Después de un año de negociaciones, de tiras y aflojas, de insistentes voluntades de que era necesario tener una Norma de Calidad del Ibérico que permitiera dar su verdadera calidad a este producto y que se ‘defendiera’ al consumidor ante los posibles fraudes, resulta que a nadie le gusta la norma aprobada por el Gobierno y que todo ese consenso del que todos hablaban no era más que un gesto de cara a la galería, porque da la impresión que en lo único que están de acuerdo todos es que les gusta el jamón, pero nada más, ni siquiera los nuevos colores que los van a determinar.
Y entiendo que es un problema complejo que hiere muchas sensibilidades sobre las que no quiero hacer más sangre, pero sigo sin entender qué ha pasado desde que se anunciara que el acuerdo estaba cerrado hasta su aprobación en el Consejo de Ministros. O, mejor, lo entiendo demasiado bien, aunque no lo comparta. No cabe duda de que Castilla y León es la comunidad que más va a salir perdiendo inicialmente, pero no por ello se debe crear una norma que les beneficie.
Cuando se discute un proyecto de ley se busca, en primer lugar, el interés general y luego, si se puede, que haya el menor número de damnificados, aunque siempre los habrá. Por eso, me asombra que haya quien, sin ningún rubor, diga que se opone a la Norma porque le perjudica sus intereses. Así de claro, y así de cínico. Todo en esta vida se reduce siempre al dinero, pero pese a quien le pese, no todo debe estar supeditado a sus propios resultados económicos. No es de recibo (o por lo menos a mi humilde entender) que se lleve hablando mucho tiempo de que el 90% del jamón ibérico que se vende es un fraude y ahora nos rasguemos las vestiduras porque se ponen normas para evitar ese mismo fraude.
Si el cerdo puro de bellota sólo alcanza el dos por ciento de la producción nacional, pues ole sus cojones para quien apuesta por la calidad, y no siempre con el beneficio que buscaba. No es de recibo que ahora se critique que muchos cerdos se van a quedar sin ser ’pata negra’, cuando hasta hace unos días (y posiblemente durante los próximos años) se vendían ‘patas negras’ que no lo son y no pasaba nada. Y que esto lo defienda un productor, se puede entender pero no respaldar. Que lo haga una Interprofesional, ya deja más dudas. Que lo haga una política, como la consejera de Agricultura Silvia Clemente, no tiene perdón de dios, porque ella es una persona elegida para defender a los ciudadanos, aunque sea sólo a los castellanoleoneses, pero sobre todo para hacer cumplir la ley. Y nunca le he oído quejarse cuando se vendía como falso ibérico el que se producía en su comunidad mientras que ahora apuesta por recurrir la Norma. Claro que, si por ella fuera, lo que recurriría es al ministro directamente.
Como dice mi suegra, que añora sus tiempos de juventud cuando llegaba la matanza a su pueblo, “del cerdo, hasta los andares”. Pues ya va siendo hora de que muchos echen a andar hacia adelante y asuman que si se quiere defender al ibérico como se debe hacer habrá que hacer sacrificios, pero sobre todo esfuerzos para mejorar la calidad de sus productos. Pero echarle la culpa a la Norma y ampararse en que no se quiere cambiar nada no sólo es un error, sino una matanza directa sobre uno de los productos estrella de este país.