EFE.- La fresa marroquí crece principalmente en la región de Larache (noroeste), donde da empleo a 20.000 jornaleras, pues los empresarios del sector han preferido tradicionalmente manos femeninas para tratar un fruto especialmente delicado.
Encorvadas sobre las plantas y cargando a su espalda una caja de plástico -donde depositan la pequeña fruta torciendo el brazo por detrás-, las temporeras trabajaban larguísimas jornadas bajo los invernaderos sin horarios ni fines de semana, sin derecho a ponerse enfermas ni a un cuarto de baño, por un salario de 50 dirhams al día (5 euros).
Fue en esta región, golpeada por el analfabetismo, el abandono escolar y el conservadurismo, donde el año pasado se suicidó Amina Filali, la niña que fue violada a los 15 años y obligada a casarse con su violador. Es una tierra donde la mujer carece de los derechos más elementales.
Financiado por la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID), la organización Intermón-Oxfam lleva cuatro años ejecutando un proyecto que pasa por "empoderar" a las mujeres mediante algo tan básico como su afiliación a la seguridad social.
"Yo antes no me atrevía ni a hablar con un hombre extraño; y aquí me tienen hoy hablando ante los extranjeros", proclamó hoy Charifa, una joven de 21 años y seis en el mundo de la fresa, que expresaba así el nivel de confianza en sí misma que ha ganado como beneficiaria del proyecto.
"Trabajaba en condiciones lamentables y creía que era normal; solo ahora me doy cuenta de todo lo que he tenido que sufrir", dijo Charifa con desparpajo ante una delegación oficial española encabezada por el Secretario de Estado para la Cooperación, Jesús Gracia, que realiza una visita a distintos proyectos españoles en Marruecos.
Charifa ahora da la cara y todos la aplauden bajo la tienda caidal preparada para la ocasión; pero antes que Charifa otras han tenido menos suerte: las tres primeras mujeres jornaleras que en 2009 se atrevieron a testificar a cara descubierta sobre los abusos laborales o el acoso sexual acabaron vetadas por los patronos de la fresa, y tuvo que ser Intermón-Oxfam quien las rescatara del desempleo.
Entre aquella fecha y hoy mucho ha cambiado en la rica región fresera de Larache: según Abduljalil Larussi, responsable del programa de la ONG, un 60% de las temporeras han sido incorporadas a la Caja Nacional de la Seguridad Social (CNSS), todo un logro en un país donde la afiliación no supera el 10 % en el sector agrícola.
A cambio de renunciar a un 6 % de su salario, la jornalera tiene derecho a una baja por enfermedad, a asistir a un hospital público y a una paga por jubilación, además de subsidios por cada hijo.
Las ventajas son obvias para las trabajadoras, pero ¿y los empresarios? ¿qué ganan regularizando a sus empleadas? Según Larussi, el argumento empleado con ellos fue el hecho de que con la regularización conseguían fidelizarlas y asegurarse así su presencia en los "picos" de la temporada fresera, sin riesgo de que la trabajadora se marche a otro terreno donde le pagan un poco más.
No fue suficiente -reconoce-; hubo que traer entonces a una delegación de importadores ingleses (que consumen el 20% de la fresa exportada por Marruecos) que exigieron a los productores, en reuniones no siempre fáciles, una garantía de que compran "fresa limpia" procedente de prácticas laborales no esclavistas.
La afiliación a la CNSS resultó así el camino más rápido para dignificar el trabajo de estas mujeres, que han aprendido mediante numerosas sesiones de formación a conocer sus derechos laborales y exigirlos, y más tarde a difundirlos entre las aldeas vecinas.
Desde 2009, se han creado 20 asociaciones en la región de desarrollo local, que Intermón-Oxfam apoya siempre que cuenten a mujeres entre sus miembros y directivos.
Claro que queda mucho por hacer, empezando por el transporte: y es que las jornaleras pasan más de dos horas diarias de camino al trabajo en transportes colectivos -una camioneta atestada de gente en el mejor de los casos, un remolque descubierto en el peor-, donde son víctimas frecuentes de acoso sexual.
Las sesiones de sensibilización también han previsto esto, y ahora se forma a las mujeres para que reconozcan y denuncien el acoso sexual.
Muchas siguen sin saber leer, pero al menos comienzan a aprender a saber defenderse.