El Pais.- Desde la noche de los tiempos, el ser humano es fruto de la escasez. La falta de alimentos, refugios o tratamientos para las enfermedades han dibujado su día a día durante miles de años. Solo hace pocas décadas que vivimos en la sobreabundancia. Pero de pronto nos hemos despertado. Y como en aquellos lejanos días, volvemos a preocuparnos por lo más esencial, el agua; y por su carencia, que en España es un problema acuciante. La Comisión Europea advertía en marzo pasado que grandes zonas de nuestro país reciben menos de 200 milímetros de agua dulce al año, cuando la demanda es entre tres y diez veces superior. Esto impacta en la población, pero también en la economía española y en sus empresas. Sobre todo en aquellas que son muy intensivas en el uso de este recurso. Pensemos en las agroalimentarias, textiles, turísticas o químicas. Y si tenemos en cuenta que ya sufren las consecuencias de un consumo anémico, ¿podrán sobrevivir a esta nueva vuelta de tuerca?
Los expertos de KPMG lo resumen en seis concisas palabras: “Sin agua, ni producto ni negocios”. Al fin y al cabo, este elemento interviene en los procesos de producción de la mayoría de las industrias. La primera consecuencia es que encarecerá sus artículos y servicios. Pero llegan las cuestiones. ¿Pagará el consumidor, una vez más, esta resaca económica del agua? ¿Qué empresas y cómo se verán más afectadas? ¿Tendrá una repercusión directa sobre la riqueza nacional?
Algunas de las respuestas residen en la arena de la playa. Convertido el turismo, junto con las exportaciones, en el gran motor de la prosperidad de esta vieja piel de toro, que “en determinadas zonas costeras, con mínimas precipitaciones, algunos hoteles consuman entre 300 y 500 litros de agua por habitación y día es un problema económico de primer orden”, valora José Luis Blasco, socio de Cambio Climático y Sostenibilidad de KPMG. Y reconoce que hay bastante preocupación en las empresas del sector.
La agricultura se lleva el 70% del consumo de este elemento en España
No es para menos. En la gestión correcta o incorrecta de este elemento muchas compañías se juegan su supervivencia. “Las empresas más expuestas a este riesgo hídrico son las que captan el agua del entorno natural [pozos y aguas subterráneas] y no de la red pública”, advierte Ángel Teso, director de Medio Ambiente de Exeleria. Y estas, en principio, son la gran mayoría. Empezando por la industria química —que es la principal consumidora de agua (con permiso de la agricultura) de este país—, la cual utiliza, según datos de 2008 del Instituto Nacional de Estadística (INE), más de 500 millones de metros cúbicos anuales, de los que 450 millones son de captación propia. Le siguen la actividad papelera (por encima de 300 millones de metros cúbicos anuales, casi todos de captación propia) y el sector de alimentación y bebidas (más de 200 millones anuales y un 65% de recursos naturales).
Pero este es el entorno macroeconómico donde sucede el viaje del agua, el detalle nos lleva a compañías como Coca-Cola, que se enfrentan a este elemento como a un desafío. “La escasez y su coste nos impactan mucho”, admite Juan José Litrán, director de relaciones corporativas del refresco azucarado. También avanza el volumen (6.213 millones de litros) que consumen al año las plantas españolas. Una cifra elevada que revela el manejo de un elemento muy sensible. Tanto es así que guardan reservas propias para evitar que la producción se detenga, por ejemplo, en caso de catástrofes.
La estrategia de la firma de Atlanta es clara: reducir el consumo. Algo complicado. De hecho, este ejercicio tenía el objetivo en nuestro país de rebajar un 20% este gasto frente a 2004. Sin embargo, ante la dificultad —que la propia empresa reconoce— de alcanzar la cifra han prorrogado el plazo dos años. Por si se lo están preguntando, Coca-Cola en España gasta 2,08 litros de agua para producir un litro del refresco. La media mundial es de 2,16 litros.
