Ricardo Serra Arias / Presidente de ASAJA-Sevilla y ASAJA-Andalucía

Cuando éramos niños, aquellos que íbamos a las playas atlánticas, solíamos hacer un castillo de arena al que poníamos delante una barrera para defenderlo de la marea. Cuando llegaban las primeras olas reforzábamos el muro que, una vez tras otra, era socavado por las olas siguientes; al final, la fuerza imparable del mar acababa superándola y el castillo era arrasado.

Esa es la sensación que tengo tantas veces cuando nos enfrentamos a los vientos que corren respecto a la agricultura y la ganadería en Europa, ya sea en el Parlamento Europeo, donde con honrosas excepciones lo que circula es un movimiento eco ambientalista naif; o ya sea en la Comisión Europea, que tiene al frente de agricultura a un comisario polaco partidario del minifundismo, a una presidenta con el engañoso lema “de la granja a la mesa” y a un vicepresidente, Frans Timmermans, al que me referiré después. Como resultado, nos encontramos con una opinión pública que, hábilmente manejada por grupos radicales de supuestos ecologistas, está malinformada y totalmente desenfocada sobre muchos temas agroambientales; y en paralelo, nos encontramos con unos políticos que dictan unas regulaciones de la producción agraria contradictorias, contraindicadas e incomprensibles para los que viven del sector primario.

No es que niegue los problemas medioambientales a los que nos enfrentamos todos: alteraciones climáticas, sequías, temperaturas extremas, fríos inusuales, aguaceros intensos… Lo que es discutible es la manera de afrontar todo esto, muchas veces motivado más por grupos de presión manejados y financiados por quien sabe quién, que por razones científicas.

No hay nada más injusto que la ignorancia. Cuando se legisla alejado de la realidad y desde la distancia, es bastante probable que acabemos regidos por normas que provocan primero la incredulidad y luego la indignación de quienes tenemos que cumplirlas.

El éxito logrado por el BBB, el partido de los agricultores en Holanda, debería ser una llamada de atención para los partidos políticos de toda Europa. La población rural holandesa, no sólo la agrícola y ganadera, hartos ya de tanta milonga, han dado una campanada otorgando la mayoría a este grupo defensor de la ruralidad.

El pasado 28 de marzo en un Forum sobre el futuro de la agricultura, pude oír al vicepresidente de la Comisión europea, Franz Timmermans, que por cierto es también holandés, acusar a los agricultores europeos, literalmente enloquecido, de provocar el miedo al desabastecimiento. Timmermans culpabiliza a la agricultura y la ganadería de todos los males y acusa a estas actividades de promover el abandono, a la par que aboga por volver a ese mundo naif preindustrial, porque según él, “no existe riesgo alguno de falta de alimentos”.

Todo esto me lleva a preguntarme: ¿tiene claro Europa el modelo agrícola que quiere?, ¿somos conscientes de la importancia de la soberanía alimentaria? ¿queremos dictar las normas regulatorias desde criterios científicos en vez de al dictado de los grupos de presión pretendidamente ambientalistas?

Al igual que para el cambio climático, para la supervivencia del mundo rural en Europa estamos en situación de emergencia: una población envejecida , un total desinterés de los jóvenes por pertenecer a el sector primario , el abandono cada vez mayor de nuestros pueblos, la falta de ilusión que provoca esta conducta errática e inentendible de la política agraria europea, nos llevará, de no cambiar, al desmantelamiento de nuestro sistema productivo y rural o quizá a una reacción a la holandesa, en la que el mundo rural diga también:  ya estamos hartos y vamos ahora a tomar el mando.

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