Jean-Pierre Fleury / Presidente del Grupo de Trabajo Carne de vacuno del Copa-Cogeca

Una vez más, una gran parte de la actualidad agraria europea se ha centrado esta semana en los estudios sobre el impacto de la estrategia «De la granja a la mesa». Por un lado, se celebró una audiencia con Julien Denormandie en el Parlamento Europeo; por el otro, se publicaron oficialmente los dos estudios académicos realizados por la Universidad de Wageningen. Uno de ellos lo encargaron los miembros de la plataforma European Livestock Voice y se centró en el sector ganadero.

Sin embargo, el acontecimiento más significativo de la semana tuvo lugar el pasado martes, cuando se celebró un debate en el Parlamento Europeo sobre el tema. Si tuviera que elegir una declaración que resuma las dos horas de debate, me quedaría con la conclusión de Norbert Lins, presidente de la Comisión de Agricultura: «Si bien los estudios existentes aportan diferentes puntos de vista útiles, seguimos necesitando uno o varios estudios de impacto (NDLR.: de la Comisión Europea)».

Así que necesitamos más estudios. Esto es un hecho irrefutable. Y estoy de acuerdo con los numerosos eurodiputados que se han pronunciado en este sentido. Yo incluso añadiría que lo que necesitamos es un estudio público europeo exhaustivo. No obstante, esta no es la dirección que se está tomando actualmente. La Comisión, a través de su representante en cuestiones agrícolas, el comisario Wojciechowski, ya había anunciado hace unos meses, algo a la ligera, que no se llevaría a cabo un único estudio global sobre las repercusiones de los objetivos propuestos en el Pacto Verde, sino un conjunto de estudios sobre los diferentes objetivos. Pero si hay una lección que nos dejan los estudios de Wageningen es que todos estos múltiples objetivos tienen efectos acumulativos y combinados. Los estudios de impacto sobre cada una de las propuestas legislativas no arrojarán luz sobre lo que realmente ocurrirá el día de mañana en nuestros establos, en los contenedores importados, en las cuentas financieras de nuestras explotaciones ni en el precio que la gente verá indicado en las estanterías. Por otra parte, resulta incomprensible que la Comisión alegue no ser capaz de realizar un estudio de este tipo. Si se pueden establecer objetivos políticos de esta magnitud, se debería poder evaluar su impacto.

¡Así de sencillo!

También he notado que los tiempos de la ciencia no se corresponden necesariamente con los de la comunicación o la política. Mientras que se necesitaría más tiempo para llevar a cabo un estudio, sabemos que este año la Comisión ya presentará 24 de las 28 traducciones legislativas de la Comunicación «De la granja a la mesa». Sin ser adivino, puedo predecir que dentro de unos meses nos encontraremos en la misma situación que en el pasado mes de octubre, cuando la UE votó la Comunicación inicial «De la granja a la mesa». En esta ocasión, el Parlamento y el Consejo tendrán que tomar una posición, y lo harán sin disponer del estudio general que venimos reclamando desde hace más de un año. Cabe preguntarse entonces, ¿reaccionarán el
Parlamento y el Consejo o cederán ante las mismas presiones de tiempo de la Comisión?

En el debate del martes, algunos eurodiputados verdes también esgrimieron el argumento de que estos estudios estaban financiados por «lobbies». Si bien es un argumento cómodo para ignorar los estudios, es un tanto miope. Por un lado, a juzgar por esta observación se podría interpretar que la independencia de los científicos está en tela de juicio. Pero por el otro, ya sea intencionalmente o no, con estos argumentos logran esquivar la cuestión central: ¿por qué decidimos pedir este estudio en primer lugar? La respuesta es sencilla: porque no había ninguna publicación de la Comisión o de su centro de investigación que tratara sobre esta política emblemática. Se habían fijado objetivos políticos sin que se explicaran sus fundamentos ni se consideraran sus consecuencias. ¿Se suponía entonces que debíamos sentarnos a esperar de brazos cruzados?

Para concluir, debo admitir que este debate me resulta interesante por los puntos muertos que pone de manifiesto. Algunos eurodiputados han señalado, con razón, que hay que tener en cuenta los cambios en la alimentación o la lucha contra el desperdicio de alimentos, que son cuestiones que no se habían previsto en estudios como el de Wageningen. Esto es un hecho innegable en el que hay que trabajar, sobre todo desde la Comisión. Pero como ganadero, me gustaría que este argumento se aplicara a todos los objetivos e iniciativas que se aglutinan en el Pacto Verde, ya sean las iniciativas sobre el metano, el suelo o la biodiversidad. Gracias a mi profesión, no necesito ser vidente para comprender que las repercusiones también serán de gran envergadura.

Mis compañeros del sector ganadero y yo, al igual que los eurodiputados del martes, estamos ahora a la espera de las propuestas concretas de la Comisión. Hasta la fecha, hemos debatido largo y tendido respecto de los objetivos generales; durante los próximos meses, entraremos de lleno en el núcleo de este debate sobre la estrategia «De la granja a la mesa». Tendremos que hablar, por fin, de las soluciones, de las opciones agronómicas y tecnológicas, y de las medidas concretas que tomar. Estamos esperando el comienzo de lo que es, para mí, una nueva secuencia de la estrategia «De la granja a la mesa». Es cierto que tenemos nuestros desacuerdos y dudas sobre este enfoque basado en objetivos. Pero ello no significa que no estemos convencidos de que hay que cosas que cambiar en la ganadería y la agricultura en general. Nosotros tenemos una labor que desempeñar en estos cambios, y vamos a participar activamente en estos debates para aportar nuestras respuestas, las del campo, a esta cuestión crucial.

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