José María Fresneda / Secretario General de ASAJA de Castilla-La Mancha

Nos sobran los motivos para defender nuestro aceite de girasol frente a los aceites vegetales que llegan de fuera de nuestras fronteras.

No así a las industrias, a quienes no les hace ni pizca de gracia que se conozcan demasiado nuestros motivos, no vaya a ser que cambien las tendencias del consumidor y se les acabe el chollo de fabricar con aceite ucraniano o aceite de palma (¡con lo barato que sale!). De momento, las industrias se encargan de no ponérnoslo fácil, porque cuando buscas en la estantería del supermercado, de los veintiún tipos de galletas que ofrecen, solo uno se libra del aceite de palma.

Pero quizá, si los consumidores tomáramos conciencia del asunto, elegiríamos productos elaborados con uno de los cultivos más tradicionales de nuestro país, y entonces, para ajustar la demanda con la oferta, a los fabricantes no les quedarían más remedio que utilizar aceite español para elaborar ciertos alimentos procesados. Como toda la vida, porque hace treinta años también comíamos helados, galletas, bollería o aperitivos y, sin embargo, no importábamos las cantidades masivas de aceites vegetales que en la actualidad. Para hacernos una idea, en 2010 se importaban 400.000 toneladas de aceite de palma y ahora 2 millones, es decir, en nueve años hemos multiplicado por cinco las importaciones, según los datos de la Comisión Europea.

Los motivos no son moco de pavo, pues hablamos de cosas tan serias como la sostenibilidad, o simplemente, porque me gusta lo mío, como hacen los franceses, acostumbrados a poner en valor lo que hacen en su país.

Para empezar, el aceite de girasol español es el más sostenible del mundo, pues es el único lugar donde no se permite el uso de neonicotinoides, unos insecticidas similares a la nicotina que afectan al sistema nervioso central de los insectos. La misma Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA), confirmaba que los neonicotinoides representan “un riesgo para las abejas silvestres [abejorro común y abeja solitaria] y las abejas melíferas”. Estas sustancias, de uso frecuente en todo el mundo en cultivos de maíz, girasol, colza y algodón, están sometidas a restricciones en la Unión Europea desde 2013, en aplicación del principio de precaución. Y es que, no nos olvidemos de que los insectos, y en especial las abejas, tienen un papel crucial en los ecosistemas naturales, hasta el punto de que, sin ellos, el mundo dejaría de ser tal y como lo conocemos hoy.

Por otro lado, la demanda creciente de aceite de palma por parte de las grandes corporaciones está impulsando la destrucción, contaminación y deforestación a gran escala de selvas tropicales en lugares como Malasia e Indonesia, poniendo todavía más en peligro a especies amenazadas como el orangután o el tigre de Sumatra. Y peor aún, la expansión de plantaciones de palmera africana, palma de Guinea o Elaeis guineensis (nombre científico), se ha asociado también a la apropiación de tierras pertenecientes a comunidades autóctonas y a abusos contra los derechos humanos.

Desde el punto de vista nutricional, parece que no es una opción muy saludable, pues en los estudios que se siguen realizando, el aceite de palma no sale bien parado en lo que a los efectos sobre la salud se refiere. La misma Agencia Europea de la Seguridad Alimentaria (EFSA) publicó en 2016 un estudio científico relacionándolo con el cáncer.

Así que, como indica la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU) en su informe sobre el aceite de palma, “lo mejor es limitar todo lo posible el consumo de alimentos precocinados, la bollería industrial y otros productos agroalimentarios procesados. En la medida de lo posible, lo mejor es preparar la comida en casa con aceites más saludables, como el de oliva o el de girasol”, aunque por tradición, en las despensas españolas, para uso directo ya nos decantamos por esos tipos de aceites. Pero para los procesados, continúa la OCU, “es mejor elegir productos que sustituyan el aceite de palma por otro tipo de grasa más saludable como por el ejemplo el aceite de girasol”, y añadimos nosotros, el español, pues tiene más garantías que el ucraniano, el brasileño, el argentino o el canadiense, por nombrar algunos de los principales países exportadores de aceite de girasol.

Y aunque ahora los fabricantes están obligados a detallar en el etiquetado de ingredientes el tipo de grasa vegetal que emplean en sus productos, lamentablemente, es difícil averiguar si esos alimentos se elaboran con aceite nuestro, porque la mayoría de las veces, la pipa de girasol se produce en los países de origen y el refinamiento del aceite en las industrias españolas. Vamos, todo un ejemplo de lo que no se debe hacer con la trazabilidad.

Además de la respetuosa producción del girasol español, esta oleaginosa, tiene gran importancia desde el punto de vista ambiental, pues actúa como cortafuegos en el periodo estival, favorece la polinización, ya que la floración se produce en pleno verano, y propicia una rotación eficaz con la eliminación de malas hierbas de modo mecánico, evitando así el uso de productos químicos.

Así que nos unimos a las consideraciones de la OCU cuando insta a los fabricantes de estos productos a “vetar el aceite de palma producido de manera no sostenible y garantizar al consumidor el respeto de unos mínimos medioambientales y sociales”.

Como decíamos con anterioridad, a las industrias no les interesa demasiado desenmascarar este sector, pero los agricultores y cooperativistas están deseando que el mercado de los aceites vegetales alcance la transparencia. Por eso, desde ASAJA de Castilla-La Mancha impulsaremos la creación de una interprofesional, una de las mejores herramientas para consensuar intereses y unificar objetivos a lo largo de toda la cadena agroalimentaria, desde el productor hasta el consumidor, pasando por la industria y la distribución.

Y estamos convencidos de que a los consumidores también les interesa. De hecho, creemos que somos muchos los dispuestos a pagar unos céntimos de más por las galletas, a cambio de las garantías sociales y medioambientales que ofrece nuestro aceite de girasol, y así de paso, incentivar la economía circular.

Así que, aunque los fabricantes y distribuidores se empeñen en no poner claramente el etiquetado de los alimentos, y utilicen nombres como “aceite de palmiste”, “grasa vegetal (palma)”, “grasa vegetal fraccionada e hidrogenada de palmiste”, “Sodium Palmitate”, “Estearina de palma (Palm stearin)”, “Palmoleina u Oleina de palma (Palmolein)”, “manteca de palma” o “Elaeis guineensis”, desde ASAJA Castilla-La Mancha procuraremos que no nos den gato por liebre.

Y para ello, que mejor que apelar a la complicidad de los consumidores para que demanden productos elaborados con aceite de girasol español y obliguen así a las industrias a retirar los aceites vegetales importados como ingrediente de muchos alimentos. Al fin y al cabo, quien compra es quien manda o, dicho de otra forma, el consumidor es quien corta el bacalao.

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