Estos números ponen en contexto la fragilidad de las empresas frente al agua y cómo la sociedad permite pocas frivolidades con ella. Muchos recordarán el mal trago que la propia Coca-Cola pasó en Inglaterra cuando en 2004 se supo que utilizaba el agua de la red (algo permitido) para algunas de sus aguas envasadas. “Cuando a una compañía de refrescos se le critica no es por el precio del agua, sino porque está compitiendo por ese recurso con la población, que lo reserva para su consumo”, advierte José Luis Blasco, de KPMG. Y precisa: “No es un problema que afecta solo a la cuenta de resultados, va más allá. Hablamos de un déficit de legitimidad. Es el cuestionamiento de su propia actividad en esa zona o país”.
Esta reflexión nos advierte de que si no se gestiona con diligencia el agua, y sus beneficios, esta se escurre entre los dedos. “Las compañías que menos consuman estarán mejor situadas en el mercado”, apunta José Luis Blasco. Y es en este momento cuando entra en escena el precio. En España un metro cúbico de agua costaba en 2010 (según el INE) una media de 1,51 euros, mientras que en Dinamarca o Alemania oscila entre cinco y seis euros. La diferencia es que los precios nórdicos recogen los costes reales de reciclaje y tratamiento. Así que nadie lo dude, poco a poco nos acercaremos a esa Europa más cara. “¿Tiene algún sentido que en Cataluña el gasto por habitante y año en telefonía móvil sea de 400 euros y el de agua no supere los 80 euros?”, se cuestiona Albert Martínez, director de Agbar (Aguas de Barcelona) en esa comunidad autónoma.
La compañía Coca-Cola consume 2,08 litros de agua para producir uno de refresco
Llegados a este punto “es evidente que hay exceso de demanda y los precios del agua tendrán que subir. Las tarifas tienden a aumentar por encima de la inflación y, por ejemplo, en América del Norte y el sureste asiático ya muestran incrementos de dos dígitos”, analiza Philippe Rohner, gestor del fondo de inversión especializado en agua Pictet Water. Y añade: “A largo plazo, el precio del agua aumenta de media al año más rápidamente que el petróleo y con menos volatilidad”.
Pero lejos del frenesí industrial, la gran esponja del agua en España es la agricultura, que se lleva el 70% del consumo. El INE nos cuenta que en 2010 (últimos datos que maneja) el campo consumió 16.118 hectómetros cúbicos de agua de regadío. Un 1,3% más que el año anterior. De ese volumen casi la mitad lo absorbieron los llamados cultivos herbáceos (cereales, leguminosas, arroz, maíz y plantaciones forrajeras). Sin duda es aquí donde más se notan los efectos de la escasez. Y su repercusión en el sector agroalimentario es palmaria. Andrés del Campo, presidente de la Federación Nacional de Comunidades de Regantes (Fenacore), los recita como quien recurre a un doloroso mantra. “Importante pérdida de competitividad y de riqueza agraria, cambio de los cultivos de regadío por los de secano —que tienen menos necesidades de agua y energéticos, pero a la vez también un rendimiento cuatro veces inferior—, caída de los ingresos brutos y una disminución de la mano de obra adicional”.
La tierra es muy sensible al clima, a la demanda y a los gastos, y si bien la introducción de nuevos sistemas de riego localizado han ahorrado cerca de 2.000 hectómetros de agua al año, “también necesitan un mayor consumo energético, por lo que los costes de producción se han disparado”, denuncia Andrés del Campo.
Esto es lo mensurable, porque este elemento también esconde un lado menos transparente. Los expertos hablan con preocupación del problema del “agua oculta”. “Cuando importamos uvas, pensemos en Chile, lo que realmente hacemos es importar el agua que contienen y esta no sabemos en qué condiciones se ha extraído o de dónde”, advierte Gustavo Duch, coordinador de la publicación Soberanía alimentaria. “Lo único cierto es que es una forma de hacerse con los recursos de otras poblaciones”.
El precio de este líquido aumenta de media al año más rápido que el petróleo crudo
Como vemos, pocos elementos nos aparecen estos días tan vitales y a la vez vulnerables. Así que cuando el INE detalla que en 2010 los sectores industriales consumieron en España 675 hectómetros cúbicos, casi el 20% del total (3.393 hectómetros, en los que no se incluye a la agricultura), hay que valorar el relevante peso que tiene dentro de la economía española.
