Lorenzo Ramos / Secretario general de UPA

Abrir los ojos antes de que amanezca, incluso en verano cuando las noches son tan cortas, asearte y vestirse sin hacer ruido, para no molestar a la familia, salir de casa a hurtadillas, disfrutar de ese momento mágico de las primeras luces del alba, echar un vistazo al paisaje, el mismo de cada día, solo cambiante por el ciclo de las estaciones y los caprichos del clima. Este año ha tocado seco, cada vez es más frecuente, la verdad, y los tonos ocres se imponen sobre los verdes cuando aún no debería ser así en el breve tránsito de la primavera al verano.

Ya en la calle, mirar el móvil por si hay algún mensaje importante. Coger el coche de faena y salir al campo. Siempre hay algo que hacer. Y en el camino, dando vueltas en la cabeza a las preocupaciones, que son muchas, y también a las ilusiones.

Las más inmediatas que te hacen pensar en cuándo habrá que cosechar, o recoger la fruta para negociar un mejor precio, o echarle el abono orgánico a las viñas que hemos puesto en ecológico, porque tus hijos están seguros de que ese es el mejor camino. O pensar en el buen fin de las ovejas preñadas y cuando y como venderás los corderos.

Y las preocupaciones más de fondo, que te asaltan una y otra vez, sobre el futuro, los años que te pesan cada vez más, las dificultades para pagar los créditos, lo difícil que es todo para gestionar las cosas bien, los trámites de la PAC, los seguros, lo caro que está el gasóleo y la luz y todo lo demás…

Pero, sobre todo, la incertidumbre permanente sobre el futuro. Qué pasará cuando nosotros, mi mujer y yo, no podamos hacernos cargo del día a día ¿Habrá merecido la pena tanto esfuerzo? ¿Querrán los chicos ponerse al frente de la explotación? ¿Preferirán trabajar en lo que están estudiando? ¿Se les quedará pequeño el pueblo?

Y si alguno, por fin, se dedica a lo nuestro ¿Lo hará por convencimiento o por resignación? Porque, no puedes dejar de pensar es que se trata de su vida, no de la tuya, y lo importante es que, hagan lo que hagan, sea con ilusión, empeño y alegría.

Este runrún te ronda en la cabeza mientras llegas al campo, después de recoger a la salida del pueblo a tus dos amigos -son empleados, pero antes que eso, amigos- que llegaron de Guayaquil hace unos años, Carlos y María –por ejemplo– con los que pasas muchas horas al día, que ya han formado una familia en el pueblo, con sus críos en la escuela.

Y cuando llegas, por fin, a la faena, se disipan todas las inquietudes. El paisaje que te acompaña desde tu infancia, el viento, los pájaros, el cereal que ya despunta -resiliente, como se dice ahora, hasta a las sequías mas voraces-, los montes al fondo, tu amigo de siempre que pasa a lo lejos y te saluda con sus 200 ovejas alrededor… Todo ello te devuelve al espejo en que te ves cada día, empiezas a trabajar y se te olvidan los problemas.

De historias similares a esta somos protagonistas hombres y mujeres en los pueblos de toda España, y de cualquier país. Historias que representan lo que se conoce como agricultura y ganadería familiar. Un concepto que cuenta con el máximo reconocimiento internacional y que incluso ahora se debate en todo el mundo a iniciativa de la ONU, durante el Decenio de la Agricultura Familiar.

Con los matices y singularidades de cada país, cada territorio y cada entorno socioeconómico, la esencia del modelo siempre es la misma: personas que viven y trabajan en el campo, con un vínculo directo y personal con la tierra que trabajan y el ganado que cuidan; personas que, a su vez, generan empleo en la gestión de sus explotaciones, fomentando así las economías locales, frenando el despoblamiento, creando vida en los pueblos.

Personas que, con su trabajo, aportan materias primas y alimentos para toda la población. Personas que cuidan y aman su entorno, porque forman parte de su vida y porque en ello les va la rentabilidad de sus pequeños negocios. Personas que somos sostenibles por naturaleza y demostramos una capacidad de adaptación a los cambios más que extraordinaria. Pensando en nuestro entorno más inmediato, solo hace falta comprobar cómo destaca España en superficies y producciones ecológicas, en producciones locales con denominaciones de calidad diferenciada, en diversidad y calidad de alimentos de todo tipo; en gestión de cooperativas para mejorar los procesos locales de transformación y comercialización.

No nos rendimos ante nada ni ante nadie

Y también en capacidad de movilización para exigir lo que es justo. Porque somos personas reivindicativas, luchadoras, que no nos rendimos ante nada ni ante nadie. De ese sabemos algo en la Unión de Pequeños Agricultores y Ganaderos, porque somos la organización que agrupa, defiende y representa a la agricultura familiar en España.

Nacimos, tras la dictadura franquista, con la España constitucional, y desde entonces hemos conseguido muchas cosas, desde la modulación de las ayudas de la PAC a la Ley de la Cadena Alimentaria tras muchos años de pelea por los precios justos. Pero, sobre todo, hemos conseguido poner en igualdad el trabajo entre los hombres y las mujeres en el campo, con hitos como la titularidad compartida y el trabajo en todos los ámbitos desarrollado por las compañeras de FADEMUR.

Y, además de reconocimiento y apoyo, la agricultura y la ganadería familiar estaban y están necesitadas de información, análisis y debate con el resto de la sociedad. Ese fue el objetivo d UPA cuando en 1994 editó su primer Anuario, así como la puesta en marcha de la Fundación de Estudios Rurales.

En 2023 llegamos, por tanto, a la edición número 30 de nuestro Anuario, con mucho conocimiento acumulado y todo el agradecimiento para las y los académicos, expertos, profesionales y técnicos que nos han aportado en estos años, con más de 600 artículos, su visión de nuestro mundo, ayudándonos con ello a comprender mejor el presente y afrontar con más decisión el futuro.

Y si algo podemos concluir de todo esto es que la agricultura y la ganadería familiar no es solo un concepto genérico, sectorial, económico o productivo. Es un concepto formado por las personas que nos dedicamos a esto y embarcamos en el reto a nuestro entorno más próximo. Porque no podemos olvidar que la realidad social ha cambiado y está cambiando mucho, de igual forma en las ciudades que en los pueblos. Familias las hay de muchas y diversas formas, con proyectos de vida en igualdad entre hombres y mujeres, con compromisos que se inician, se mantienen o se trastocan y se retoman…

Vivimos, como todas y todos, en mundos complejos, nada resulta fácil. Pero en nuestro caso, la experiencia de los años, compartida con los miles de compañeras y compañeros de UPA en toda España sí que me permite afirmar con seguridad que la agricultura familiar es una energía cargada de futuro, tomando prestada esta idea de ese poeta de fuerza que fue Gabriel Celaya, cuando escribió que la poesía es un arma cargada de futuro.

El poeta escribió esos versos en 1955, desde la lucha progresista frente al franquismo en el interior de España. Y su arma poética quería enfrentarse al horror. Ahora, casi setenta años después, nos vale la metáfora para sustituir arma por energía y sentirnos desde nuestra realidad como Celaya cuando decía en ese poema “quisiera daros vida, provocar nuevos actos, / y calculo por eso con técnica qué puedo. / Me siento un ingeniero del verso y un obrero / que trabaja con otros a España en sus aceros”.

Ahí estamos nosotras y nosotros, trabajando con otros a España en sus aceros, en nuestro caso sacando de la tierra cada día, con el máximo respeto, lo mejor que puede darnos.

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