EFE.- La ausencia de lluvia, que solo cae durante los tres primeros meses del año, y la existencia de aguas subterráneas en la zona de Nazca (hoy departamento de Ica, en el sur de Perú) sirvió a este pueblo preincaico, que habitó la región entre los siglos I y VII, para desarrollar los puquios (acueductos o galerías).
«Lo más grande es que no a muchos ingenieros actuales se les hubiera ocurrido esto: cómo sacar el agua de un territorio inhóspito. Ellos descubrieron esas aguas y prepararon galerías de más de un kilómetro de profundidad para aprovecharlas», explica a Efe el español Alonso Comas, ingeniero del área de Proyectos de Saneamiento y Reutilización de Aguas del Canal de Isabel II Gestión.
De los 56 puquios que llegaron a funcionar, en la actualidad se mantienen activos 36.
Los acueductos constan de pozos cavados hasta encontrar la capa freática, por la que discurre el agua en el subsuelo, situados a 20 o 50 metros unos de otros. Estos quedaban unidos por canales hechos con cantos rodados, que permiten la filtración, y cubiertos con lajas (piedras planas) o maderas de árboles resistentes como el algarrobo o el huarango, que impiden la oxidación.
El último paso de este sistema hidráulico lo componen las cochas o depósitos de agua.
«(Los nazcas) demuestran un gran conocimiento del terreno, sabían de matemáticas y resolvieron de esta manera el problema de no poder hacer un pozo vertical. Denotan una perfección inusitada», agrega este responsable de formación y sensibilización sobre el agua de Canal Voluntarios, presente en Perú como integrante del equipo académico de la Ruta BBVA.
Comas detalla que aquellos pobladores, al observar los ciclos de la naturaleza, vieron «que los ríos que iban por las montañas andinas se iban al subsuelo y luego volvían a aparecer para perderse en el mar; pensaron que había una red subterránea».
«De hecho, se cree que debajo de Cerro Blanco hay un lago subterráneo como un depósito regulador que no se llega a terminar», comenta respecto de una de las grandes dunas de Latinoamérica, situada junto a la ciudad de Nazca, que alcanza los 2.078 metros sobre el nivel del mar.
En cada tramo se abren «ojos» o pozos para permitir la limpieza y el mantenimiento.
Dos de esos ojos se abren actualmente al turismo en los acueductos de Cantalloc (en las afueras de la población de Nazca), si bien las visitas que antes se realizaban al interior de las galerías quedaron prohibidas por precaución debido a la actividad sísmica de la región.
Según Leo Reyes, guía del Ministerio de Cultura peruano, estos se limpian una vez al año, normalmente en octubre, y el proceso lo lleva a cabo la población local.
«Las 50 familias que viven en la zona son las que se encargan de la limpieza de las galerías. Los hombres, de generación en generación, han hecho la limpieza. Tienen que ser delgados y bajitos para acceder al interior y entran arrodillados. Entran cinco o seis con machete y linterna, sacan la basura, esta se quema en el exterior y vuelve a entrar otro equipo», detalla.
Este ritual de la limpieza para el aprovechamiento posterior del agua se convierte en una fiesta, en la que las mujeres se encargan de llevar la comida que se consumirá, después de las cuatro o cinco horas que dura el trabajo, entre brindis con chicha, pisco o cerveza.
«Al final vuelven todos contentos a casa», bromea Reyes.
De esta manera festiva, la población heredera de aquellos «ingenieros» nazcas agradece a la tierra los regalos que esta le da en forma de agua.