Cuando Lactalis decidió cerrar la planta de Lauki en Valladolid, el enfado de toda la población y del sector ganadero llevó a sus representantes a irse hasta Francia para reclamar a la empresa matriz francesa una explicación y una solución. Menos mal que esto pasó hace unos meses, porque ahora no podrían ni haber entrado por la puerta de la empresa.

La multinacional gala está no sólo rodeada por los ganaderos franceses, que están hartos de que les paguen la leche muy por debajo de los precios de coste, sino que empieza a tener amenazas de boicot y protestas por media Europa.

A los ganaderos franceses se han sumado ahora los italianos, que también nutren sus arcas de leche con precios por debajo de los costes y, de paso, los viticultores españoles, que como han visto que nadie hace nada en Francia para atajar los ataques al vino español amenazan con bloquear la entrada de leche de Lactalis en los Carrefour de Mérida o protestar ante su sede en Madrid en septiembre.

Y cuando tantos coinciden en poner el foco en un mismo punto es que gran parte de razón deben tener, aunque sólo sea que es la principal empresa láctea de Francia y la que marca en gran medida la política de precios de sus rivales.

Lo malo es que con este panorama, la solución a la planta de Lauki no sólo está cada vez más lejos, sino que la posibilidad de que venda las instalaciones para que no se pierda empleo tampoco parece muy cercana. Y es que da la impresión de que por donde pasa Lactalis no crece ni la hierba. Ni siquiera para esas vacas a las que aboga a la desaparición al no cubrir sus costes.

 

 

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