seguridad, especialmente por los continuos accidentes de tráfico, pero también de sanidad para el conjunto de la población. Eso sin comentar que la caza genera unos ingresos importantes para nuestro pobre y falto de recursos medio rural. El cazador, como el agricultor y ganadero, -y en alguna ocasiones coinciden en la misma persona– sabe lo que se debe matar y lo que hay que proteger, porque él también está interesado que haya un equilibrio positivo en la fauna y en la naturaleza. No puede desligarse el papel del cazador del de esta responsabilidad de seleccionar las piezas, para proteger que el ciclo de la vida continúe.

En este momento de total y preocupante enfrentamiento entre los grupos ecologistas (diremos la mayoría, puesto que también hay conservacionistas sensatos) y los intereses y supervivencia del sector agroganadero, creo necesario apelar al sentido común, y a la verdad de las cosas. Primero porque nadie más interesado que nosotros, los agricultores y ganaderos, en mejorar las condiciones medioambientales del entorno en el que vivimos. Pese a las acusaciones que sufrimos, en nuestra propia conciencia está el deseo de hacer las cosas bien. La persecución continua de los ecologistas, principalmente a través de los medios de comunicación, enturbia la opinión pública y empaña la dignidad de nuestro trabajo. ¿No merecemos un respeto mínimo y una valoración por la labor, de tantos siglos, en el mantenimiento de un territorio que la mayoría solo visita unas pocas veces al año? También apelo a la responsabilidad de las administraciones para procurar que esta sociedad cada vez más urbana respete y comprenda lo mucho y bueno que hay en el medio rural y en concreto en el trabajo de los agricultores y ganaderos.

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