Tras la proclamación de la Segunda República el 14 de abril de 1931, en varios procesos electorales sucesivos, las mujeres pudieron ser elegidas pero no electoras. Así lo fueron Victoria Kent, Clara Campoamor o Margarita Nelken. Todos los partidos republicanos defendían la igualdad de derechos entre hombres y mujeres a la hora de poder votar, pero a medida que se acercaba el debate sobre el sufragio femenino, las posiciones iban cediendo a la duda, al temor o a la falta de conveniencia, "por el bien de la República".

     Solo Clara Campoamor se mantuvo firme con argumentos coherentes: "Los sexos son iguales, lo son por naturaleza, por derecho, por intelecto". Había temor a que el voto de las mujeres pudiera ser manipulado por el confesionario o los reaccionarios. Tras un encontrado debate, la cuestión del voto femenino se salvó por cuatro votos y pasó a ser el artículo 36 de la Constitución con el siguiente enunciado: "Los ciudadanos de uno y otro sexo, mayores de veintitrés años, tendrán los mismos derechos electorales conforme determinen las leyes". Las españolas pudieron ejercer por primera vez este derecho en las elecciones del 19 de noviembre de 1933.

    En nuestra Constitución actual tenemos que ir hasta el capítulo II de Derechos y Libertades y hasta su artículo 14 para encontrar lo que sobre el papel nos garantiza la igualdad: Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social.

    Pero ¿de verdad esto es así? En el mundo que nos rodea, en nuestros pueblos y ciudades, en la escuela, en nuestros puestos de trabajo, en el acceso a los servicios, a la cultura, a la sanidad, etc., ¿está garantizada esa igualdad que propugna la Ley? ¿Tienen las mismas oportunidades todas las personas, independientemente de dónde vivan, qué hayan estudiado, el patrimonio que tenga su familia, si se es joven o viejo o si se es hombre o mujer? Claramente no.

     Durante unos años hemos creído que el camino a la igualdad se iba allanando, que el hecho de tener leyes como la de Igualdad, la integral de medidas contra la violencia de género, asignaturas como Educación para la ciudadanía, el 016, etc., hacían que por arte de magia creyéramos que la igualdad estaba conseguida. La realidad nos hace constatar cada día que esto no es así. Esa lucha de tantas mujeres que han dado mucho tiempo de su vida y en muchos casos hasta su vida, en ocasiones apoyadas por hombres, ha sufrido “un parón y marcha atrás”.

     Entre las conclusiones del Estudio “Percepciones sobre la violencia de género en la adolescencia y juventud”, de la Delegación del Gobierno para la violencia de género, presentado en febrero, la percepción de que la desigualdad de género es grande está extendida entre la juventud, aunque las personas jóvenes perciben menos desigualdades entre hombres y mujeres que el resto de la población, ¿cómo es esto posible? ¿Por qué una de cada tres personas jóvenes no identifica los comportamientos de control de la pareja con violencia de género?
Estamos en Europa, sí, pero aquí se sigue practicando la ablación, no solo en África. Aquí sigue habiendo trata de personas, fundamentalmente mujeres y niñas. Aquí sigue habiendo esclavitud sexual, laboral, aunque rara vez salga en las noticias y parezca que no existe lo que no vemos o no queremos ver. Aquí sigue habiendo desahucios que afectan a muchas mujeres con sus hijos a los que se les arroja de sus casas.

    El pasado 22 de febrero, día de la Igualdad salarial, la Secretaría de Igualdad de UGT, presentó un informe demoledor sobre la brecha salarial entre mujeres y hombres en España, que constata que ésta se dispara y se aleja de la media de la Unión Europea y se sitúa a los niveles de 2002, siendo del 24%, la más alta de los últimos cinco años y que las mujeres en España tienen que trabajar 79 días más al año para cobrar lo mismo que los hombres por un mismo trabajo.  A este informe se suman muchos otros que vamos conociendo estos días, Cruz Roja, Cáritas, ONU Mujeres, Comisiones Obreras, etc., todos van apuntando e incidiendo en el incremento de la desigualdad entre hombres y mujeres, miremos por donde miremos, como apunta también el contundente documento que ha publicado la OIT sobre “La brecha salarial relacionad con la maternidad”.

     Quiero hacer hincapié en algo cotidiano que suele pasar más inadvertido. La violencia física o los insultos son dominaciones más patentes y visibles, pero hay otras conductas “casi” imperceptibles, “casi” normalizadas, enmascaradas en actitudes paternalistas que erróneamente se interpretan como “cariño”. Son los micromachismos, esas actitudes o prácticas de dominación en la vida cotidiana que se perciben como una forma de presión y control de baja intensidad pero que son el caldo de cultivo de los otros machismos más agresivos y contundentes que en demasiadas ocasiones acaban en la muerte de muchas mujeres y de sus hijos.

     Desde que en 1931 discutíamos sobre el derecho de las mujeres a poder votar, hasta hoy, año 2015, ¿hemos avanzado tanto? ¿Las mujeres somos y estamos en la sociedad española con los mismos derechos, garantías y oportunidades que el otro 50% de la población? ¿Las tareas de la casa, del cuidado de hijos o mayores se comparten igual por hombres que por mujeres? ¿Ha habido movimiento a partes iguales entre el ámbito público y privado entre hombres y mujeres para ocupar esos espacios en igualdad? ¿Las mujeres siguen teniendo que demostrar el doble para alcanzar la mitad que la “contraparte” masculina?

     Creo que no hace falta que yo responda a estas preguntas. Solo acabaré diciendo que no nos queda más remedio a las mujeres que seguir siendo “insistencialistas”, que seguir luchando por una igualdad real si queremos vivir en una sociedad más justa para todos y todas, no solo para la mitad. Tendremos que seguir luchando por alcanzar la meta.

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