Establecieron dos periodos diferentes en la temporada de cosecha: uno primero frío entre enero y marzo, caracterizada por bajas temperaturas y alto grado de humedad relativa, y otro tardío más cálido entre abril y mayo, con temperaturas altas y baja humedad.
Tras la recolección y análisis de los frutos, determinaron que la fresa de la primera etapa fue clasificada como fruta de primera clase, con gran calidad y con buenas características de color y forma para esta variedad, mientras la segunda, obtuvo los requerimientos mínimos pero no fue de primera clase.
Los datos obtenidos de los análisis fueron correlacionados con los datos climatológicos obtenidos de la estación meteorológica localizada a tan solo 3 kilómetros de las explotaciones, lo que ha confirmado una relación directa entre el rendimiento y la temperatura, y entre la radiación solar y el rendimiento.
Según los investigadores, las altas temperaturas incrementan la absorción de vapor de agua del aire y, consecuentemente, provocan la demanda de más agua, por tanto un alto índice de evapotranspiración puede minimizar y disminuir las reservas de agua de la tierra, lo que no reduce la productividad del cultivo, pero sí acelera la maduración de la fruta, suponiendo cambios morfológicos, anatómicos, fisiológicos e incluso bioquímicos en las plantas.
Por último, apuntan que determinadas estrategias fisiológicas y agronómicas, como sistemas de cultivo diferentes, podrían hacer disminuir los efectos de los cambios climáticos sobre la producción de cosecha y la calidad de alimentos.
Alternativas que controlen los cambios de temperaturas y los patrones de precipitación y la frecuencia e intensidad de los cambios climatológicos extremos, permitirían a los productores a minimizar las pérdidas en la cosecha.