Angel Samper /Secretario General de Asaja Aragón

“Gente miope, ¿Qué os hace falta todavía para entender? ¿Pero no sabéis, no sabéis, que la humanidad puede seguir viviendo sin ingleses, sin Alemania, y por supuesto sin rusos? ¿Qué es posible vivir sin ciencia, sin pan, pero que sin belleza es imposible vivir, porque entonces al mundo no le quedará nada que hacer? ¡Ahí está el secreto! ¡Ahí está toda la historia! ¡Ni siquiera la ciencia podría existir un minuto sin la belleza! ¿Sabéis eso los que os reís de mí? ¡Se hundiría en la barbarie, no podría inventar ni siguiera un clavo!… ¡Yo no me rindo! –gritó absurdamente en conclusión dando un tremendo puñetazo en la mesa.”

Stepan, uno de los personajes de la novela “Los demonios”, de Dostoievski, con su discurso enardecido trataba de despertar las almas adormecidas, luchando contra la sordera, ceguera e ignorancia de sus oyentes. Sin embargo, solo consiguió arrancar sus burlas.

Los personajes del escritor ruso Fiódor Dostoievski han trascendido a nuestros días. La sordera, ceguera e ignorancia siguen presentes. Se nos presenta lo falsamente bueno como engañosamente bello a través de una gran invención, con unos patrones falsos en los que “el relato” ha conseguido que sean la referencia de nuestras vidas. La trampa y el engaño servidos en torno a una falsa y pretendida igualdad, justicia, dignidad y progreso avalada por una responsabilidad inexistente.

La quimera está servida en la presentación e interpretación de “Lo Público”. La belleza está en Lo Público. Lo Público representa a unos padres que aman incondicionalmente a sus hijos y lo dan todo por ellos, dando más al que más lo necesita sin dejar de exigir a todos y cada uno de ellos por el bien suyo y de toda la familia. Ahí está la belleza. Cuando los padres dejan de actuar como tales y lo hacen interesada e irresponsablemente prostituyen la belleza de “Lo Público” presentando esa falsa y pretendida quimera a la que nos hemos referido presentándonos a “La Pública”. Lo Público es la madre o el padre que cuida y mima a sus hijos. La Pública es el monstruo que los devora.

Hace unos días, con motivo de una concentración de protesta ante el edificio de la Comisión Europea, tuve que pasar la noche en Madrid. Dando un paseo por el centro de la ciudad, en plena Gran Vía, cerca de la plaza Callao me encontré en la acera, tapados con unos cartones, a una familia entera intentando dormir sobre el frío asfalto. Una sensación extraña me invadió al mirarlos. Pensé que sería inconcebible ver esta imagen en ninguno de nuestros pueblos. Ningún vecino sería capaz de conciliar el sueño con una familia completa, abuelos, padres e hijos, tirados en la puerta de su casa. A pesar del frío y de la desgarradora imagen, fue la ciudad entera la que se tornaba fea, fría, desnuda y demacrada. Los rostros de esos seres humanos que habiéndolo perdido todo permanecían juntos, transmitían una extraordinaria paz y belleza.

Cuando al día siguiente nos concentramos ante el edificio de la Comisión Europea me asombraba, una vez más, el nivel de falsedad e inconsciencia de los discursos. No alcanzo a entender ni la ceguera, ni el porqué de las propuestas de la Comisión, Parlamento, Consejo y Ministerio; siempre llenas de contradicciones.   El estrangulamiento de la agricultura y ganadería, la transfiguración de la realidad, la preponderancia de la tecnocracia sobre la Política; y como no, del entendimiento interesado de “Lo Público”, donde es el rédito de los “publicanos” y no el interés del público lo que prevalece.

Se me hace difícil creer que se busque destruir la agricultura y ganadería con premeditación como parece, y que la razón última sea el control de nuestras vidas. Me gustaría creer que se trata de inconsciencia, pero no de maldad, aunque sé que el grado de maldad por una parte está muy presente. Es un hecho por ejemplo que los mayores contaminadores del planeta compran emisiones para presentarse como salvadores del mundo y elaborar y manejar los discursos en nuestra contra y en beneficio propio.

