Antonio Gómez Olmos / Periodista agroalimentario
Grandes zonas de España se despoblarán definitivamente en los próximos años sin remisión alguna, mientras expertos de todo pelaje y políticos de diversos partidos seguirán pensando desde sus despachos de grandes urbes cómo combatir esta lacra.
Se de lo que hablo. Soy hijo, nieto, bisnieto, tataranieto… de la despoblación. Veo cada verano, irremediablemente, como el pueblo de mis ancestros y todos los de los alrededores pierden habitantes paulatinamente. Los más jóvenes emigran a otras ciudades o localidades mayores, mientras que los de más edad se quedan solos, en pueblos fantasmas, sin los servicios más básicos, y muertos de frío en invierno y de calor en verano a esperar su final y las visitas esporádicas de sus hijos.
Si el panorama era cruento, el COVID-19 lo ha empeorado, llevándose por delante a muchos de estos abuelos y abuelas y reduciendo aún más los censos poblacionales. Y los que lo han esquivado huyen despavoridos cerca de sus hijos y otros familiares porque le han visto las orejas al lobo (no se si está expresión es políticamente correcta en los tiempos de atontamiento general en los que vivimos, pero en mi pueblo se ha dicho de siempre) y han sentido la soledad dentro de la soledad en sus entrañas, sin un coche que les acerque al pueblo de al lado o con el médico más cercano en ‘Casa Dios’. Muchos no lo creerán, pero en España hay miles de pueblos en los que no hay médico, ni autobuses, ni taxis, ni estanco, ni banco, ni panadería, ni carnicería, ni frutería… y ni bar. Ahora vayan ustedes y vivan ahí, por mucho 5G que les prometan o beneficios fiscales que les propongan.
La permanencia en los pueblos natales (de los que a todo el mundo les cuesta partir) está ligada a la productividad, a la existencia de modos de vida rentables y dignos. No vale, y demostrado está quedando, convertirlos en parques de atracciones de fin de semana para urbanitas ansiosos de un ratillo de bucólico campo, a ser posible sin moscas. Eso como teoría política y ecologista puede valer, pero ya.
En la mayoría de estos pueblos, repartidos por toda España, si exceptuamos la costa y las grandes ciudades, el principal medio de vida es la agricultura y la ganadería, y se han empeñado en cargárselas. En el norte con la sobreprotección del lobo que mata todos los años muchas cabezas de ganado, con los ataques directos al consumo de carne… y en las zonas agrarias con la estigmatización de agricultores a los que en vez de valorar que nos alimenten a diario se les persigue por ser los culpables únicos de la contaminación, el uso del agua, el uso de productos permitidos pero mal vistos…
Pues acaben con agricultores y ganaderos y habrán acabado con la despoblación, bien seguro, como dicen en algunas zonas manchegas. Porque como todo ya estará despoblado pues este problema no existirá. Ahora, aténganse a las consecuencias: desaparición de patrimonio, tradiciones, cultura, razas ganaderas, fauna y flora, cultivos y del origen vital de cada uno.
Y lo más grave y peligroso: seremos un país dependiente de la producción de alimentos de terceros y no hace falta ser un gran estratega para analizar lo que significa eso. Si algún iluminado de estos modernos de ahora no lo entiende se lo explico por privado. El presidente francés sí lo ha entendido.
El regadío es sinónimo de generación de riqueza y puestos de trabajo, y eso es lo que necesita la lucha contra la despoblación: pueblos con oportunidades e industrias paralelas del sector primario. Pueblos con mujeres y hombres y niños y abuelos. Pueblos con vida. Pueblos con médico, escuela, estanco, bares, taxis, estaciones y también 5G.
La tendencia actual es eliminar el regadío de algunas zonas de España, como el Alto Guadiana, en Castilla-La Mancha, mientras se potencia en otras regiones y países. Los de arriba sabrán que han hecho mal estas nobles y laboriosas gentes castellanas y por qué los tratan como a ciudadanos de tercera. Aunque solo sea por esto, recuerden que, en España, a fecha de hoy, valen lo mismo todos los votos, provengan de donde provengan, pueblos despoblados incluidos.
Su idea es reducir los riegos hasta convertir muchas zonas en semi secanos y, claro, piensan que sus habitantes se quedarán en la plaza del pueblo esperando una muerte lenta, que no dulce. Van dados. ¡Ah! claro, primero se cargarán los medios de producción y luego darán una ayudita y pondrán 5G para que no se despueble el pueblo. Que grandes genios.
Ojalá me equivoque, lo llevo en mi ADN y en mi alma, pero, en 25 años… todos despoblados. Y que se vayan preparando en las grandes ciudades para acoger a los miles de ciudadanos que se verán abocados con gran dolor de su corazón a abandonar su patria chica en busca de, simplemente, oportunidades de vida.
Por cierto, esté usted tranquilo que las tierras no quedan en adil, no. De hecho, aquí cuando uno lo deja (porque se muere normalmente) ya en el tanatorio se empieza a preguntar a la familia por «las tierras».
Con mucha diferencia, el mayor problema real de la agricultura es la falta de tierras y el exceso de agricultores.
Pues caballero, por Castilla y León la situación es la contraria; Las tierras están cotizadísimas (cada día más) y lo que sobran son agricultores. Eso si, en los pueblos no suelen vivir, porque su posición económica se lo permite y además tampoco hay que ir a trabajar a diario.
Tampoco suelen vivir en los pueblos los maestros, Guardias Civiles, secretarios de ayto, etc… en muchísimos casos no se queda a dormir ni el propio alcalde (labrador profesional en muchos casos).
Es también habitual ver al alcalde buscando cuatro críos de fuera para que no cierre la escuela, mientras sus propios hijos estudian en la capital o cabecera de comarca.
Lo mismo ocurre con la ganadería o agricultura. No tiene nada que ver esta actividad económica con vivir en los pueblos. Los que asocian ambas cuestiones creen que aún vamos con las mulas o con el Barreiros. Afortunadamente la mecanización nos permite vivir donde queramos.