Cristóbal Aguado Laza / Presidente de AVA-ASAJA

Cada vez surgen más expertos, desde distintos puntos de Europa, que defienden con argumentos objetivos el clamor de los agricultores y ganaderos frente a unos acuerdos comerciales con países terceros que nos expulsan de nuestros campos. Ya hemos hablado alguna vez de ‘La venganza del campo’ de Manuel Pimentel o de ‘La guerra silenciosa contra la agricultura’ de Richard J. Schenk. Ahora el italiano Thomas Fazi, investigador del Mathias Corvinus Collegium (MCC) de Bruselas, ha redactado un exhaustivo informe, titulado ‘Reclamar la soberanía alimentaria: un enfoque alternativo del comercio y la agricultura’, que disecciona un sistema “amañado” y de una “hipocresía climática” en contra de los productores y consumidores europeos.

La “paradoja de la UE”, afirma Fazi, es que tenemos un sector agrario próspero, con una producción superior a 500.000 millones de euros al año y con una renta agraria al alza, pero, a pesar de los datos macroeconómicos, cada día cierran 800 explotaciones familiares. No hay más que ver las cifras oficiales en la Comunitat Valenciana: más de 173.000 hectáreas abandonadas, una de cada cinco dejada de cultivar, una edad media de 64,5 años y una falta dramática de relevo generacional.

Fazi hace hincapié en que “la UE tiene el mayor régimen de libre comercio del mundo”, con 42 acuerdos que abarcan 74 países socios. Esta red se ha ampliado en la última década mediante la entrada en vigor de los tratados con Colombia y Perú (2013), Ecuador (2017), Canadá (2017), Japón (2019) o Vietnam (2020) y actualmente se están negociando más con La India, Australia o Mercosur. El experto constata que estos acuerdos “benefician a las grandes corporaciones agroalimentarias a expensas de los pequeños agricultores”, su proceso de negociación “carece de transparencia y escrutinio democrático” y desde el punto de vista medioambiental “prácticamente no existe ninguna evaluación oficial del impacto en las emisiones de CO2”.

Efectivamente, a pesar de las draconianas exigencias que Bruselas impone a los agricultores y ganaderos europeos bajo el pretexto psuedoecologista, al mismo tiempo firma tratados comerciales que “sólo conducen a un aumento de las emisiones y de las importaciones agrarias procedentes de países con normas medioambientales menos estrictas”. La contaminación que la UE pretende erradicar en suelo europeo “simplemente se exportaría a terceros países que nos suministrarían los alimentos que dejaríamos de producir”, por no hablar de lo que contamina el transporte de ultramar: “Es difícil imaginar una política más hipócrita y directamente suicida”, concluye Fazi.

Porque esa es la segunda parte, estamos perdiendo autosuficiencia alimentaria. La UE ya depende de las importaciones para el equivalente al 11% de las calorías y el 26% de las proteínas que consumimos. También dependemos en gran medida de insumos clave para la producción de alimentos, sobre todo los fertilizantes. Maíz, proteaginosas, aceites vegetales, azúcar o determinadas frutas y hortalizas son algunos de los productos para los que la UE depende cada vez más de lo que viene de fuera.

Tal como proclamó el propio Parlamento Europeo, “los retos geopolíticos actuales demuestran que la seguridad alimentaria no es un logro permanente” y que una dependencia excesiva de las importaciones “expone a los ciudadanos a la volatilidad de los mercados mundiales”. Por ello, Fazi nos da la razón al subrayar que si potenciamos la producción europea y si importamos sólo cuando haga falta, saldremos ganando los agricultores, los consumidores y el medioambiente.