EFE.- La decisión de terminar con la caza de estos cetáceos está en manos de la Comisión Internacional Ballenera, pero Laura Almarcha, voluntaria de la Asociación en Defensa de la Fauna Marina (Promar), ha asegurado a Efeverde que es «muy compleja» de tomar, porque «Japón compra a los países delegados en esta comisión para que voten en contra».

Desde hace cuatro años, la caza de delfines desata protestas coordinadas a nivel mundial, a las que este año se han sumado 80 ciudades de Europa, América, Asia y Oceanía.

En el caso de España, la principal concentración se desarrollará en Barcelona, primera ciudad ibérica que se incorporó a estas campañas, y a ella se unirán por primera vez Madrid y Mallorca.

Las protestas incluyen manifestaciones frente a las legaciones diplomáticas y consulares de Japón y marchas hacia las oficinas de representación de la Comisión Europea.

Almarcha describe así el comienzo de la caza de delfines: «Por la mañana, salen unos 10 barcos de pescadores que tras localizar un grupo de ejemplares lo asustan dando golpes a las barcas con barras metálicas», una acción que estresa y afecta a su «delicado» sistema auditivo.

Después, conducen a los cetáceos hacia una cala donde encierran a «hasta 200 delfines, como el año pasado, durante una semana entera con la escasa comida que proporcionan los peces de la propia cala».

Allí los examinan adiestradores de delfinarios que proceden básicamente de Asia y América, ya que esta actividad está prohibida en Europa, para «elegir los animales que creen que serán más fácilmente domesticables».

«Más o menos la mitad de ejemplares que son seleccionados morirán durante el viaje a los delfinarios» debido al estrés que han sufrido en el momento de la captura, mientras que la otra mitad disfrutará de una media de vida muy inferior a la de los animales de su especie que viven en libertad.

Los que se quedan en la cala mueren a manos de los pescadores para posteriormente comercializar su carne, pese a que la Organización Mundial de la Salud ha denunciado que ésta suele hallarse muy contaminada por tóxicos como el mercurio y que, por lo tanto, su ingesta no es recomendable.

Estas matanzas se prolongan hasta febrero o marzo, cuando se alcanza la cuota prefijada de delfines que pueden ser cazados y que este año es de 1.937, de seis especies diferentes.

En Europa, a pesar de la prohibición impuesta por las autoridades comunitarias, existe un caso parecido en el Atlántico Norte, en el archipiélago danés de las Islas Feroe donde «aún se matan calderones», otros cetáceos, para comercializar su carne aunque el impacto de este tipo de caza es mucho menor.

Las primeras críticas contra la masacre de delfines en Japón comenzaron gracias a una voluntaria de Sea Shepherd, una organización que los sigue cada año y que «publica las fotos y los vídeos que pueden grabar, porque oficialmente no está permitido filmar», para concienciar del sufrimiento de estos animales.

Almarcha recuerda que los delfines «son animales muy inteligentes, que necesitan estar en libertad y vivir dentro de su propia estructura social, que es muy parecida a la de los humanos».

La voluntaria de Promar hace un alegato contra los delfinarios, porque, a su juicio, «acudir a ellos es apoyar de alguna forma la caza»: «Si no hubiera delfinarios, los japoneses no matarían a esos animales ya que no les saldría rentable», sentencia.

×