Tras la polémica de la carne de caballo, seguimos descubriendo todo tipo de fraudes que nos hace dudar cada día de que si realmente comemos lo que nos dicen que comemos o si no hay nada real. Y la cuestión no es baladí, ya que en juego no sólo está la sensación de fraude, porque la sanitaria está, se supone, mucho más controlada, sino el trabajo y el esfuerzo de muchas denominaciones de origen y muchas Indicaciones Geográficas Protegidas que trabajan por mantener una imagen y una calidad y que se ven salpicadas por escándalos que no les competen, pero que hace dudar al consumidor de lo que está adquiriendo.

    Y la sensación es de que esto no va a acabar. Ya no se trata sólo de esa acusación de que en España se fabrica pienso para animales con restos de esos mismos animales muertos (que ahora entiendo por qué mi perro a veces me mira y se relame), sino que una empresa supuestamente tan seria y prestigiosa como Ikea no sólo detectó carne de caballo en sus albóndigas, sino que ahora han retirado sus lasañas de alce porque tiene más cerdo de lo permitido. Y no pasa nada por comer algo más de cerdo, pero sí que se vende sin ningún rubor un plato preparado de alce que en su etiqueta incluye el cerdo, pero debe ser que como los suecos venden a plazo se deben creer que son como los bancos y ponen mucha letra pequeña en sus etiquetas para que nadie las lea.

     O la polémica sobre el veto de Rusia a la carne fresca y refrigerada de España porque aseguran que no están de acuerdo con los test de antibióticos que se utiliza en la Unión Europea. Sinceramente, y con todos mis respetos, alguien cree que en  Bielorrusia y Kazajistán son capaces si quiera de deletrear la palabra antibiótico y mucho menos saber si el que aquí se utiliza es adecuado para su sensible paladar. O lo que sería peor, ¿alguien compraría un filete de carne porque le aseguran de verdad que proviene de alguno de estos países?

    Se ha abierto una veda, que en parte es positiva, sobre lo que comemos y esto está creando una sensación de inseguridad en los consumidores, que ya de por sí tienden a comprar todo lo que sea más barato por culpa de crisis y porque, quizás, empiezan a estar acostumbrados a que compren lo que compren las van a dar gato por liebre, y eso en el mejor de los casos.

     Y por medio, esta situación se lleva por delante a quienes apuestan por la calidad, por proteger su patrimonio ganadero o agrario. Y este tipo de sensaciones de fraudes son muy fáciles de consolidar, pero muy difíciles de erradicar. Y a este paso un día, por citar un ejemplo, alguien denunciará al Ternasco de Aragón porque lo que ha comprado sabe a eso, a ternasco y le falta ese ‘sabor’ a carne de caballo, a cerdo, a antibiótico, a ….

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