En un gran reportaje realizado por Mario Beramendi en www.lavozdegalicia.es, en el análisis de la serie histórica puede apreciarse cómo en el período que va de 1995 al 2007, una fase de expansión económica, el descenso medio anual de la población ocupada en el campo se situó en una tasa del 8,5%. En el 2009, con la crisis ya iniciada, se redujo hasta el 4%. Y en los ejercicios de 2010 y 2011 se situó por debajo del 2%. En el 2013, en cambio, subió hasta el 5,1%. Y si se hace el cálculo de la variación interanual de los ocupados en el medio rural entre en el último ejercicio -de junio del 2013 a junio del 2014 – ese ritmo de descenso se acelera y se sitúa ya en el 14%.

    En su último informe sobre la situación económica de Galicia, Afundación, la entidad que gestiona la obra social de la extintas cajas ahora en manos de Abanca, apunta un dato muy revelador: la caída de población ocupada en el campo está alcanzando las tasas más elevadas en los segmentos de población más joven, por debajo de los 45 años, y estaría afectando con una mayor intensidad a las mujeres en el inicio de su vida adulta. Una realidad que oscurece todavía más el futuro demográfico de un territorio ya muy castigado por el envejecimiento y la despoblación.

    Siguiendo la serie histórica, en la agricultura y en la ganadería de la comunidad apenas quedan ahora el 11 % de los ocupados que había en 1985. Un vertiginoso proceso de adelgazamiento que tiene que ver con la propia modernización económica y sus inevitables ajustes, pero en el que influyen ahora otros factores.

    Ante este escenario, son muchos los interrogantes que surgen sobre la viabilidad del medio rural gallego. La crisis de precios, la falta de servicios y la dureza de los trabajos del campo, que requieren constancia los 365 del año, han propiciado el hondo arraigo de un sentimiento que todavía pervive pese a los cambios. Las generaciones futuras siempre vivirán mejor en las ciudades.

    El cooperativismo y las fórmulas de economía social, o las inversiones del sector público, han intentado luchar contra esta realidad. «Imagina una explotación de vacas, que tiene que estar atendida todos los días, 24 horas, y no se puede disfrutar de tiempo libre: asociándonos, con rotaciones de productores, se puede contribuir el que para mí es el más grave problema; los negocios son rentables, pero falta conciliar la vida familiar y laboral», sostiene José López, gerente de la cooperativa Melisanto.

    La dispersión poblacional del campo, con multitud de núcleos diseminados, plantea también un problema de sostenibilidad económica, de prestación de servicios básicos que condicionan la calidad de vida en rural. «Unha parella dun núcleo de Lalín ou Silleda, por poñer un exemplo, que ten un cativo e precisa unha escola infantil depende en todo momento de si mesma para calquera movemento», sostiene Javier Iglesias, responsable de ganadería de Unións Agrarias.

    A lo largo de las últimas décadas, con provisión de fondos públicos y comunitarios, gran parte de la estrategia de los poderes públicos ha ido encaminada a modernizar las tecnologías y los servicios básicos del medio rural, sin que parezca que eso haya servido para detener la vertiginosa desertización del medio rural gallego. Sobre el horizonte planea la necesidad de diseñar una apuesta que permita impulsar aquellos sectores con una mayor potencialidad para generar riqueza y fijar población en el rural. Y de esta forma atraer nuevas actividades de servicios que puedan hacer negocio.

     El empleo en el rural cae ahora un 14 % y por primera vez no llega a 50.000

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