José Carlos M. Blanco / Jefe de Prensa de COAG CyL
«Si la vorágine de los nuevos tiempos nos deja muy claro que nada será como fue, ¿podría ser ingenuo pensar que en el futuro inmediato todo seguirá como hasta ahora? Sea como sea, la manifestación de hoy en Bruselas tiene todo el sentido del mundo porque manifestarse es hacer Europa. No cabe en ninguna cabeza sensata una Europa norteamericana: sin derechos y sin protección».
Aquellos soldados españoles que batallaban contra las tropas de Napoleón en las montañas leonesas y pusieron de moda el cocido maragato puede que no hubieran leído a Aristóteles, pero conocían a ojos cerrados su filosofía: primum vivere, deinde philosophari. O sea, primero vivir, después filosofar. En esa máxima aristotélica pensaban cada vez que bajaban del monte Teleno a las ventas de la comarca, con el tiempo tasado para dar cuenta de un cocido. Sabían que el ardor guerrero tarda un suspiro en extinguirse frente al vino berciano y al guiso maragato, y que el ejército gabacho olía el puchero à plusieurs kilomètres: no tardaría en presentarse en la fonda con los mosquetes y las bayonetas. Por tanto, los soldados españoles primero vivían, o sea, se abrochaban la fuente de carne: lacón, oreja, tocino, costilla, gallina, morcillo, y luego si había tiempo, o sea, si el gabacho no asomaba su palmito por la paramera, filosofaban; esto es, se comían la sopa del cocido.
Lo mismo ocurría con los cosacos del ejército ruso que guerreaban en París a principios del siglo XIX. Entraban en los restaurantes (un negocio de reciente creación entonces porque los cocineros franceses se habían quedado sin trabajo después de que los sans-culottes pasaran por la guillotina a toda la aristocracia francesa, sus jefes y clientes para quienes guisaban en sus casas) y a grito pelado pedían la viande así: ¡bystra! ¡bystra! ¡bystra!, O sea: rápido, rápido, rápido, que es lo que significa en ruso. Igual que sus homólogos maragatos, temían que el ejército francés los pillara en pleno refrigerio. Después los restaurantes de comida rápida quedaron bautizados como bistros o bistrós en francés.
¿Qué queremos decir con todo esto? Pues que la guerra y la alimentación, por ende, la agricultura y la ganadería, se llevan fatal. Y la guerra, la gane quien la gane, siempre la pierde la comida. O sea, ¿es conjugable el trinomio paz, PAC y pan? Veamos.
Desde que la presidenta de la Comisión Europea, Úrsula Von der Leyen anunciara el pasado julio su propósito de damnificar el presupuesto de la próxima PAC 28-34 para quintuplicar los fondos destinados a Defensa, seguridad y geopolítica, los agricultores y los ganaderos no hemos parado un segundo de poner el grito en el cielo; de condenar la poda ursulina con la idea de revertir tan descabellado propósito que haría trizas al campo y al medio rural europeo; y de apuntar a Defensa como la cartera competidora en el reparto de fondos de la UE. De ahí los eslóganes que hemos manejado como “cambiar PAC por guerra”, o “alimentos por armamentos” o “tanques por tractores”. Pero vivimos en la era de la aceleración. Las tecnologías informativas crean un mundo nuevo cada día. Los contextos vuelan.
Hoy el contexto se ha ampliado: ya no es solo la defensa nuestra competidora en el reparto del botín de 2 billones de euros con los que cuenta la UE para atender sus políticas comunes. De golpe y porrazo, hemos reparado en que ya es Europa entera, su existencia, su supervivencia, su cultura, su civilización, la política que más atención urgente requiere. La PAC salva el campo, sí, pero hoy los euro prebostes sueñan con otra política común que salve a Europa entera, cuyos confines son más amplios que los que ocupa la agricultura y la ganadería. Cada vez seremos más en la mesa a la hora de servir la comida porque de repente todo comienza a ser estratégico y, en estas lógicas, agricultores y ganaderos somos cada vez más pequeños. El momento en el que vivimos hoy es tan inédito que nadie puede ni siquiera aventurar un desenlace.
