José Vicente Andreu / Presidente de Jóvenes Agricultores ASAJA Alicante

Hoy es un día importante para la sociedad. Y no solo para los que vivimos y defendemos el campo, sino para todos a los que el campo nos da de comer. Como cada 9 de septiembre, el mundo entero celebra el día de la agricultura en homenaje a quienes dedican su vida al cultivo de la tierra para producir alimentos. Como presidente de ASAJA Alicante, la Asociación de Jóvenes Agricultores de la provincia, quiero aprovechar la efeméride para poner en valor nuestra labor como guardianes invisibles de la biodiversidad, el medio ambiente y la sociedad. Los agricultores somos magos que transformamos el sol, el agua y la tierra en maravillosos alimentos para dar salud, placer y bienestar al ser humano. Allá donde hay un agricultor o ganadero, hay un guardián de la naturaleza; donde hay una parcela cultivada, hay un cortafuego; donde hay agricultura, hay riqueza para todo el entorno. Y es que donde la actividad agrícola se abre camino, hay abastecimiento de alimentos básicos como la leche, carne, huevos, pan, aceite, miel y frutas y hortalizas frescas.

Seamos sensatos; la importancia de la agricultura en España no radica únicamente en la contribución que tiene en el PIB del país, sino en su propio paisaje: somos la segunda nación de la Unión Europea con más hectáreas destinadas a la agricultura, solo por detrás de Francia. Por si fuera poco, tenemos la suerte de contar con un sector agrario sólido y reconocido internacionalmente, con productos de calidad, seguros y cercanos. Sin embargo, lo que a priori parece una ventaja, a menudo no supone ningún valor para nuestros dirigentes políticos y ciertos grupos que profesan un ecologismo mal entendido, que se empeñan en atacar a la huerta de Europa o simplemente giran la cara ante los graves embistes que estamos teniendo que soportar.

La crisis económica provocada por las restricciones en la pandemia se ha agravado con la guerra en Ucrania, y aunque ambas han afectado a la sociedad en su conjunto, algunos sectores ya poníamos el grito en el cielo. Las calles y carreteras se convertían en nuestro medio para alzar la voz y pedir auxilio; reclamábamos precios justos y condiciones dignas para nuestros campos.

Más de dos años después, me atrevo a decir que nada ha mejorado, sino todo lo contrario: subidas desorbitadas en la tarifa eléctrica y gasóleo, fertilizantes por las nubes, y suministros como plásticos y maquinaria imposibles de asumir. Sin embargo, este grandísimo incremento no se refleja en los precios que reciben los productores en origen, a pesar de que la Ley de la Cadena Alimentaria debería garantizar que se cubran los costes de producción. En las últimas campañas nos hemos tenido que conformar con vender a pérdidas para evitar quedarnos con los bolsillos completamente vacíos, hemos tenido que ir a competir al mercado europeo contra importaciones procedentes de países terceros a los que no se les requiere ninguna exigencia. ¿Acaso existe algo más desilusionante?

Las personas que vivimos de la agricultura y la ganadería nos sentimos huérfanos ante la crisis de rentabilidad que atravesamos. El mundo rural se muere si los jóvenes emprendedores no encuentran en nuestra actividad un modo de vida y subsistencia. Lo hemos visto recientemente con el incendio de la Vall d’Ebo: el paisaje en su conjunto ha sido un gran polvorín listo para arder y solo las parcelas cultivadas han plantado cara a la virulencia del fuego.

Por todas estas razones, y a pesar de que el ecologismo radical y lo que llaman » la nueva cultura del agua» nos maltratan y nos pone en el punto de mira como contaminantes y despilfarradores de recursos, ha llegado la hora de reivindicarnos como lo que somos: trabajadores al servicio de las personas y de la Tierra como casa común de todos. Y lo hacemos con la esperanza de que nuestro rol sea visible, de una vez por todas, para el conjunto de la sociedad. Señoras y señores, el gran reto al que nos enfrentamos consiste en mejorar los ingresos de los productores agrarios y ganaderos, por ser claves para garantizar el bienestar y la salud de la sociedad en su conjunto. Ha llegado el momento, la agricultura pide paso.

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