Lorenzo Rivera / Coordinador de COAG Castilla y León
Aunque esta situación mundial no es nueva, llevamos varios años observando cómo países emergentes toman una notoriedad de primer orden y ocupan espacios de estrategia política y económica mundial en la toma de decisiones que nos afectan a todos. Con la victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales de Estados Unidos, la situación se complica y es imprevisible el alcance de las consecuencias que traerá la guerra comercial que Trump está dispuesto a generar.
Y lo hace prometiendo que América volverá hacer ser la gran potencia que fue, apuntando con los dardos a China fundamentalmente, con su guerra comercial. Aplicando aranceles a capricho, cerrando fronteras a los productos de países que por su religión o afinidad política no le caen bien. Le da igual lo que diga la OMC, la ONU o quien sea.
Así lo hizo en su anterior presidencia sin tener mayoría parlamentaria que ahora sí tiene y que le permite tener las manos libres. Entonces, la aplicación de aranceles pese a ser ilegales, no tuvo sanción alguna. Luego ¿qué podemos esperar? Por supuesto que nuestras exportaciones se verán afectadas, quizás con más intensidad que la anterior etapa presidencial de Trump.
Europa y por lo tanto España también se verán afectadas por los aranceles a nuestros productos agrarios, argumentando ayudas o cualquier disculpa para justificar su guerra.
Puede que todo se quede en gestos y que finalmente no sea tan grave, pero ante los posibles riesgos la UE deberá prepararse para lo peor y estar más unida que nunca, para afrontar los posibles vaivenes del mercado.
Somos el mayor y el mejor mercado mundial con 500 millones de habitantes, con los estándares de calidad y seguridad alimentaria más altos que no podemos perder bajo ningún concepto. Ni tampoco puede ser el campo, una vez más, moneda de cambio en acuerdos comerciales para beneficios de la industria, la automoción u otros bienes de consumo.
Ante este posible escenario, no parece lo más sensato firmar acuerdos comerciales como Mercosur puesto que añadiría un elemento más de conflicto sobre todo para nosotros, los agricultores y los ganaderos. Sólo las 99.000 toneladas de carne de vacuno que entrarían en la UE supondrían, en su peso equivalente de canal, un total de 2 millones de vacas nodrizas que llegarían de repente a la Unión Europea.
Actualmente los países del Mercosur ya son los principales exportadores de productos básicos agrícolas a la UE. Ésta importó, por ejemplo en 2016, casi 20.000 millones de euros, un 17,4% de todas nuestras importaciones. Y la UE exportó a Mercosur 2.000 millones de euros, el 1,5% del total.
Ya no es solo el desequilibrio en la balanza comercial, también lo es la competencia desleal que estas producciones del Cono Sur están haciendo con las nuestras. Utilizan hormonas de crecimiento y antibióticos en los animales y pesticidas prohibidos en la UE desde hace décadas. Por ejemplo, la ractopamina y otras hormonas utilizadas para el crecimiento del ganado.
La ministra de Agricultura de Francia, Annie Genevard, se opone radicalmente a la firma del acuerdo con Mercosur y muestra su preocupación porque el impacto económico para la UE será brutal y no se puede ni se debe compensar con ayudas económicas. También afirma la ministra que el 27% de los fitosanitarios que Mercosur utiliza aquí en Europa están prohibidos.
He escuchado a nuestro ministro de Agricultura, Luis Planas, decir lo contrario a su homóloga de Francia. Así es, quiere que se firme el acuerdo con Mercosur y que se apliquen cláusulas espejo.
Desde nuestra organización venimos manifestando nuestra oposición a la firma desde los inicios de negociación de Mercosur con la UE: más de 38 rondas y 20 años y no ha sido posible. Todas las organizaciones y cooperativas de la UE en el Copa-Cogeca también se oponen a la firma de un acuerdo, en cuyos documentos, por cierto, no figuran las dichosas clausulas. Hoy 18 y mañana 19 en Río de Janeiro, en la Ronda del G-20 nos darán probablemente la sorpresa.
Es un tema complejo. La UE somos un mercado pequeño pero el mas exigente. Debemos decidir si queremos vivir aislados del mundo en nuestra isla de bienestar o bien competimos en peores condiciones de productividad con el resto del mundo