Jose Manuel De Las Heras / Coordinador Estatal Unión de Uniones
Ahora que ha finalizado la Cumbre del Cambio Climático en Marrakech y que todos los invitados han vuelto a su país de origen, España incluida con la ratificación del Acuerdo de París in extremis, es hora de ponerse a trabajar juntos y pasar al acción, implantando medidas que miren de verdad, no sólo al beneficio de las industrias, a frenar y reducir todo lo que se pueda el cambio climático. Ya veremos qué pasa con Estados Unidos tras las declaraciones que hizo Trump ayer respecto a fuentes de energía como el carbón o el fracking.
Porque el cambio climático existe, no son los padres. Y lo vemos cada vez que nos llegan imágenes del deshielo del Ártico y cuando, si no hacemos oídos sordos, nos enteramos de que ya existen migrantes climáticos que deben abandonar sus tierras porque ya no es posible cultivar nada en ellas. Y más cerca, lo vemos cada año desde hace un par, cuando nos aseguran que el año vivido ha sido el más caluroso hasta la fecha. Lo fue 2015 y lo es 2016.
Nosotros, desde la agricultura, también seremos algo responsables de esto. En nuestra parte. De todos los gases de efecto invernadero emitidos, la agricultura es responsable en España del 11,61%, según publicaba el informe del INE a finales de la semana pasada, con un ligero aumento con respecto a 2008. No son datos positivos, es cierto. Pero no podemos olvidar que los demás sectores han reducido sus emisiones, en gran medida, debido a la crisis, porque han tenido menos actividad; Mientras, nosotros, hemos seguido produciendo porque todos, pese a las desventuras económicas, intentamos alimentarnos, al menos, tres veces al día.
Por otra parte, la Administración a veces no nos facilita las cosas. Venimos reclamando desde hace algún tiempo un Plan Renove para nuestro envejecido parque agrícola. En las casas, en las neveras y lavadoras y en los vehículos en general, se alienta y se apoya desde el Gobierno su eficiencia energética; pero cuando hablamos de tractores o de maquinaria agrícola ya es otra cosa y seguimos esperando un plan, que el Ministerio de Agricultura anunció hace ya casi año y medio, y que podría contribuir a reducir las emisiones de CO2 de nuestro sector en beneficio de todos.
Lo tenemos más complicado para evitar que el ganado, sobre todo el vacuno, lancen, digamos de forma espontánea y natural, sus emisiones de metano a la atmósfera. La solución de reducir la cabaña, o en general nuestra agricultura, al margen del suicidio de un sector productivo, es absurda porque la leche, la carne y los bienes fundamentales de nuestra alimentación que no hagamos aquí, tendremos que traerlos de donde sea, con el consiguiente aporte de emisiones por su transporte, y siendo conscientes, además, de que no necesariamente los de fuera son los que menos contaminan y menos gases emiten. Seguramente más bien al contrario.
Podemos, eso sí, compensar a la sociedad. ¿Cómo? A través de la fotosíntesis. La agricultura es sumidero de CO2 y habremos de potenciar ese papel. Pero también es la víctima más directa del avance del cambio climático y podemos llegar a convocar el COP23 y el 24 y hasta el 50; pero de no adoptarse medidas reales, en el mundo llegará un momento que no haya suficientes tierras cultivables para alimentarnos a todos, ni aunque nos hagamos veganos los 7.500 millones de habitantes del planeta
Intentamos mejorar nuestros procesos, ahorrando y evitando emitir sustancias a la atmósfera todo lo que podemos, pero, a veces, no es suficiente y tampoco nos lo ponen fácil. Continuamos con motores de combustión en muchos usos porque el encarecimiento de las tarifas eléctricas y la supresión de las especiales de riego hacen inviable económicamente su sustitución. No ayuda la ausencia de un contrato específico de regadío, largamente reclamado por nuestra organización, que nos evite pagar cuando no consumimos. Y si apostamos por generar electricidad y autoabastecernos a partir de fuentes renovables, con la Iglesia hemos topado: impuesto al sol, aunque seamos el tercer país que paga la electricidad más cara en Europa.
La agricultura no puede escurrir el bulto en esto. Pero, los consistorios continúan sin dar salida limpia a esas aguas residuales cuyo aprovechamiento podría ser útil para ciertos cultivos o higienizar granjas, por ejemplo, leemos, además, que las depuradoras españolas no están preparadas para tratar residuos contaminantes y que Europa parece que va a imponernos una multa de 46,5 millones por incumplir, justamente, las normas de depuración en 17 aglomeraciones urbanas, y ya no entendemos nada, o casi nada.
La contaminación que haya generado esa estulticia y desidia de las Administraciones Públicas han pasado durante años desapercibida; pero las vacas ventosean metano y eso se eleva a categoría de problema planetario. Puede que los Acuerdos de París y los mecanismos gestados en Marrakech sean un instrumento útil para que la agricultura contribuya a contrarrestar, como todos y en la medida que le corresponda, los efectos del cambio climático. O que se traduzcan en una carga más económica o administrativa para nuestras explotaciones. Lo veremos a su tiempo. Pero para poner en marcha acciones globales contra el cambio climático se necesita también una perspectiva global, que tenga en cuenta a todos los sectores, no sólo a algunos, y que dote de herramientas a todos también. Si nos quedamos sólo mirando fijamente el culo a las vacas, esto no va a funcionar.
Pues antes de matar las vacas, primemos la extensificación; en lugar de imponer una superficie mínima para cobrar por hectárea y vaca volvamos al modelo de ayudas previo al 2005 en el que se limitaba a pagar una prima de extensificación que parece más razonable y acorde contra el cambio climático, primando a los ganaderos que pastorean más superficie y por tanto mejoran el equilibrio de CO2.