José Antonio Turrado / Secretarioo general de Asaja León

Pido permiso para discrepar de la consejera de Agricultura y Ganadería de la Junta de Castilla y León, María González Corral, y de los técnicos del Instituto Tecnológico Agrario de Castilla y León (Itacyl), cuando afirman que la soja se ha convertido, o se está convirtiendo, en una alternativa de cultivo en los regadíos de Castilla y León. Se equivocan también si, como han anunciado, pregonan las bondades del cultivo y se empeñan en metérselo por los ojos a los agricultores, porque este tipo de estrategias han fracasado siempre. Se equivoca la Consejera de Agricultura si se deja arrastrar por una empresa, en este caso Pascual, que va a lo suyo, y que no dudará un instante en dejar tirada a la Consejera, comiéndose sus propias recomendaciones, cuando le interese reducir la oferta de compra o reducir el precio al que paga.

La soja no es interesante en España como no lo es en prácticamente ningún territorio de la Unión Europea, y ello debido a que los rendimientos no acompañan, a que los problemas agronómicos no son fáciles de salvar, a la competencia de los precios mundiales, o a las tres cosas a la vez. Pero es verdad que en Castilla y León hay un grupo de fieles cultivadores que, de la mano de Leche Pascual, siembran cada año unas hectáreas de soja y se supone le sacan una cierta rentabilidad, porque de lo contrario no la sembrarían. Le agradezco pues a Pascual esta iniciativa, como le agradecemos el esfuerzo que ha hecho por solucionar problemas agronómicos y por ayudar a los agricultores a iniciarse en este cultivo.

Pero Pascual no lo ha hecho por altruismo, ni nada que se le parezca, lo ha hecho porque llevan años promocionando una bebida a base de soja, con un importante valor añadido, y necesita materia prima, la soja, para elaborarla, y esa materia prima necesariamente se ha de producir en España, se ha de producir en Castilla y León, porque requiere hacer un seguimiento del cultivo para que se ajuste a la legislación vigente y no pegue un susto al perderse su trazabilidad. Porque de lo que huye Pascual es del riesgo de comprar soja cultivada bajo técnicas de organismos modificados genéticamente (OMG), que es como se cultiva prácticamente toda la soja en nuestro planeta tierra, una técnica prohibida en Europa y, lo que es peor, temida por un consumidor europeo al que se lo han vendido como algo malísimo incompatible con la vida, aunque no haya evidencia alguna de ello.

Creo que la estrategia de Pascual de aprovisionarse con soja de aquí, al precio que sea, y aun a costa de pagar más para compensar las bajas producciones, es acertada, y cualquiera en su lugar con un mínimo de prudencia y estrategia comercial lo haría. No podemos decir que hasta ahora haya incumplido su relación contractual con los productores, por lo tanto nada que reprocharle tampoco. No creemos que su esfuerzo haya servido, por ahora, para mejorar el comportamiento de la planta en nuestras latitudes. Y no creemos que, más allá de satisfacer las demandas de Pascual, la soja tenga un hueco en el mercado de los productos agrarios de nuestro país.

La Consejera de Agricultura, de cuyas buenas intenciones no dudamos, haría bien escuchando a Pascual y dejar el tiempo correr sin adquirir compromisos que le van a salir mal. Porque cuando a un agricultor se le mete un cultivo por los ojos, con buena publicidad o con legislación propicia, después quiere tener cosecha, y una vez que lo recoge, quiere un precio digno, y eso, seguramente que la Consejera no puede garantizarlo.

La soja es un cultivo oleaginoso de gran consumo cuya torta viaja por todo el mundo para aportar proteína en la alimentación animal y por lo tanto cotiza en los mercados globales. Querer competir con EE.UU., Argentina o Brasil, en agricultura de regadío, y sin emplear tecnología transgénica, es simplemente  ensoñar.

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