Los datos de pluviometría indican que las últimas lluvias importantes en la mayor parte de las comarcas cerealícolas, como el Baix Empordà y Osona, fueron entre los días 22 y 25 de noviembre de 2021, hace poco más de tres meses. Según un comunicado del Servicio Meteorológico de Cataluña, a fecha del 1 de marzo el período de sequía ya llegaba hasta 96 días a comarcas como la Anoia, con mucha superficie de cultivo de cereal, y supera los 50 días en muchos puntos del litoral y prelitoral.Por eso, desde el IRTA advierten de que la sequía de los últimos meses podría afectar a la producción del cereal de invierno, sobre todo al trigo y la cebada.

A partir de estas fechas, las precipitaciones han sido escasas y muy inferiores a las habituales. En los observatorios meteorológicos de estas zonas la pluviometría total mensual registrada durante diciembre y enero ha sido bastante inferior a 10 mm y la falta de lluvias ha continuado durante buena parte del mes de febrero. Es una situación que está causando alarma entre los productores agrícolas por los efectos que pueden derivarse del estrés hídrico en los cultivos, porque la sequía condiciona el crecimiento de las plantas y limita la absorción de los nutrientes, principalmente del nitrógeno.

El equipo de investigadores del programa Cultivos extensivos sostenibles del Instituto de Investigación y Tecnología Agroalimentarias (IRTA) ha analizado la situación para evaluar los posibles efectos de la sequía invernal. En los primeros estadios de crecimiento del cereal, la humedad y la preparación del suelo son factores clave para que el grano pueda germinar de forma correcta. «Las lluvias de octubre y noviembre han ayudado a emerger los cereales en la mayor parte de las zonas. Sin embargo, en algunas parcelas hemos observado un nacimiento irregular debido a la mala preparación del terreno, sobre todo cuando ha quedado aterrado porque se ha trabajado en condiciones demasiado húmedas, sumando la falta de precipitaciones posteriores», aclara Joan Serra, investigador del IRTA, que advierte de una caída de la producción del cereal de invierno.

Una vez nace el cereal, todavía necesita poca agua hasta que comienza el encañado, que es como se conoce el estadio previo al espigado. En esta fase, la duración del día es aún corta y las temperaturas no son muy altas. Sin embargo, la falta de agua puede retrasar el crecimiento y favorecer la aparición de amarillos en las hojas más viejas. «Si hay estrés hídrico durante el ahijamiento se puede reducir el número de ahijados y, en consecuencia, la densidad de espigas final, que puede ser limitante cuando los valores descienden por debajo de unas 400 o 500 espigas/m2 en trigo blando», añade Serra.

A partir de la fase del encañado, el cultivo necesita más agua, sobre todo a partir de la aparición de la hoja bandera, la última hoja que se despliega antes de que salga la espiga. En este estadio la falta de agua puede rebajar el rendimiento de las plantas, reducir la densidad de espigas, disminuir el número de granos por espiga (la fertilidad) y hacer que los granos estén menos llenos. «El estrés hídrico hace que las plantas crezcan menos y que las hojas adopten una apariencia más erecta. Además, algunas cogen un color amarillento y las hojas más viejas se secan», constata el investigador del IRTA. Según estos indicadores, todavía es pronto para conocer los efectos directos en la producción de cereales. Sin embargo, «si en los próximos días hay precipitaciones, los cultivos podrían recuperarse; si no llueve y seguimos con condiciones de sequía, las pérdidas podrían ser muy notables», concluye Joan Serra.

EL IRTA ESTUDIA LOS EFECTOS DE LA SEQUÍA EN MIL PARCELAS DE CEREAL

El programa de Cultivos extensivos sostenibles tiene una plataforma experimental en el municipio de Sucs, Lleida, que este año acoge 1.000 parcelas de trigo, cebada, avena, habas y guisantes sometidos a condiciones de sequía para estudiar cómo se adapta la producción del cereal de invierno. «Queremos identificar las variedades más competitivas en condiciones de carencia de agua, pero que a la vez sean capaces de adaptarse a futuras condiciones, cuando las lluvias sean más abundantes», explica Marta da Silva, jefe del programa de Cultivos extensivos sostenibles del IRTA.

Con estos ensayos, estudian las propiedades de los cultivos que hacen que se adapten mejor a la falta de agua, pudiendo identificar estos caracteres e incorporarlos a las nuevas variedades. «En nuestra actividad científica también utilizamos la mejora genética para seleccionar nuevas líneas con potencial de registro y que tengan un mayor rendimiento en condiciones de sequía. La adopción de estas variedades permitirá al agricultor minimizar los riesgos de pérdidas causadas por la sequía», concluye la investigadora.

  • Los datos y la información técnica se pueden consultar en este artículo, publicado en el portal Extensius.cat.
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