El presidente de los EE. UU., Donald Trump (un tipo que crea un contexto cada vez que habla, dado su poder) acaba de presentar su Estrategia de Seguridad Nacional, una especie de hoja de ruta geopolítica sobre las prioridades de su país en la legislatura. El informe trae una sorprendente afirmación, que en realidad debería sorprender poco viniendo de Trump, campeón mundial de las invectivas: que los problemas económicos de Europa quedan “eclipsados por una preocupación mayor, que es la perspectiva real de la desaparición de su civilización”, cosa que sucedería en los próximos 20 años. ¿Es un dislate? Sin duda. Pero un dislate que pone el dedo en la llaga sobre los hechos que nublan el horizonte del Viejo Continente. Los más reputados analistas de la geopolítica mundial han concluido que Trump tiene razón; que, aunque las causas que aduce el mandatario para justificar el desastre europeo son un disparate (emigración, democracia, etcétera,) la conclusión de su silogismo es perfectamente válida: Europa está frente al precipicio y a dos minutos de dar un paso adelante. Y otro mesías redentor de los nuevos tiempos, Elon Musk, dice sobre la Unión Europea que “hay que abolirla”. La gran potencia colonizadora de los últimos quinientos años es hoy una colonia militar, tecnológica y económica de los países que tiran del carro de la riqueza mundial. ¿Y qué ha de hacer para recuperar el brillo del pasado? O al menos, para sacudirse el aliento en el cogote de Trump, Putin o Xi Jinping? Muy fácil: independizarse, lo cual es tremendamente difícil.
Para recuperar la soberanía Europa necesita una potente estructura defensiva y un despunte tecnológico considerable, y estos dos pilares según los expertos, habrán de erigirse sin que la población europea se eche en brazos de las opciones políticas radical-populistas, en tanto que son Caballo de Troya de Trump y de Putin en Europa. Las formaciones ultras son defensoras de las turbulencias sociales porque pescan ahí prosélitos; pero la turbulencia es el peor escenario para la estabilidad económica. O sea, Europa tendrá que empaparse de praxis: la praxis que defiende Mario Draghi, por ejemplo, que ya dejó escritos en su informe por la competitividad europea los diez mandamientos que necesita el continente para emerger.
En la cuestión defensiva, por ejemplo, pregúntenle al Canciller alemán Friedrich Merz, cuantos fondos podrá aportar a las arcas agropecuarias de la Política Agraria Común tras cumplir su sueño de crear un ejército de 460.000 jóvenes efectivos, 200.000 de ellos reservistas y pagarles 2.600 euros brutos mensuales. Y esta idea del ejército no es una exclusiva teutona: en la misma misión están Francia, Italia, Letonia, Suecia, Lituania y Croacia.
Emmanuel Román, responsable de Pimco, la mayor gestora de renta del mundo se refería al tema aduciendo que Europa está condenada a reducir su Estado del bienestar; que tiene un nivel de deuda excesivo; que o crece a cotas muy elevadas o ha de recortar gasto público y que no se puede esperar más. Concluye Román explicando que Europa ha de poder competir y dejar de ser un lugar de vacaciones para los turistas chinos.
Ah, el turismo, ese gran cáncer de las economías, que sin embargo es promovido por todas las administraciones con el apoyo mostrenco de una población que luego llora por sus sueldos miserables y su incapacidad para comprar una casa.
Amenaza tormenta. Esta revolución tecnológica y defensiva que necesita Europa para sobrevivir se va a dejar muchos pelos en la gatera. ¿Quién será la víctima? La protección social. Por ejemplo: las pensiones ya están en el ojo de la mirilla del fusil aniquilador. En Alemania, los jóvenes de la CDU, el partido del canciller Merz, a punto estuvieron de romper el acuerdo de la coalición de mantener el nivel medio de las pensiones en Alemania aduciendo que perjudica a los jóvenes y que no contempla el cambio demográfico. A los jóvenes en España también se les oye clamar contra las protecciones de los viejos. Alegan que por qué, ellos que cobran 1500 euros, tienen que pagarle el autobús a una persona que gana 2.500€. Los jubilados españoles ganan 1.500€ de media. Y los prebostes de la economía mundial, que viven en las alturas y por ello ven muy nítidamente los horizontes, también son pesimistas: “no estoy seguro de que (en Europa) tengan que aumentar las pensiones. Entiendo lo traumático que es, pero simplemente, no funciona”. Ha expresado el antes aludido Emmanuel Román.
