Si hay algo que determina la economía no ya de este país, sino de todo el mundo es que hay demasiados expertos. Expertos que valoran todo lo que sucede y expertos que dicen qué es lo que hay que hacer en cada momento. Son hombres ‘sabios’ que, se supone, saben más que el resto y que marcan las pautas de lo que debe ser la economía… como ellos entienden que debe ser.
Y en la agricultura sobran los expertos económicos. Esos que nos dicen cada día no ya cuánto se debe cobrar, sino que, incluso, se atreven a decir qué se debe cultivar. Por el bien de la economía, claro.
Son los que vienen diciendo en el tema del aceite que los productores deben moderar los precios, porque un aumento de los mismos conlleva una reducción del consumo y la posible llegada de nuevos hábitos en los mercados con la irrupción de otros aceites como alternativa. Aunque no se preocupen cuando estas alternativas sean rentables ya les dirán que bajen los precios… por la competencia del aceite.
Son los que en el tema del vino dicen ahora que hay que moderar los precios, que España no pueden lanzarse a incrementarlos ante la baja vendimia del resto de Europa. Que eso sólo va a ser un ‘pan para hoy y hambre para mañana’ y que, cómo no, podría penalizar la demanda de los consumidores a medio y largo plazo. (Otra cuestión es que las bodegas se forren por la subida de los precios de la uva sin repercutirlos en los viticultores, pero eso es porque tiene sus propios expertos).
Son los que hace tiempo dijeron que había que innovar y apostar por la almendra y los frutos secos y ahora claman al cielo porque los precios se han disparado y piden moderación para no ahuyentar a la industria, que prefiere comprar en California a precios más bajos mientras baraja plantar sus propios almendros para no depender de nadie.
Decía el almirante Nelson que es muy «difícil encontrar un hombre justo en el Parlamento». Se quedó corto. Lo difícil es encontrar a un experto justo que diga cuándo deben cobrar más los productores por su trabajo.