Sin embargo, Pedro Arrojo, portavoz de la fundación Nueva Cultura del Agua, cambia el paso a esta argumentación y cree que España y su economía no tienen un problema de cantidad sino de calidad. “El gran drama del siglo XXI”, asegura, “es de calidad, porque se ha quebrado la salud de nuestros sistemas acuáticos y acuíferos”. Y traza su particular topografía del desastre. La subida de 2 ºC como consecuencia del cambio climático provoca un aumento fortísimo de la evapotranspiración (el agua que necesitan para vivir) de las plantas. ¿Consecuencia? El mismo cultivo ahora consume más agua y los ríos pierden caudal. Hasta el 30% en las tres últimas décadas. Y como si fueran fichas de dominó, al llevar menos agua, cae la disponibilidad de líquido embalsado, por ejemplo, para generar electricidad. Y esto afecta a la industria.
Así lo corroboran los números de Red Eléctrica de España. Entre enero y octubre de este año, la aportación de la energía de origen hidráulico a la cesta energética del país fue de solo un 7,1%, frente al 11,2% del mismo periodo de 2011 o el 17% de 2010. En la realidad, es la séptima fuente en importancia tras la nuclear. Un puesto muy retrasado. La ecuación es sencilla. Menos agua, menos electricidad; con lo que “pierde peso una forma de generar energía relativamente barata. Lo que en parte justifica el encarecimiento de la tarifa de industria y hogares”, reflexiona el consultor independiente Enrique Alcat.
Desde luego algo tiene que cambiar en la industria, porque existen procesos que consumen una cantidad tan ingente de agua que es inasumible. ¿Cómo es posible que para producir un kilo de oro, según los datos que cita Elaine Prior, analista de Citigroup, sean necesarios 716.000 litros de agua? O que una tonelada de uranio requiera 505.000 litros. Esta aritmética del despilfarro alcanza al níquel (107.000 litros por tonelada) y al cobre (172.000 litros por tonelada). Pero también a productos tan cotidianos como un café, que requiere 140 litros de agua desde que se produce hasta que llega al consumidor, o unos vaqueros, que consumen 10.000 litros.
Solo el 0,25% del agua del planeta es potable y la mayoría está en glaciares
Porque el despilfarro es quizá el verdadero coste del agua para la empresa española. “El impacto directo debido a la subida del precio del líquido será mínimo; donde sí notarán un fuerte aumento, sobre todo papeleras, eléctricas y químicas, es en el coste del saneamiento, y este será tanto mayor cuanta menos agua tengamos en los ríos y más contaminados estén”, advierte Pedro Arrojo. Un número. Depurar dos veces el mismo litro de agua pueda costar hasta 40 veces más frente a su valor inicial en el grifo.
El agua tiene muchos enemigos, y la economía de mercado, al menos en su versión actual, ha aprendido a empaquetarla y venderla como cualquier otro activo, por esencial que sea para el ser humano. “Invertir en agua puede convertirse en un negocio en el futuro de alta rentabilidad, pues será más cara que el petróleo”, reflexiona Juan Pedro Zamora, analista de la casa de Bolsa XTB. Al fin y al cabo, cumple con la dudosa lógica del mercado. En primer lugar, es escasa. Solo el 0,25% del agua del planeta es potable. Y la mayoría se encuentra bloqueada en glaciares y permafrost. En segundo término, la demanda crece imparable. Según 2030 Water Resources Group, una división del Foro Económico Mundial, la petición mundial de agua dulce superará cuarenta veces la oferta en 2030.
Con estos antecedes, poco sorprende que haya quien propugne la creación de un mercado de futuros del agua, como ya existe del trigo o del maíz. Algo que genera también rechazo. “Un juego de apuestas sobre el agua dejará secas a las cosechas y empujará los precios mundiales de los alimentos por encima de sus máximos de los últimos cinco años”, advierte Frederick Kaufman, colaborador de la revista Nature. Para algunos es como si Wall Street quisiera transformar la madre naturaleza en un casino, con fichas, eso sí, muy rentables. Las 300.000 empresas que existen en el mundo relacionadas con los servicios del agua facturan 500.000 millones de dólares (393.391 millones de euros), solo 200.000 millones menos (157.356 millones de euros) que las farmacéuticas. La escasez genera negocio.