Miguel Blanco / Secretario General de la Coordinadora de Organizaciones de Agricultores y Ganaderos (COAG)
Casi un año después de la desbandada general de COP21, representantes de 196 estados se reúnen más discretamente en Marruecos para la COP22, también llamada «COP de la agricultura.» Aunque el 94% de los países menciona la “agricultura” en sus estrategias para combatir el cambio climático, el Acuerdo de París (COP21) no menciona ni una sola vez la palabra en su texto. Hay que leer entre líneas para entender lo que realmente está en juego. En realidad, la agricultura se convierte en un tema altamente político, pretendiendo esconder el uso de la expresión «sumidero de carbono».
En la búsqueda de un equilibrio entre las emisiones y la absorción por los sumideros de gases de efecto invernadero, el Acuerdo de París consagró el principio de compensación para hacer frente a la crisis climática. En la práctica, ello no significa que las emisiones tengan que disminuir sino que las emisiones y la absorción puedan anularse mutuamente. Así que, en lugar de tratar de reducir drásticamente las emisiones de gases de efecto invernadero, la agricultura se está convirtiendo en una unidad de contabilidad que permite que las emisiones continúen o incluso aumenten.
De esta manera los agricultores, primeras víctimas del cambio climático, se ven doblemente amenazados. Si se quiere fomentar la inversión en agricultura para secuestrar más carbono, (especialmente de fuentes privadas), se necesitarán mayores extensiones de tierra con un aumento del riesgo de acaparamiento de las mismas.
Este peligro se multiplicaría si la carrera por la tierra estuviera acompañada de mecanismos vinculados a la financiación del carbono. Numerosos estudios sobre mecanismos similares desarrollados para los bosques (como REDD +) ya han demostrado los peligros de un enfoque que no tiene en cuenta la protección de los derechos humanos: anulación de los derechos de los agricultores y sus conocimientos adquiridos y pérdida de la soberanía alimentaria y la integridad de los ecosistemas.
La tierra, junto con los bosques, juega un papel importante en el secuestro de CO2 (dióxido de carbono) como «sumidero de carbono». Sin embargo, ese no es el único papel del suelo, particularmente si se trata de tierras agrícolas, vitales para garantizar el abastecimiento y la soberanía alimentaria. Desafortunadamente su uso para combatir el cambio climático (empleando la expresión «sector del suelo») representa una gran oportunidad para aquellos que promueven soluciones equivocadas y sirve de excusa para la inacción pública.
En COAG rechazamos esta tendencia hacia la compensación para hacer frente a la crisis climática y por ello hemos firmado la declaración conjunta «Nuestra tierra vale más que su carbono», impulsada por la Confederatión Paysanne y el CCFD-Terre Solidaire y firmada por cientos de organizaciones. Sólo una reducción inmediata de los gases de efecto invernadero evitará un aumento del impacto del cambio climático en nuestras vidas. Además, la agricultura no puede convertirse en una mera herramienta de contabilidad para gestionar la crisis climática. Apostar por un modelo social y profesional de agricultura, en el que se prima la calidad, la seguridad alimentaria, el respecto al medio ambiente y el bienestar animal es la estrategía más eficaz y ética para garantizar la soberanía alimentaria al tiempo que se cuida el planeta. Y eso pasa indiscutiblemente por una agricultura con agricultores y la tierra en manos de los que la trabajan para ofrecer alimentos sanos y seguros.