Joaquín Goyache / Catedrático de Universidad del Departamento de Sanidad Animal, Facultad de Veterinaria, Universidad Complutense /VISAVET, Universidad Complutense
Lamentablemente, las sociedades asumen muchas fábulas que se incluyen en el acerbo popular pese a su inconsistencia científica. Se elevan a la categoría de verdades absolutas que no pueden discutirse. Es verdad que la opinión pública debe estar informada sobre las consecuencias medioambientales del desarrollo sobre la emergencia climática en la que nos encontramos. El sector agropecuario no es neutral en términos medioambientales y los ciudadanos deben ser conscientes de ello. Desafortunadamente, diversos informes que concluyen que la producción ganadera tiene un mayor peso en la producción de gases con efecto invernadero que el transporte, la energía u otras industrias han tenido gran repercusión mediática y social. Muchas veces, el contenido de esos informes se ha deformado y aplicado fuera del contexto en que se realizaron. Y es que no es lo mismo, por ejemplo, la huella climática de la producción animal en un país pequeño con mucha ganadería y poca población (y, por lo tanto, con menos industria y transporte), que en un país más poblado donde el peso del impacto de la producción ganadera es, proporcionalmente, mucho menor. Este estigma afecta especialmente a la producción cárnica que aprovecha grandes extensiones de terreno y a la que se responsabiliza de la deforestación.
Se estima que la producción animal es responsable de entre el 9 y el 14% de las emisiones de gases de efecto invernadero causadas por el hombre. Las conclusiones de los estudios varían enormemente según las metodologías y las regiones en las que se realizan. Se llega a responsabilizar al sector ganadero de producir, globalmente, más del 50% de gases de efectos invernadero. Estos máximos son irreales (por no decir ridículos). Por el contrario, la combustión de combustibles fósiles para energía y transporte es responsable de casi el 65% de las emisiones de gases de efecto invernadero causadas por el hombre.
Lógicamente, la participación de la producción ganadera en la emisión de gases de efecto invernadero es pequeña en los países desarrollados (por ejemplo, se considera que tan solo representa el 3% en los EE.UU) cuyas emisiones se deben, fundamentalmente, al uso de energías fósiles (alrededor del 80% en los EE. UU., siguiendo el mismo ejemplo). Por lo tanto, la producción ganadera contribuye (como cualquier actividad humana) al calentamiento global, pero muchísimo menos que los sectores de la energía y el transporte, por no hablar del gran impacto que en este aspecto tiene la deforestación. Es falaz imputar al sector ganadero una responsabilidad en el calentamiento global que, simplemente, no tiene. Muchos informes simplifican notablemente la situación, exagerando (bien por emplear enfoques metodológicos deficientes o por intereses espurios) los impactos negativos del ganado en el medio ambiente e ignorando los numerosos aspectos positivos.
Frecuentemente, no se tienen en cuenta en los análisis que la producción animal no solo proporciona carne, leche o huevos, sino, también, otros muchos bienes (piel, lana, tripa o estiércol, entre otras) y servicios de valor añadido esenciales en gran parte del globo (fuerza de trabajo para arar o transporte, por ejemplo) que son fundamentales en nuestra sociedad y, principalmente, en los países en vías de desarrollo. Los animales de abasto, por supuesto también en nuestro país, suelen integrarse estrechamente en los ecosistemas como, por ejemplo, fuentes de fertilizante orgánico y consumidores de subproductos de cultivo. Por lo tanto, para estimar con precisión la «huella climática» de la producción animal, se deben valorar las emisiones de producciones alternativas (por ejemplo, estiércol versus fertilizantes industriales, cuero versus fibras sintéticas derivadas de hidrocarburos, lana versus microfibra, etc.).
Consecuentemente, la realidad es muy distinta. La gran mayoría de los países desarrollados no han experimentado en las últimas décadas cambios significativos de uso de la tierra para dedicarlas a la producción ganadera. Indudablemente, este hecho afecta masivamente a las regiones del planeta menos favorecidas; zonas donde una población creciente vive en permanente urgencia alimentaria y demanda una mayor producción de carne. No se tiene en cuenta que la producción ganadera moderna ha experimentado una notable mejora de la eficiencia: el número de animales necesarios para producir los productos que satisfagan las demandas sociales ha disminuido significativamente. Aunque las sociedades desarrolladas asumen lo contrario, la intensificación sostenible de una producción ganadera compatible con el bienestar animal brinda grandes oportunidades para mitigar el cambio climático reduciendo la deforestación, contribuyendo a largo plazo a una utilización sostenible de los ecosistemas. Al mismo tiempo, la investigación más rigurosa debe informar a la sociedad de la importantísima contribución de la producción ganadera extensiva y sostenible a la conservación de ecosistemas de alto valor y la biodiversidad.
El sector ganadero, por su parte, debe esforzarse en evolucionar con la sociedad adoptando métodos de producción transparentes como resultado de una investigación rigurosa y un debate científico y profesional abierto. Por lo tanto, la solución a medio y largo plazo solo puede pasar por la potenciación de la investigación multidisciplinar, que no solo incluya a veterinarios, ingenieros agrónomos y economistas, sino también a medioambientalistas, comunicadores, sociólogos y legisladores, que proporcione soluciones a este problema transversal, colaborando estrechamente con el sector productivo y los gobernantes, para que de este modo puedan diseñar políticas adecuadas para el futuro de un sector imprescindible.
Mientras tanto, se debe profundizar en el debate transparente sobre la producción ganadera y el cambio climático, informando a la opinión pública con mayor precisión, y tratando de contrarrestar, desde el sector productivo y las administraciones, las numerosas informaciones malintencionadas emitidas sin ningún tipo de base científica.