«Para hacer la guerra se necesitan tres cosas, dinero, dinero y dinero», dice el mediático historiador italiano Alessandro Barbero. De acuerdo, pero no es solo la guerra, o al menos, la intimidación (tener un arsenal suficiente para que el agresor se lo piense dos veces); Europa necesita también alcanzar la soberanía tecnológica. El medio especializado hinvenet lo explica así: “la dependencia de Europa de las tecnologías digitales importadas se ha convertido en una importante vulnerabilidad estratégica, que enfatiza aún más la necesidad de soberanía digital”. Y así: “un asombroso 92% de la infraestructura de nube de Europa está controlada por empresas estadounidenses, lo que pone de manifiesto la urgencia de reducir esta dependencia”. Y, por último, así: “lograr la independencia de los gigantes tecnológicos extranjeros requiere una estimación de 300 000 millones de euros de inversión” en Europa.
También son cruciales para que Europa recupere su esencia ( y no olvidemos que Europa es imprescindible en el mundo; sin Europa las dictaduras se dispararían y aniquilarían las escasas democracias existentes) las soberanías energéticas: el 40 por ciento de la energía siempre ha venido de Rusia, y según los expertos tampoco es solución la inversión en tecnologías maduras como las placas solares (China ya tiene el 80 por ciento del planeta) sino investigar en emergentes, como las baterías; la soberanía tecnológica: Europa está a la cola de la fabricación de semiconductores pues el 80 por ciento se fabrican fuera de la UE; en soberanía empresarial: son imprescindibles las promociones de préstamos que faciliten inversión. Y por último, hace falta en Europa capital humano: no hay mano de obra. La política migratoria es imprescindible. Por ello, no puede ser una quimera entre disputas ideológicas.
Conclusión: hace falta mucho dinero en Europa. Cantidades mareantes. Y hay muchos frentes que las reclaman. Y hay mucha urgencia en tapar los agujeros por los que el viejo continente hace aguas en las principales materias que sujetan la sociedad del bienestar. Y somos muy pequeños: ya hay varias empresas en el mundo que duplican y casi triplican el PIB de España. ¿Cómo defender la PAC en esta selva?
Esta atmósfera va a generar en el campo la madre de todas las incertidumbres. Aunque a los campesinos, expertos en vadear todas las variables que le acechan, desde las cuestiones meteorológicas hasta la cotización de la bolsa de Chicago, a estas alturas del milenio ya no le sorprenderán estas amenazas. Lo peor es que dado el reseteo que obligatoriamente tendrá que hacer Europa, los euro prebostes van a promover y si no al tiempo, una de las amenazas que los agricultores venimos barruntando y denunciado desde hace tiempo, tal es la uberización de la agricultura. Es muy probable. La recuperación de la economía europea requiere lo que los neoliberales llaman “campeones empresariales”, o sea, firmas con el único objetivo del beneficio, hecho que al campo hará mucho daño. Porque la agricultura es cultura, socialización, medioambiente, pueblos vivos, tradición, calidad, etcétera.
En este contexto que nos espera a la vuelta de la esquina, han de ser posibles las manifestaciones como la de Bruselas. Manifestarse es hacer Europa. No cabe en ninguna cabeza sensata una Europa norteamericana: sin derechos, sin protección, sin lugar para los más débiles: pobres, ancianos, enfermos, emigrantes.
Y por supuesto, agricultores y ganaderos. La agricultura es históricamente el primer hecho humano desde el principio de los tiempos y el más importante. Es una cuestión capital: a rebufo de la agricultura se creó el mundo tal y como hoy lo conocemos. Se creó la sociedad, la civilización, las ciudades, el comercio, el transporte, el lenguaje, Dios, la cultura…todo lo que hoy conocemos. Los agricultores y los ganaderos no pueden desaparecer. Hoy ostentan el sacerdocio de un insigne oficio que consiste en cultivar comida y criar vida. Nada menos.
