Innovación en un mundo tan tradicional y en un paraje tan histórico como el Marco de Jerez: un proyecto singular con mucho carácter de las Bodegas Ligures, enclavadas en Mesas de Asta, en el término municipal de Jerez, donde nace el primer vino de Jerez criado en una ‘cavea vínica’.

En el último programa de ‘Pioneros’ de Jerez Televisión, los hermanos García González, Jaime y Javier, junto a Enrique Barroso, han aprovechado al máximo la finca familiar de ‘El Cotito’, convirtiéndola en una bodega con enoturismo y despacho de vinos.

La singularidad de este proyecto viene del problema que vivieron el primer año, como explica Enrique Barroso, «el vino no aguantó las altas temperaturas de verano, se nos murió el velo de flor y se avinagró». Ante el dilema de no poder criar en la finca, recordaron que en el subsuelo tenían unas instalaciones abovedadas, a las que llamaron «caveas vinarias». Comprobaron que la temperatura en las caveas era constante y se mantenía a unos 20 grados y trasladaron las botas a las caveas.

La solución al problema los ha convertido en los primeros productores de vino de Jerez que crían en estas peculiares instalaciones, a diez metros bajo el suelo.

Y no se han quedado en la producción de vinos, han sumado el enoturismo, con gran afluencia de grupos internacionales. Los turistas vienen a las Bodegas Ligures, buscando una experiencia completa, «aquí hacemos unas visitas muy especiales en las que aportamos datos históricos, relacionados con la zona en la que nos encontramos, Asta Regia, un yacimiento en el que se han encontrado vasijas y otros utensilios que nos hablan del origen del vino en la Península Ibérica», explica Javier García González.

Por supuesto, el nombre de la bodega también tiene reminiscencias romanas. «La zona fue renombrada por los romanos como Lago Ligustino, por su parecido a la región italiana de Liguria y nosotros hemos querido hacer un homenaje a ese episodio de nuestra historia», añade Javier García.

ENOTURISMO CON HISTORIA

Además de la parte histórica, le han dado una vuelta de tuerca al enoturismo y desarrollan las catas durante toda la visita y no las dejan para el final, como se suele hacer en las demás bodegas. «Creamos un clima muy bueno y la visita nos da la oportunidad de mostrar todos nuestros productos de una forma más sosegada y atractiva para los visitantes», comenta Barroso.

Para cerrar el círculo empresarial, han montado un despacho de vinos, recordando los antiguos comercios, donde se vendía a granel. Está decorado con una mezcla de los despachos antiguos y toques actuales, con detalles como las damajuanas colgantes que emplean de lámparas. «Nos gusta que los que vienen a visitar la bodega terminen aquí y tengan un momento para convivir, hablar de lo que han visto, oído y sentido», dice García González y señala que, además, «pueden beber nuestros vermuts Ligurú blanco, rojo y rosa y llevarse el que más les guste para casa».

Estos pioneros completan la actividad con envinado de botas. Lo cierto es que no paran de inventar y, sobre todo, cuidan lo que tienen, sin olvidar dónde están y de dónde vienen. Hasta han utilizado la vaca marismeña en sus etiquetas. Un proyecto pionero con mucho mimo y gran gusto para una cavea vínica única.

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