José Vicente Andreu / Presidente de ASAJA Alicante

La Historia se empeñado en incrustar un nuevo marcapáginas este 2022. Atrás quedan esos años en los que nos preocupaban la corrupción y la prima de riesgo. Aquellos problemas parecen ahora dramas de adolesencia a ojos de un adulto maduro: hoy amanecemos con terrores de hace un siglo -guerra, hambre-, situaciones en las que el relativismo es cobardía o mezquindad y que nos ofrecen una visión dura pero clara de cuál es el lado correcto de la Historia.

La invasión de Ucrania ha vuelto a dar sentido a la idea de la UE como un bloque unido, forma que empezó a recuperar hace dos años con la pandemia. En esta inercia reconocemos a la organización internacional a la que un día nos enorgulleció pertenecer y a la que hoy fiamos nuestra viabilidad como civilización. Costó hacerse oír, costó que los socios con más concentración de PIB del Viejo Continente creyeran las reivindicaciones y las necesidades de los países periféricos. Hasta que comprendieron que sin ellos no había Europa. El marcapáginas de la Historia había dividido el futuro en dos lados y sólo uno era correcto, el de la solidaridad.

El pasado domingo 20 de marzo, 3.000 agricultores, ganaderos y cazadores de la provincia no sumamos al medio millón de compañeros de toda España en la ya histórica manifestación en defensa del mundo rural, esa España vaciada donde se produce el milagro de la producción de alimentos para dar de comer a 50 millones de españoles y a otros tantos fuera de nuestras fronteras. La gente que damos vida a las dehesas, montes y valles del país tomamos la Castellana para reclamar que no se puede dar por hecha ni su conservación ni su productividad ni su futuro. Este mundo, anterior al mercado y al dinero, tiene unas leyes distintas a las que rigen lo urbano pero los mismos derechos y necesidades.

El mundo rural se muere si los jóvenes emprendedores se rinden sin ayudas ni servicios y si nuestros mayores padecen sin ambulatorios ni cajeros. Lo que entendemos como campo español no es naturaleza salvaje, sino un pacto biológico y social que no sabe reproducirse sin la acción del hombre. Sostenibilidad es garantizar que quienes lo mantemos vivo permanezcamos en ese 84% de territorio nacional sin urbanizar. Por eso nos unimos todos bajo pancartas que no habíamos tenido que defender nunca pero que forman parte de un todo: los del sur y la costa por la caza y contra la protección del lobo, los del norte y el interior por los trasvases y la ganadería de bravo. Todos por la doble tarifa eléctrica, la aplicación de la Ley de Cadena Alimentaria, el control de costes de producción y la racionalización de la PAC.

La marea humana de la Castellana se ha convertido en una franja que desdibuja objeciones políticas, no desprovistas de argumentos pero vacías de oportunidad cuando la realidad es tan salvaje y urgente que disuelve el gris en blanco o negro. Estamos hablando de nuestra soberanía alimentaria, de la materia prima de muchas de nuestras principales industrias, de cientos de miles de empleos, de conservación de especies. De la zona cero de la mitigación climática.

En estos tiempos, la política no puede seguir poniéndose de perfil buscando quedarse en el medio. Debe elegir el lado correcto en este momento histórico. Es absurdo destinar millones a optimizar el riego con sensores, satélites y software para regadío sostenible a tavés del PERTE y los Fondos Next Generation si no llegan caudales a las tomas de agua de las parcelas. Justo lo que está haciendo la ministra de Transición Ecológica cuando quiere asegurar la sostenibilidad agraria por un lado pero asesta un tajo al trasvase por el otro. Es de miserables promover la etiqueta Alimentos de España en los mismos foros europeos en los que no se tiene valor para exigir la prohibición del producto extracomunitario sin regular que deja el nuestro en el campo mientras ocupa su sitio en camiones y supermercados. Es inaceptable que se capitalicen nuestras manifestaciones mientras no se apoyan las leyes que nos protegen de la usura de los intermediarios.

Este es el grito de la periferia, sin la que las ciudades no son más que islas de cemento desvalidas. Son tiempos duros en los que tenemos la fortuna de comprobar sin distorsión cómo la unión y la solidaridad son la única alternativa a la barbarie. Ahora cobra sentido pleno el lema del 20M: Ahora, y en adelante, todos juntos por el campo.

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