En la fábrica italiana de Pedrignano casi todo el trigo que llega para elaborar la pasta es convencional, un tipo de cultivo poco dado a los cambios pese a los intentos por hacerlo más sostenible con el medioambiente. La multinacional del sector Barilla experimenta allí fórmulas que, si dan resultado, extenderá al resto de países en los que opera, desde Estados Unidos a Grecia o Turquía.

Ese «laboratorio» gigante a las afueras de la ciudad de Parma (norte), de donde salen unas mil toneladas de pasta al día, se nutre de la materia prima que aportan principalmente unos 1.500 agricultores italianos.

El Instituto de Investigación de Agricultura Orgánica estima que el orgánico apenas tiene una cuota del 0,7% a nivel mundial

«Los productos son los mismos por fuera, pero todo el sistema ha cambiado por dentro», afirma en una visita a las instalaciones el vicepresidente del grupo, Paolo Barilla.

La empresa italiana está intentando orientar su modelo hacia uno más sostenible y desde 2010 dice haber reducido en un 28 % sus emisiones de dióxido de carbono, a lo que se unen menores pérdidas y un mayor uso de energías renovables. Con estos avances, «el trigo convencional está muy cerca del biológico porque es extremadamente limpio», asegura Barilla.

Y pone de ejemplo la rotación de cultivos -«la gran oportunidad de la agricultura del futuro», dice- como una de las prácticas introducidas para acompañar el ciclo del trigo.

Aunque la compañía ha ampliado su oferta, solo el 1% de su trigo es orgánico, prueba de las limitaciones que afronta esa modalidad exenta de químicos para abrirse hueco en el mercado de un alimento tan básico como el trigo.

Solo entre 2015 y 2016 se produjeron 735 millones de toneladas de trigo en el mundo y, si bien no hay datos oficiales, el Instituto de Investigación de Agricultura Orgánica (FiBL, por sus siglas en alemán) estima que el orgánico apenas tiene una cuota del 0,7%.

La producción preferida sigue siendo intensiva a gran escala, con mayores rendimientos, pero también una fuerte dependencia de los pesticidas, fertilizantes y otros insumos.

El paso de producción convencional a orgánica puede resultar difícil los primeros dos años

Ese tipo de prácticas contribuyen a que la agricultura cause unas cinco gigatoneladas de dióxido de carbono anuales, un 10% de las emisiones a la atmósfera de ese gas de efecto invernadero.

El paso de producción convencional a orgánica puede resultar difícil los primeros dos años, según el ingeniero agrónomo del FiBL Hansueli Dierauer.

A su juicio, el productor tiene que realizar cambios en su sistema de producción como sustituir los químicos por el manejo mecánico de plagas, los fungicidas por variedades de trigo resistentes a las plagas, y mejorar los suelos.

Sin embargo, remarca, son una inversión a futuro, ya que la producción orgánica contribuye a la seguridad alimentaria, la protección del medio ambiente y a la mitigación del cambio climático.

Importantes productores de trigo convencional como China, Estados Unidos, Rusia y Turquía son los que por el momento más orgánico producen, aunque a una escala muy pequeña.

«Si hay mercado suficiente, los países estarán interesados en producir más trigo orgánico», afirma Hafiz Muminjanov, especialista de la Organización de la ONU para la Alimentación y la Agricultura (FAO).

«Si los gobiernos quieren ser sostenibles, pueden subsidiar o dar ayudas y créditos a interés bajo»

Esa agencia promueve una agricultura que garantice la producción de alimentos sin dañar el ambiente ni la salud humana. Un enfoque que a menudo choca con las fuerzas del mercado tradicional, más inclinado hacia el beneficio económico.

Para Muminjanov, «si los gobiernos quieren ser sostenibles con el medioambiente y que se optimice el uso de insumos, pueden subsidiar o dar ayudas y créditos a interés bajo para que los agricultores produzcan más orgánico».

El técnico explica que la demanda por lo orgánico está creciendo por la mayor conciencia de los consumidores y que, además de los sistemas de certificación internacional, están ayudando a los países en desarrollo a crear sus propios sellos y abaratar costes.

Diana Schaack, de la empresa de información del mercado agrícola AMI, cree que la clave está en la gran diferencia de rendimientos entre los dos modelos.

Y anima a los países pobres a potenciar la producción local de otros cultivos y no depender del monocultivo del trigo, a lo que ya se dedican grandes empresas en el mercado internacional.

(Texto: Belén Delgado / Efeagro)

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