Celedonio Sanz Gil / Analista agrario
Este mes de enero el campo en Europa ha sembrado protestas. Los tractores han aparcado ante edificios emblemáticos en las grandes ciudades y han cerrado carreteras en Alemania, Francia o Polonia. Las razones para llevar a cabo estas movilizaciones son evidentes. El sector agrario en toda Europa vive una gravísima crisis por la enorme subida de los costes de producción, fruto de los conflictos bélicos y de las restrictivas normas comunitarias tras la última reforma de la PAC, que se suma a las sequías, el abandono o el envejecimiento. A esto hay que añadir el continuo acoso que sufre por parte de sectores ecologistas, que han pasado de ser un movimiento social contenido a formar parte de los principales Gobiernos de los países de la UE, y de la misma Comisión Europea, y dictar una buena parte de sus iniciativas legislativas. Leyes siempre restrictivas y punitivas para los agricultores y ganaderos.
El detonante de las actuales protestas ha sido la rebaja o retirada de algún tipo de subvenciones fiscales al gasóleo o la maquinaria agrícola, cuando los precios de los medios de producción están disparados y las explotaciones agrarias no se puede asumir un gasto más. No obstante, en todas las movilizaciones ahora subyace el hartazgo de los agricultores y ganaderos que son señalados, con datos cada vez más sesgados, como principales enemigos del planeta, de la fauna y la flora, y dañinos contaminantes.
No se entiende que en apenas unos años los hombres y mujeres del campo hayan pasado de héroes anónimos a supervillanos señalados a bombo y platillo. Tampoco se entiende que en el análisis de las movilizaciones del sector agrario desde los medios de comunicación que se autoproclaman progresistas se insista en asimilarlas a movimientos de partidos políticos de extrema derecha para desprestigiarlas.
Lo cierto es que el campo, los profesionales del sector agrario, en la UE llevan dos años, desde la última reforma de la PAC asumiendo los enormes costes de una reconversión no reconocida. Con medidas cada vez más restrictivas que suponen un aumento de sus costes y perjudican la competitividad de los productores comunitarios en los mercados internacionales. Algo que se viene haciendo con imposiciones legales sin diálogo con el sector, sin un calendario pactado, adecuado a las nuevas condiciones que se les imponen.
En el horizonte siguen nuevas propuestas para endurecer las condiciones en los eco-regímenes ligados a la PAC, el descenso del uso de fitosanitarios a la mitad y de fertilizantes en un 20 por ciento, la eliminación de las jaulas para animales en las granjas o en el transporte e implantar una nueva directiva de “diligencia debida”, que establece procesos para garantizar la sostenibilidad ambiental y el respeto a los derechos humanos.
Algo que ahora queda solo paralizado ante la perspectiva de las nuevas elecciones europeas del próximo mes de junio. Unas elecciones que deberían llevar al fin de los extremismos en el gobierno agrario de la UE, para, partiendo de nuevos postulados, iniciar un diálogo sincero y productivo con el sector que reconozca su labor y todos sus esfuerzos, más allá de la ya tan manoseada e imposible Agenda 2030.
El primero de esos postulados debe admitir que los hombres y mujeres del campo cuidan más y mejor que nadie la vida humana, la vida animal y la vida vegetal, el paisaje, y son los miembros de la explotación familiar agraria que está a punto de desaparecer. Por eso hay que elevar también su nivel de protección y mostrar la verdad de su actividad por encima de los últimos clichés adquiridos. Ya está bien de tener que admitir el protagonismo y la presunta superioridad moral de esas asociaciones que hasta denuncian la fiesta que se celebra en torno a la matanza del cerdo y encuentran un altavoz mediático incomprensible.
Nadie parece reconocer su esfuerzo para el cuidado del medio ambiente, nada les parece bastante. Los datos muestran que la producción de carne en la UE ha caído cerca del 20 por ciento en los últimos años, por la mejora del bienestar de los animales. que el uso de productos fitosanitarios ha bajado más del 22 por ciento. Y, a pesar de todo esto, siguen abasteciendo a los ciudadanos comunitarios de alimentos de calidad a un precio asequible, a pesar de la alta inflación de los precios de la alimentación al consumidor en el último año.
Pero todos sabemos que esto es imposible. Los tractores han vuelto a su labor, a sus pueblos y sus granjas. Las elecciones europeas pasarán. Por ahí volverán a vocear cosas como “el futuro vegetal”, “hay que dejar de consumir carne y leche”, “el pan es improductivo”. El alimento que, de la mano de los agricultores y ganaderos, ha mantenido y permitido el progreso de la humanidad durante miles de años. ¡Cómo se atreven a demonizar el trabajo de tantos héroes anónimos!, ¡cómo se atreven a enjuiciarles como villanos!