Rubén Villanueva / Responsable de Comunicación de COAG a nivel nacional
Era un día cualquiera en la cafetería de la Facultad de Ciencias de la Información de la Complutense. El aceite resbalaba por los bordes de un generoso bocadillo de tortilla, (generoso de fe y almidón más que de huevo), y el murmullo de futuros plumillas llenaba el aire como el canto de un corral al amanecer. Tenía 18 años recién cumplidos y una idea romántica del periodismo que se parecía mucho al cine en blanco y negro. Hojeaba, con los dedos algo grasientos, un ejemplar de El País, cuando un titular me obligó a detenerme en una noticia agraria: “vamos a ser la mosca cojonera del Gobierno”.
A su lado, una foto de un tipo grande, de gesto fiero, que subido a la cabina de una tractor sostenía un megáfono como si fuera un ariete. Se llamaba Miguel López Sierra. Ocho años después, vería su firma estampada en mi primera nómina como Jefe de Prensa de COAG a nivel nacional, con apenas 26 añitos. La vida, como el campo, avisa antes de florecer.
Miguelón impone antes de hablar. No te da la mano, te la envuelve. Y en ese apretón te trasmite la presión de los 150.000 afiliados de COAG en toda España. En su presencia hay algo ceremonial, como si llevara sobre los hombros no sólo su historia, sino la de generaciones enteras de jornaleros y pequeños agricultores de Cádiz.
Con López descubrí que hay cantes que no se aprenden. Vienen de la tierra, como los brotes del algodón que Miguel acariciaba con la yema de los dedos bajo el sol inclemente de la campiña jerezana, en esa Barca de la Florida donde más que nacer, se amanece. Allí fue donde el quejío se hizo hombre y el hombre verbo: Miguelón, el portavoz de los que nunca tuvieron tribuna, el sindicalista que hablaba a pecho descubierto y calzón quitao. En su voz hay algo de El Beni de Cádiz, algo de la pena festiva de Chano Lobato y de la dignidad sobria de La Perla. Cuarenta años después se apea del estrado como se baja uno del tablao; sin perder el compás.
Con él se va algo más que un dirigente. Se va una época y un estilo propio. El del sindicalismo con acento, con barro e independencia en las botas, con el corazón cosido al campo como un espárrago a su mata. Hoy los discursos se hacen con IA y las asambleas por zoom. Pero Miguel sigue escribiendo sus notas en una libreta, con letra inclinada y tinta azul, como si cada palabra fuera una semilla. “Las cosas importantes se escriben a mano”, me decía mientras que preparábamos cualquier entrevista a medios.
Para la historia quedarán en los registros del Congreso y el Senado míticas frases de sus intervenciones: “sin medidas de apoyo, vamos a estar más muertos que Nino Bravo”, “no necesitamos políticos que para decir la verdad den más vueltas que una cabra atá a una estaca”, “no producimos pan para tanto chorizo”, “nos quedamos sin pastores y mientras tanto importamos cordero de Nueva Zelanda que sabe a carnero de la Legión”. Y un largo etcétera de titulares memorables durante la década en la que fui su jefe de prensa. Había que decirle más veces “so” que “arre”. Una buena historia es la vida sin la parte aburrida.
Ahora que Miguel López se despide, ( o se recoge, que es verbo más andaluz y más justo), vuelvo a aquel bocadillo de tortilla, aquel periódico abierto, y a ese titular que me hizo detenerme como si el periodismo me hablara por primera vez.
Entonces no sabía nada. Ni de sindicalismo, ni de política agraria, ni de megáfonos que sonaban más fuerte que 100 notas de prensa. Pero supe que ese hombre tenía algo. Algo que se entendía sin entender. Treinta años después, lo que parecía una frase provocadora, “vamos a ser la mosca cojonera del Gobierno” ha acabado siendo una declaración de principios. Una manera de estar. De molestar con elegancia. De pinchar donde duele. De saber, que el sur no necesita subtítulos.
Miguel ha sido eso. Una presencia incómoda para el poder y reconfortante para los suyos. Ha sido campo en los pasillos de ministerios y consejerias y esperanza en las manos de los que no salen en los telediarios.
El próximo 28 de mayo Miguel López Sierra dará su último “quejío sindical”. Es el final. Pero también el principio de todo lo que nos dejó. Seguirá liderando con los pies en la tierra.