Aurelio Pérez Sánchez / Coordinador de COAG-Castilla y León
Todo el respeto, consideración y aprecio a todos los compañeros que decidieron apostar por la agricultura ecológica, para quienes más allá de ser una forma de producir alimentos sanos, naturales y respetuosos con el medio ambiente, es una filosofía de vida. Rubén y Camino lo expresan perfectamente en una sola frase: cultivando con alma.
Entre tanta gente de bien, comprometida, luchadora y muy trabajadora, siempre se infiltran radicales “medioambientalistas”, “ecologistas”, “defensores de los animales”. Al menos, de una parte de los animales: son capaces de alcanzar el éxtasis cuando se habla de proteger al lobo, pero disfrutan y se regocijan con la muerte de ovejas o terneros.
Nunca hemos visto el más mínimo gesto de solidaridad con los pastores que cuidan y viven de estos rebaños, ni con sus familias, ni con el medio donde desarrollan su trabajo: zonas rurales consideradas desiertos demográficos, que cada día que pasa se alejan más de la civilización a medida que se van deteriorando las comunicaciones terrestres (de internet, mejor ni hablamos). Y con una educación y sanidad tan precarias que convierten a sus habitantes en ciudadanos de segunda. Día a día perdemos calidad de vida y aumenta la brecha social porque se deterioran los dos pilares básicos de la igualdad en un sistema democrático: sanidad y educación.
“Ecologetas” y “medioambientalistas” que viven cómodamente en las ciudades disfrutando de unos servicios de primera; personajes a los que no molesta en demasía el aire sucio que respiran, que no abren la boca para defender los derechos de millones de animales y mascotas que viven en pisos, lugar inhóspito para quienes han nacido para vivir en libertad. Estos radicales intransigentes se permiten el lujo de culpar a los ganaderos de los ataques y daños de la fauna salvaje y de exigir que los ganaderos vivan las veinticuatro horas del día con el ganado. Quieren que retrocedamos sesenta años y vivamos como Paco el Bajo, personaje de Los Santos Inocentes, escrita por el gran ruralista Miguel Delibes, que plasmó a la perfección una gran realidad de la época negra de España.
En el desierto demográfico de la Sierra de la Culebra, provincia de Zamora, vive José Manuel Soto, ganadero, pastor que lleva más de treinta años forjando un futuro para su familia, vivir con dignidad y darle la oportunidad a sus hijas de que puedan elegir su futuro, modernizar y mantener una explotación ganadera de ovino que le permita competir en este mundo tan difícil como globalizado, siempre con una máxima: producir alimentos de calidad y asequibles para la sociedad.
José Manuel es uno de los mejores representantes de COAG en Castilla y León y encarna como nadie los valores de nuestra organización. En mi condición de Coordinador Regional de COAG estaré siempre agradecido por su trabajo, lealtad y, sobre todo, por su compromiso social con esta tierra y en especial con esas comarcas periféricas, despobladas, aisladas y maltratadas por las administraciones publicas. Hoy, todos los que formamos la familia COAG, estamos con José Manuel Soto y su familia y vamos a luchar hasta el final en todos los ámbitos para desenmascarar a toda esa banda de mamarrachos y ecototalitarios que están desarrollando una campaña de acoso y derribo contra él y los suyos, y contra los productos de los ganaderos que habitan en los pueblos de la Sierra de la Culebra.
Vividores como Carlos Soria abanderan esta campaña de insultos y desprestigio inaceptable; tengo la sensación de que este individuo en situación extrema preferiría ver muerto a un ganadero antes que ejercer un control sobre la población de lobos. Ladran como perros rabiosos porque los ataques hacia nuestro compañero no consiguen el daño pretendido, chocan contra el muro de honestidad e integridad de José Manuel Soto.
No pueden decir lo mismo del capo de la ecosecta Lobo Marley, Luis Miguel Domínguez , que por más que se tape con la túnica del medioambientalismo, no puede esconder su condena por estafar a dos ancianos, a los que engañó para hacer una donación de cien mil euros en favor de los animales pero que terminaron en el bolsillo del susodicho.