Las gestiones les llevaron hasta una nave en cuyo interior se diferenciaban dos zonas, una para estacionamiento de vehículo y almacén, y otra destinada al obrador donde se preparaban las morcillas.
Esta última estancia contenía tres cámaras frigoríficas donde se almacenaban los productos primarios y, fuera de ellas, cuatro bidones con tripas de cerdo, sin mantener la cadena de frío.
Una inspección al local, en el cual fue sorprendida una persona elaborando una partida de morcillas, permitió descubrir que se trataba de una actividad familiar, en la que supuestamente ellos mismos elaboraban el embutido que después vendían en su propio comercio.
El negocio carecía de Autorización Sanitaria de Funcionamiento y de Licencia de Prevención Medioambiental, ya que, aunque el propietario había solicitado autorización para desarrollar la actividad en 2008, el permiso le había sido denegado.
En el local, que al parecer carecía de las condiciones higiénico-sanitarias adecuadas, se elaboraban mensualmente unos cien kilogramos de morcillas, unas trescientas piezas, que eran vendidas careciendo del etiquetado sanitario correspondiente.