José Antonio Turrado / Secretario general de ASAJA de León, granjero y veterinario de formación

Son muchos los ojos que hay puestos en las granjas intensivas para ver cómo estamos haciendo las cosas, para ver si cumplimos con la normativa vigente, y para ver si cumplimos con estándares mayores que en no pocas ocasiones imponen los clientes, que en este caso son las grandes cadenas de distribución. Nos vigilan las autoridades con competencias en la materia, a las que nada tenemos que objetar porque es su obligación, y nos vigilan grupos animalistas cuyo objetivo no es que hagamos bien las cosas, que sería loable, sino que cerremos nuestros negocios y desaparezca el consumo de la carne. Estos últimos son radicales, sensacionalistas, destructivos, imponen el pensamiento único, y en su objetivo no le duelen prendas en emplear prácticas y métodos delictivos, así de claro.

En las imágenes que distribuye cada cierto tiempo este autodenominado “observatorio del bienestar animal” de activistas bien subvencionados, lo que suele ser más impactante, visualmente, son las imágenes de cerdos con bultos o con heridas, que acertadamente o no se pueden asociar con distinto grado de sufrimiento de los animales y por lo tanto con falta de ese bienestar animal que como ganaderos tenemos que garantizar a nuestra cabaña, porque así debe de ser y así nos lo imponen las normas.

Los bultos, en la inmensa mayoría de los casos, son hernias abdominales o inguinales que tienen algunos cerdos casi siempre desde el nacimiento. En un sistema productivo como el que nos ocupa, la cirugía no es una opción. Una solución es la muerte eutanásica del lechón cuando nace con esta anomalía, y quizá así debería de ser en todos los casos para que esos animales no lleguen a la fase de cebo. Cuando los animales no se sacrifican y llegan a la fase de cebo, la hernia puede estabilizarse o ir a peor, y es este el momento de tomar de nuevo la decisión de seguir el ciclo productivo o aplicar una muerte eutanásica en la granja. Pienso que la decisión no debe de basarse tanto en la espectacularidad de la hernia, como en el hecho de que comprometa o no el buen estado de salud del animal. El veterinario, y hasta el ganadero experimentado, saben si por el comportamiento del animal la hernia le está afectando a su estado de bienestar. También hay que valorar si ese animal herniado va a ser admitido a sacrificio por el veterinario del matadero, porque si no lo va a admitir, tampoco tiene sentido alargarle la vida en el cebadero, por lo que de nuevo procedería la muerte eutanásica.

Otra consideración distinta son las heridas abiertas. Las heridas son una excepción en las granjas de cerdos, pero puedo asegurar, por mí experiencia de veterinario y ganadero, que cuando las hay es prácticamente imposible que se lleguen a curar, debido al comportamiento del animal  al rascarse y morderse, y debido al comportamiento del resto de animales, ya que no es posible aislarlos individualmente. Las restricciones en el uso de medicamentos (antibióticos) tampoco ayudan. Si un animal con herida abierta no va a curar, y tampoco va a ser admitido a sacrifico por el veterinario del matadero, es evidente que lo que procede de nuevo es la muerte eutanásica, de la que el veterinario tendrá que decidir cuándo y cómo.

En resumen, cuando maliciosamente se difunden imágenes en las que nos presentan cerdos con heridas o bultos (hernias), en la inmensa mayoría de los casos, la responsabilidad del ganadero, compartida con la del veterinario de explotación, radica en no haber decidido sobre el momento en el que esos animales, no aptos para el aprovechamiento como animal de abasto, debieron ser sacrificados en granja de forma eutanásica.

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