Donaciano Dujo / Presidente de ASAJA Castilla y León

l verano 2025 ha marcado el triste récord de hectáreas quemadas en nuestro país. En el conjunto de España se han superado las 400.000 hectáreas, y en el conjunto de Castilla y León nos acercamos a las 170.000 hectáreas. Y todavía tenemos que confiar en que no arda ni una sola hectárea más en estas semanas, hasta que el otoño traiga humedad y bajadas de temperaturas.

Lo primero que desde ASAJA queremos es acordarnos de las personas que han fallecido o están heridas, y también de todos aquellos que han sufrido pérdidas. A la vez, queremos agradecer su implicación a todos los voluntarios que han participado en las tareas de extinción, personas de los pueblos que se jugaban lo suyo, y por supuesto a todas los equipos, fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, Junta y demás administraciones, por su entrega y valor para acabar con el fuego.

Además, expresamos nuestro rotundo rechazo a esos incendiarios que en muchos casos han prendido la llama que ha acabado en tragedia, arrasando todo a su paso, sin importarles el daño que podían causar, ni siquiera a sus propios vecinos.

Otro espectáculo triste y bochornoso es el que nos han dado muchos políticos, aprovechando una vez más las desgracias para sacar tajada electoral. Esto no puede permitirse a nadie, y menos a los que están ahí pagados para ser servidores de todos. Ante las catástrofes, más que nunca, toca apostar por la unidad, por sumar esfuerzos para superar los problemas, que es justo lo opuesto a vocear, insultar y demás exabruptos que hemos tenido que soportar.

No hay una única razón que explique por qué este año se han calcinado tantas hectáreas. Sin duda han influido las temperaturas altísimas, el terreno tremendamente seco, los vientos con ráfagas de muchos kilómetros por hora, la abundancia de materia seca tras un año abundante en lluvias… Un conjunto de factores al que hay que sumar el abandono progresivo del campo desde hace ya décadas, y que ahora se está sintiendo en toda su crudeza. Ahí entraría la desaparición del pastoreo en el monte, prados y pastos, la desidia, en especial de las administraciones, en el mantenimiento de monte, ríos, regueras, caminos en terrenos públicos. Y la guinda de todo ha sido políticas absurdas que, con la excusa de proteger el medio ambiente, han provocado todo lo contrario: que nadie pueda hacer un desbroce, clarear la vegetación de un terreno, prácticas que desde siempre se habían hecho. Ese abandono ha hecho imposible controlar el avance del fuego en muchas zonas.

No hay por tanto un solo culpable, pero sí hay unas víctimas principales, que son los habitantes, sobre todo los del medio rural, los que viven en los pueblos. Por ello, la prioridad por la que ha luchado ASAJA desde el minuto uno ha sido que se auxilie al máximo a quienes han sufrido pérdidas. Nunca se les va a compensar por todo lo perdido, pero al menos que se llegue al máximo posible para que puedan salir de este trance tan negro.

Y luego, de manera sosegada, razonada, teniendo los pies en la tierra, se tienen que juntar las administraciones – ayuntamientos, diputaciones, Junta y Gobierno- y escuchar a los que vivimos allí, a los que conocemos el terreno, para diseñar un plan de gestión y control del territorio, montes y terrenos, todo lo que es el medio rural. Lo primero que hay que proteger son los propios pueblos: no puede haber ni un pueblo más que sea pasto de las llamas por no tener un cortafuegos que delimite el monte o por no contar con captaciones de agua que se puedan utilizar en caso de incendio.

Son precisos cortafuegos muy amplios que dividan el monte, y mantener limpias barreras naturales del fuego como son los ríos, caminos, arroyos, regueras, etc. También es necesario incentivar el desbroce de los terrenos que ahora se han quemado, para que puedan ser pastados por el ganado, asegurando que no vuelva a crecer el monte de forma desordenada.

Pongo algunos ejemplos, pero hay muchas otras medidas que se podrían tomar, siempre a través del diálogo y con una colaboración abierta de la población rural con las administraciones. Solo así podrá cambiar el discurso político que se ha venido defendiendo sin demasiado razonamiento desde la Unión Europea, el Gobierno y las propias comunidades autónomas. La Ley de Montes hay que modificarla para que el monte sea un activo, no un pasivo, porque además de su uso y mantenimiento depende su continuidad. No por sumar cada vez más hectáreas el monte es de mejor calidad, a veces lo único que se consigue es superficie abandonada y en mal estado que es pasto propicio para las llamas.

Porque este año, como dije al principio, ha sido el más devastador hasta ahora, pero por desgracia el problema en el futuro se puede complicar más. No sabemos si será el próximo año, o los siguientes. El hecho es que volverá a ocurrir, y tenemos que estar preparados para evitarlo.

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