José Luis Marcos / Presidente de ASAJA-Palencia

Los dirigentes de la Unión Europea vienen planteando, tras formarse las instituciones comunitarias surgidas de las elecciones de 2024, las estrategias para este mandato en diversos ámbitos de actuación, incluidos el sector agroganadero, la alimentación y el desarrollo rural.

La Comisión Europea ya ha esbozado una visión para el futuro de la agricultura, la ganadería y la producción alimentaria del espacio comunitario, con tres grandes objetivos. En palabras textuales de su web, son «crear un sistema alimentario justo y competitivo que proporcione alimentos asequibles y sostenibles para todos; ayudar a los agricultores [y ganaderos] a superar desafíos como el aumento de los costes, el cambio climático y las interrupciones de la cadena de suministro; y garantizar que Europa siga siendo líder en la producción de alimentos».

La música, sin ser nueva, suena bien. Pero lo importante será la letra que la acompañe: es decir, qué medidas se impulsarán y, sobre todo, con qué recursos económicos financiará la UE los programas para ese triple objetivo, que es muy ambicioso.

CADA VEZ MENOS RELEVANTES

Nos centraremos hoy en la aspiración de proporcionar «alimentos asequibles y sostenibles para todos». La creencia generalizada es que las ayudas de la PAC, por poner el programa más conocido y tangible, sólo benefician al profesional del campo. Sin duda, esas subvenciones constituyen un suelo de ingresos para el sector agroganadero… cada vez más cerca del suelo, dicho sea de paso (o sea, cada vez menos significativas en el total de las cuentas de explotación).

Pero su objeto no se limita a generar parte de la renta del agricultor y al ganadero (a cambio de unas exigencias en el proceso productivo, también cabe recordarlo). El objetivo indirecto de la PAC es frenar el abandono del medio rural, para consolidar a corto, medio y largo plazo un sistema que proporcione alimentos para la población europea a precios asequibles.

SECTOR ESTRATÉGICO

Por eso, se habla de que la agricultura y la ganadería, con la industria agroalimentaria, conforman un sector estratégico. La UE es —debe ser— consciente de que garantizar la alimentación a su ciudadanía constituye un asunto principal, pero sujeto a riesgos. La abundante oferta de alimentos en los mercados, las tiendas y los lineales de las grandes superficies nos lleva a olvidar que ese decorado se sujeta por un hilo más frágil de lo que parece.

Es cierto que los alimentos y muchas otras mercancías se mueven en este mundo contemporáneo a nivel global más que nunca (con el consiguiente coste energético del que, curiosamente, apenas se habla, como si los contenedores llegaran al puerto arrastrados por las olas del mar).

CONDICIONES NORMALES

En condiciones normales, si la UE, y más concretamente si España —donde tanto disfrutamos del placer de la mesa o de la barra del bar—, dejara de producir alimentos, podrían traerse de fuera gracias a ese trasiego del comercio mundial. Seguro que habría menos variedad y calidad gastronómica; pero habría abastecimiento. No obstante, importa volver al inicio del párrafo: si se dan esas «condiciones normales».

Ahora que la cesta de la compra cuesta más que nunca (al menos, en proporción a los ingresos medios), hay que recordar qué sucede cuando se alteran esas «condiciones normales». No hace tanto vimos la botella de aceite de girasol —por citar sólo un producto— a precios estratosféricos a causa de un conflicto bélico localizado, no de una guerra a gran escala. Así pues, con las cosas de comer… pocas bromas. La PAC no consiste sólo en unas ayudas a un sector económico concreto: es la seguridad de una despensa para toda Europa.

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