EFE.- Unos trabajan estos días a destajo para limpiar, intentar salvar algo entre los destrozos y abrir las puertas cuanto antes. Otros esperan atados de pies y manos porque no pueden tocar nada hasta que los peritos evalúen los daños. Pero todos tienen claro que no queda otra que "tirar para delante", porque éste es su medio de vida.

Eso es lo que cuenta, por ejemplo, Fidel Revuelta, que después de toda una vida vendiendo helados en El Sardinero, se ha puesto manos a la obra para poder reabrir su quiosco, como otras temporadas, para el puente de San José.

"Me niego a que me venza la naturaleza", dice a Efe Fidel mientras trabaja junto a dos de sus hijas, un yerno y un nieto para tratar de recomponer uno de los quioscos del negocio familiar, una instalación que pesa casi seis toneladas y, pese a ello, fue arrastrada varios metros por el agua.

No es la primera vez que el mar se lleva por delante uno de sus quioscos. Hace ya cinco o seis años las olas arrastraron el que tenían sólo unos metros más allá y, según dice, todavía hoy siguen "peleando" para cobrar los daños.

Recuerda que empezó a vender helados cuando tenía sólo diez años y ayudaba a sus padres, que entonces recorrían la playa con un carrito. Y en todo ese tiempo "nunca" había visto al mar entrar con tanto ímpetu en tierra.

Ahora, a sus 74 años y ya jubilado, Fidel muestra sus manos manchadas de trabajar para recomponer el quiosco, porque de estos puestos de helados viven ahora sus cuatro hijas.

Siguiendo el mismo paseo, unos metros más allá, hay otra familia golpeada por la pérdida de su negocio. Son los hermanos Heras Trueba -María, Alejandro y Basilio-, los propietarios del restaurante El Parque.

El mar ha causado auténticos estragos en su establecimiento y no creen que se pueda salvar nada. Hay que empezar por rehacer toda la instalación eléctrica, arreglar puertas y ventanas… Calculan que les va a llevar mes y medio o dos meses abrir de nuevo y eso, matizan, "tirando por lo bajo".

"No sabes por dónde empezar", señalan mientras esperan que lleguen los peritos porque, hasta entonces, no pueden tocar nada. Y ésa es otra de las preocupaciones, porque no saben cuánto cubrirá el Consorcio de Compensación de Seguros y cuándo lo cobrarán.

De este negocio dependen sus tres familias, pero también, las de los diez empleados fijos que tienen en el restaurante, que en algunos momentos del año alcanza una treintena de trabajadores.

Como Fidel, ellos también recuerdan haber sufrido otros temporales, aunque no de tal "virulencia", y lo mismo repite uno de los socios de otro de los negocios afectados, Fernando Ginel, de la sala BNS y el restaurante Balneario de La Concha.

En su caso, es la tercera vez que el mar se les cuela en la sala de fiestas, así que sabe bien que tienen mucho trabajo por delante y, además, les tocará pleitear por los daños (los del temporal de 2010 tardaron tres años y medio en cobrarlos).

Pero Fernando lo cuenta sereno, porque asume estos embates del mar como una de las desventajas de tener su local en una ubicación "privilegiada". Afirma que no puede echarse "las manos a la cabeza", porque es uno de los "riesgos" de estar en un lugar "único".

Pese a todo, reconoce que "duele" ver cómo ha dejado el mar la sala de fiestas. Prácticamente no ha quedado una sola cristalera en su sitio, a pesar de que están hechas de cristal blindado (tres capas de ocho milímetros cada una).

Su objetivo sería tener la sala abierta para el verano, pero antes, esperan recuperar la cocina para poder abrir el restaurante y la cafetería, si fuera posible, la próxima semana.

Ahora, sostiene, "hay que levantarse y tirar para delante", porque tal como están las cosas, no queda otra, una frase que resume el sentir de todos los afectados.

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