Eva Torremocha / Responsable de la línea de Alimentación Sostenible para España de la Fundación Daniel y Nina Carasso
El olivar es refugio. Es refugio de la fauna, de otras floras, de la tradición, de nuevas formas de conseguir energía, de alimento y de la única dieta Patrimonio inmaterial de la Humanidad. Hasta de poetas es refugio el olivar, pues le han dedicado versos desde Lorca a Machado, entre otros muchos más.
Este árbol milenario, obtenido del acebuche, comenzó a cultivarse en minifundios en España desde el siglo XVIII, mucho más tarde de lo que se piensa. El cultivo del olivar podría haber marcado, desde entonces, el reparto demográfico y la implantación de las aldeas en el territorio, ya que estos árboles proporcionan grandes beneficios a las poblaciones cercanas.
El olivo, con sus raíces profundas que se entrelazan con la tierra, se está convirtiendo en un símbolo de resiliencia, esa capacidad a sobreponerse a crisis de gran calado recuperando las características previas en un tiempo breve. Su poder para prosperar en condiciones difíciles, su resistencia ante el paso de los años y su contribución a la biodiversidad local destacan su papel fundamental como un guardián de la cultura que nos habita. Se podría hablar de la resiliencia desde el olivo en cuatro vertientes.
En primer lugar, la basada en aspectos ambientales, ya que este tipo de cultivo mediterráneo se adapta al clima y al suelo, no precisando de más agua que la que proporcionan las precipitaciones, aún en estos tiempos de dura sequía y adaptándose a los relieves semi montañosos de la cuenca mediterránea. Resiliencia, también, por la biodiversidad de aceitunas y aceites que se ha obtenido después de siglos de coevolución entre el ser humano y el cultivo del olivo. Y, por otro lado, resiliencia frente a los retos actuales de búsqueda de energías renovables, convirtiendo su biomasa residual en alternativas energéticas generando lo que ahora se denomina economía circular.
Seguidamente, la resiliencia que otorga a las poblaciones rurales y propietarios de olivar. Así, ya sea un cultivo tradicional, convencional o ecológico sigue siendo una fuente estable de empleo tanto en su producción como en toda la cadena de valor, con, entre otras, la creación de micro-almazaras que permiten el autoconsumo, tan necesario en tiempos de inflación. El olivar redunda pues en beneficios económicos y limita la despoblación rural. Siendo estas facetas, social y económica, tan urgentes de valorar y activar como la ambiental.
Por último, se podría asimismo incluir la salud en las resiliencias que proporciona el olivo. La salud de la dieta mediterránea y del aceite de oliva virgen loada por múltiples actores y reconocida en un sinfín de ámbitos científicos. Sin embargo, este último pilar de la resiliencia se ve gravemente amenazado por la exacerbada subida de precios actual, motivada por la caída de la producción debida a la sequía pero también por otros factores de magnitud internacional. El aumento del precio del aceite de oliva en un 74% durante el último año y el descenso del 30% en otros de origen vegetal, según datos oficiales del INE, podría suponer un notable descenso del consumo de aceite de oliva y aove, base de la recomendada, celebrada y galardonada dieta mediterránea, una de las fuentes básicas de nuestra salud.
Sorprende gratamente ver cómo algunas grandes superficies ya usan como reclamo apostar por el olivar tradicional. Hasta ahora estas prácticas de cultivo tenían poca consideración, y cuando la tenían era para ser catalogadas de obsoletas y no rentables. Uno de los grandes olvidados de las políticas agrarias, el olivar tradicional, se había refugiado en las zonas marginadas, muchas veces de montaña, sin regadío, a veces en ecológico, resistiendo. Esta incorporación a canales de venta de gran consumo les dotará quizás finalmente de la tan deseada rentabilidad económica.
Quizás ahora, estos olivos puedan resurgir, demostrando así la resiliencia que hoy queremos visibilizar. Resiliencia que no es más que la del olivo per sé, ya sea cultivado en superintesivo, ecológico, tradicional, convencional,, abandonado.. Árbol milenario -cuando lo dejan-, discreto y arbustivo o majestuoso, tronando, aferrado a laderas improbables, protagonista de películas, imagen del Mediterráneo, fuente de vida, fuerza, identidad, alimento y energía.
En este día de homenaje, abrazamos no sólo la resiliencia del olivo, sino también la responsabilidad de salvaguardar la misma. En estos tiempos de crisis múltiples y coetáneas es responsabilidad de todos, de todas, cuidar de este cultivo tan íntimamente ligado a nuestra identidad como sociedad, territorio y economía. De su resiliencia, en parte, depende la nuestra. Trabajadora de empresa, administración, socio de una asociación, olivicultor, cooperativista, dueña de almazara, turista rural, comprador de supermercado, amante de los molletes con aceite, hoy, día del olivo, detente dos minutos, tan solo dos minutos, a observar un olivo (puede ser el de la rotonda de tu trayecto cotidiano) y observa. Piensa en lo que hay detrás. Mira bien lejos. Te verás porque formas parte del sistema alimentario en alguna de sus vertientes. Y sabiendo todo lo que emana de un simple árbol, piensa en todo lo que recelan los campos de cultivo y las personas que los trabajan y crían el ganado. Piensa en ellos cada vez que compres, consumas, leas una etiqueta de aceite, aceitunas y, por ende, cualquier otro alimento.
Viéndolos, pero viéndolos de verdad, es como podremos respaldar a los productores que adoptan prácticas respetuosas con el medioambiente, manteniendo la diversidad, la población en el territorio y permitiéndonos contar con una mínima soberanía alimentaria. Solo así podremos asegurar que nuestro «oro líquido» y pieza fundamental de nuestra dieta mediterránea siga siendo un símbolo de sostenibilidad en nuestro sistema alimentario.