Los aragoneses consumen una media de 1,58 kilos de garbanzos por persona y año. Una cifra que convierte a Aragón en la segunda comunidad autónoma que más demanda este alimento. Sin embargo, apenas se cultiva. Tan solo se dedican 200 hectáreas a la producción de esta legumbre. Pero esta tendencia puede ir cambiando poco a poco, ya que se trata de un cultivo mejorante capaz de fijar nitrógeno atmosférico en el suelo. Una característica que lo convierte en una alternativa más para la rotación con cereales tradicionales.
“En los últimos 60 años se ha perdido más de la mitad de las hectáreas dedicadas al cultivo de leguminosas en España”, señala el jefe de la Unidad Técnica de Herbáceos del Centro de Transferencia Agroalimentaria del Gobierno de Aragón, Miguel Gutiérrez. “Ese valor ha sido significativo, pero no lo ha sido el tema de las importaciones. Si sigue demandando mucha proteína vegetal”, añade Miguel Gutiérrez. España produce 42.800 toneladas, pero importa más de 52.000.
Una curva descendente que se quiere frenar y que la Red Arax impulsa potenciando las cualidades que tiene el garbanzo en la rotación con cereales tradicionales. Pasos que este año se han iniciado desde Red Arax y con la colaboración de las cooperativas San José de Sádaba y San Licer de Zuera. Aquí se trabaja dos parcelas de ensayo (regadío y secano) donde han sembrado 6 variedades comerciales de garbanzo y 15 autóctonas, y en el caso de Sádaba se ha incluido además una semilla local. De forma periódica se ha analizado el crecimiento de la planta, las afecciones de enfermedades o el número de granos que salen por vaina. Datos que permiten adivinar su adaptación a las terrazas del Gállego y a los campos de las Cinco Villas.
Una investigación que cuenta con el apoyo del CITA. En esta ocasión, las 16 variedades locales de garbanzo que se han sembrado proceden de su Banco de Germoplasma. Aquí se conservan 614 muestras de legumbres. “Esta es la primera vez que se estudia de forma conjunta en campo, con un ensayo de este nivel, semillas comerciales y autóctonas”, destaca la investigadora de la Unidad de Hortofruticultura del CITA, Cristina Mallor. “Queremos analizar las fortalezas que tienen las variedades locales y ver su interés agronómico y también comercial”, añade Mallor quien asegura que uno de los puntos fuertes de las semillas autóctonas es que ya están adaptadas al suelo y al clima del territorio.
A nivel agronómico, el garbanzo es hoy una alternativa real a la rotación con cereales tradicionales. Se trata de una planta mejorante que permite fijar nitrógeno en el suelo. Una característica que beneficia al cultivo que se siembra detrás al contar con una tierra más nutritiva. “Creo que es una oportunidad de innovación, pero también de diversificación del cereal”, destaca Miguel Gutiérrez que además resalta que las políticas europeas van en encaminadas en apostar por el autoabastecimiento y por impulsar la estrategia “De la granja a la mesa”.