Según señala en una nota, las montañas, que existen en todos los continentes y ocupan una cuarta parte de la superficie terrestre, son ecosistemas frágiles y complejos de marcada topografía y condiciones climáticas diferenciadas. Y son generadoras de servicios imprescindibles para la vida, captadoras del más preciado tesoro, el agua: proveen al menos a la mitad de la población mundial de agua para uso doméstico, riego, abastecimiento a la industria y energía hidráulica. Tienen una gran influencia en el clima regional y global al interceptar las corrientes de aire. Tienen un efecto decisivo en los patrones de las corrientes, las precipitaciones y las temperaturas.

     Son el hogar de aproximadamente una cuarta parte de la biodiversidad mundial, y muy ricas en especies vegetales y animales endémicas. “Son fuente de energía sostenible –recuerda Del Álamo-, a través de la biomasa y la madera, y las comunidades que lo habitan son productoras de artesanía, alimentos y plantas medicinales”. Eso sin hablar del ocio: más de 50 millones de personas las visitan cada año. El  disfrute de la naturaleza y sus tradiciones únicas, las convierten en uno de los principales destinos turísticos.

La gestión sostenible de la montaña

      Por esto, el Colegio de Ingenieros de Montes defiende que el desarrollo sostenible de las montañas requiere de una gestión adecuada que permita suministrar bienes y servicios a los habitantes locales, ahora y en el futuro. Bajo una buena dirección en medio ambiente, economía, asuntos sociales, políticos y culturales, el desarrollo sostenible de la montaña permitirá la mejora de la condición de vida de sus habitantes y la garantía de la perpetuación de los ecosistemas. Además, los beneficios de una buena gestión van más allá del territorio de la propia montaña.

       “Una montaña con una buena gestión necesita ser reforestada en las áreas en las que existe degradación forestal, y esa nueva masa podrá proporcionar a los habitantes de la zona, seguridad frente a peligros naturales, ayudará a regular el caudal de las aguas y a mejorar la calidad de las mismas, y de esa mejora se beneficiará, en realidad, la sociedad al completo”, afirma Del Álamo.

Oportunidades económicas

      “El propósito de este siglo debe ser incentivar el impulso de estas áreas, y que ese desarrollo se entienda desde un punto de vista económico pero también ambiental, para garantizar la mejora del entorno natural y el futuro de su biodiversidad”, afirma el Decano de los Ingenieros de Montes. Debido a las dificultades climáticas, ambientales y del terreno, los elevados costes de producción o el coste del transporte, la actividad en la montaña rara vez ha tenido el beneficio de zonas más llanas. Hasta el día de hoy, son muy pocos los gobiernos que han fomentado el desarrollo económico en las zonas de montaña.

      “Sin embargo –mantiene- las montañas son riqueza, y esa riqueza deber ser materializada, monetizada y obtener para ella el mayor beneficio. El capital natural es la base de una economía sostenible y protectora del medio ambiente, y los mercados que lo regulan son ya una realidad”.

      Es el momento de compensar el uso racional de recursos y el sacrificio que ha supuesto su preservación para estas poblaciones durante siglos, y la posibilidad de percibir ingresos a través de los mercados de servicios ambientales parece una buena fórmula, con éxito demostrado en Estados Unidos y en Centroamérica, defiende el Colegio de Ingenieros de Montes.

     Las montañas, y con ellas sus habitantes que realizan un esfuerzo ímprobo en su conservación, ofrecen a la sociedad servicios imprescindibles para nuestro bienestar y supervivencia: asientan las bases para un desarrollo mundial sostenible y la evolución hacia una economía verde. Es el momento de compensarles un favor prestado durante cientos de años.

      Según señala en una nota, las montañas, que existen en todos los continentes y ocupan una cuarta parte de la superficie terrestre, son ecosistemas frágiles y complejos de marcada topografía y condiciones climáticas diferenciadas. Y son generadoras de servicios imprescindibles para la vida, captadoras del más preciado tesoro, el agua: proveen al menos a la mitad de la población mundial de agua para uso doméstico, riego, abastecimiento a la industria y energía hidráulica. Tienen una gran influencia en el clima regional y global al interceptar las corrientes de aire. Tienen un efecto decisivo en los patrones de las corrientes, las precipitaciones y las temperaturas.

     Son el hogar de aproximadamente una cuarta parte de la biodiversidad mundial, y muy ricas en especies vegetales y animales endémicas. “Son fuente de energía sostenible –recuerda Del Álamo-, a través de la biomasa y la madera, y las comunidades que lo habitan son productoras de artesanía, alimentos y plantas medicinales”. Eso sin hablar del ocio: más de 50 millones de personas las visitan cada año. El  disfrute de la naturaleza y sus tradiciones únicas, las convierten en uno de los principales destinos turísticos.

La gestión sostenible de la montaña

      Por esto, el Colegio de Ingenieros de Montes defiende que el desarrollo sostenible de las montañas requiere de una gestión adecuada que permita suministrar bienes y servicios a los habitantes locales, ahora y en el futuro. Bajo una buena dirección en medio ambiente, economía, asuntos sociales, políticos y culturales, el desarrollo sostenible de la montaña permitirá la mejora de la condición de vida de sus habitantes y la garantía de la perpetuación de los ecosistemas. Además, los beneficios de una buena gestión van más allá del territorio de la propia montaña.

       “Una montaña con una buena gestión necesita ser reforestada en las áreas en las que existe degradación forestal, y esa nueva masa podrá proporcionar a los habitantes de la zona, seguridad frente a peligros naturales, ayudará a regular el caudal de las aguas y a mejorar la calidad de las mismas, y de esa mejora se beneficiará, en realidad, la sociedad al completo”, afirma Del Álamo.

Oportunidades económicas

      “El propósito de este siglo debe ser incentivar el impulso de estas áreas, y que ese desarrollo se entienda desde un punto de vista económico pero también ambiental, para garantizar la mejora del entorno natural y el futuro de su biodiversidad”, afirma el Decano de los Ingenieros de Montes. Debido a las dificultades climáticas, ambientales y del terreno, los elevados costes de producción o el coste del transporte, la actividad en la montaña rara vez ha tenido el beneficio de zonas más llanas. Hasta el día de hoy, son muy pocos los gobiernos que han fomentado el desarrollo económico en las zonas de montaña.

      “Sin embargo –mantiene- las montañas son riqueza, y esa riqueza deber ser materializada, monetizada y obtener para ella el mayor beneficio. El capital natural es la base de una economía sostenible y protectora del medio ambiente, y los mercados que lo regulan son ya una realidad”.

      Es el momento de compensar el uso racional de recursos y el sacrificio que ha supuesto su preservación para estas poblaciones durante siglos, y la posibilidad de percibir ingresos a través de los mercados de servicios ambientales parece una buena fórmula, con éxito demostrado en Estados Unidos y en Centroamérica, defiende el Colegio de Ingenieros de Montes.

     Las montañas, y con ellas sus habitantes que realizan un esfuerzo ímprobo en su conservación, ofrecen a la sociedad servicios imprescindibles para nuestro bienestar y supervivencia: asientan las bases para un desarrollo mundial sostenible y la evolución hacia una economía verde. Es el momento de compensarles un favor prestado durante cientos de años.

×