Editorial del número 301 de la revista LA TIERRA de la Agricultura y la Ganadería

La gravedad de la tragedia que ha provocado la DANA, principalmente en Valencia, pero también en otras zonas, hará que los terribles acontecimientos que hemos vivido a partir de la noche del 29 de octubre permanezcan en la memoria colectiva de toda la sociedad, como un dolor imposible de asumir por las personas directamente afectadas y muy difícil de asimilar por quienes lo vivimos desde la distancia, a través de los medios de comunicación.

Un impacto de tal dimensión que, una vez recuperada hasta donde sea posible la normalidad, debería hacernos reflexionar como sociedad sobre qué podemos hacer para prever, mitigar y minimizar los daños que seguirán provocando en el futuro fenómenos climáticos extremos como la DANA de este otoño.

Los debates de urgencia tras los daños provocados por las riadas se han centrado, inevitablemente, en la gestión previa de los servicios responsables de alertar a la sociedad, que podrían haber evitado muchas muertes, y en los trabajos de recuperación de infraestructuras, viviendas, servicios públicos…

Una realidad que está poniendo a prueba, aun con sus fallos, el sistema público de organización social que compartimos en democracia, en un país avanzado y bien estructurado, que responde con rapidez para resolver situaciones extremas. Aunque mirando al futuro inmediato, nuestra responsabilidad ahora es encender con toda la fuerza posible una alerta roja permanente, que nos advierta de hasta qué punto estamos en peligro.

Las y los agricultores y ganaderos somos el colectivo profesional más vinculado de forma directa a la tierra y el clima. No es un tópico que nuestros antepasados trabajasen en el campo siempre mirando al cielo. Ni es un tópico que, desde la llegada de la televisión, en los pueblos el programa de mayor audiencia siempre era “El Tiempo”. Somos nosotros, en definitiva, la primera línea de riesgo, preocupación y respuesta ante las amenazas del clima.

Por experiencia propia, los hombres y las mujeres del campo sabemos que las cosas están cambiando. El mundo se encuentra en una transición climática de dimensiones globales muy preocupantes, que la ciencia y la mayoría de los gobiernos y países llevan décadas intentando encauzar, luchando con la resistencia de las grandes potencias que más contaminan.

En UPA tenemos claro desde hace muchos años que el cambio climático exige adaptación y mitigación de sus graves efectos, que se traducen en fuertes sequías, lluvias torrenciales que todo lo arrasan, grandes incendios forestales, aumento de la desertificación…

Por eso impulsamos, en la medida de nuestras posibilidades, programas que analizan la realidad sin tapujos ni medias verdades, y proponen medidas reales para aplicar en nuestras explotaciones.

Somos conscientes de que no hay soluciones milagrosas. Pero también sabemos que la peor solución es la negación. Lo vivimos con cierta dureza en las tractoradas de principios de este año cuando, dentro de la unidad de acción, UPA se tuvo que desmarcar frente a los que acusaban de todos los males del campo a la Agenda 2030 y los objetivos globales de sostenibilidad.

La tragedia de la DANA nos lleva, inevitablemente, a reclamar el máximo compromiso público de todas las administraciones, incluida la Unión Europea, para aportar los recursos que sean necesarios para compensar daños y pérdidas. Al igual que a reclamar, una vez más, el refuerzo del sistema de seguros agrarios. Pero siempre con la alerta roja avisando de que superar las urgencias inmediatas no resuelve las amenazas futuras.

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