Quizá no sea casual el hecho de que, al finalizar la concentración ante la Comisión, en mi camino de regreso a la estación de Atocha, me encontrase en la calle de las Huertas con una inscripción en el suelo de D. José Echegaray, en su discurso de ingreso como Académico de la RAE: «¡La belleza! Lo que es no lo sabemos por ahora con certidumbre matemática; quizá no lo sepamos nunca. Pero que la belleza es algo que existe, que palpita en la naturaleza, y que así como la ola que llega a la playa, rompe en espuma.”

Cuando Dostoievski en su libro “El idiota” proclama que “La belleza salvará al mundo” se refiere, naturalmente, a la belleza interior. Entiende que la verdadera crisis de la sociedad moderna es de naturaleza existencial. La ciencia, el progreso y los avances tecnológicos servirán para edificar una sociedad verdaderamente humana si su uso y su naturaleza son para el bien y no para la interpretación interesada de “lo bueno”. La salud del alma no requiere de todas las baratijas con las que tratan de seducirnos por medio de sofisticadas campañas publicitarias, sino todo lo contrario, se encuentra en el descubrimiento de lo sencillo y cercano.

Estas fechas son imprescindibles para reconciliarnos con nuestra naturaleza más profunda. La belleza se trasluce en Navidad con el Nacimiento, un nacimiento que invita al crecimiento y transformación en el descubrimiento que nace del crisol de sensaciones, luces y colores que emanan de nuestro interior y nunca del dictado de nadie. De ello es testigo el agricultor y ganadero en cada uno de los estadios del desarrollo y crecimiento de animales y plantas en los que obra también el milagro del encuentro entre la mano del hombre y la naturaleza.

Cuando vuelvo mi mirada al pasado me doy cuenta que en muchas ocasiones he captado esa belleza que palpita más allá de las cosas. A temprana edad Fiódor pasó a formar parte de mi vida. Un libro viejo comprado en las ferias de ocasión, “Los hermanos Karamazov”, formó parte de mi alforja en mis salidas al monte. Sus personajes se entrelazaron cada atardecer con los balidos de mis ovejas que, una vez saciadas en el monte, reclamaban el regreso y encuentro con sus corderos. Hay pocas cosas comparables a la lectura de una obra magistral entre los momentos mágicos que nos regala la Naturaleza.

Y es precisamente en esa mirada atrás donde se hace más patente el contraste y la inconsistencia de las propuestas. Ver como hoy se han abandonado los montes públicos cuando los recursos se han multiplicado contrasta notablemente. Entonces no había recursos, pero participé en el esfuerzo de recuperar terrazas a través de bancales plantando almendros en terrenos improductivos. Terrenos que se tuvieron que abandonar por la propia incongruencia de las políticas públicas que ni siquiera reconoce como pastos la superficie donde pace y con su gracia perece, la ganadería extensiva.

La belleza está muy lejos de los desencuentros y de la confusión de la sociedad actual. Como diría Dostoievski: “Toda confusión proviene de tener que decidir qué es más bello: Shakespeare o un par de zapatos, Rafael o el petróleo”.

En un pretendido homenaje a la belleza de la agricultura, el artista holandés Daan Roosegaarde realiza un espectáculo de luces con iluminación de precisión en un campo de puerros. Es una extraordinaria puesta en escena de luz y color, pero eso no es belleza. La belleza está, como apuntábamos, en la conexión responsable para el bien entre lo humano y la Naturaleza.

Cuando Dostoievski afirma que «toda la ley de la existencia humana consiste en que el hombre es siempre capaz de referenciar lo infinitamente grande. Si al hombre se le priva de lo infinitamente grande, se negará a seguir viviendo y morirá desesperado. Lo infinito y lo eterno le son tan necesarios como este pequeño planeta en que habita” no nos está hablando de un imposible. Nos está hablando de nosotros. La Navidad nos trae a la familia y el Amor como eje en ese camino ineludible a lo infinitamente grande. La belleza suprema existe en cada uno de nosotros. Ese es un camino que todos tenemos derecho a recorrer porque está reservado para cada uno.

Y así podemos afirmar y concluir que se puede vivir sin aragoneses, sin vascos, sin catalanes, sin gallegos, sin navarros, castellanos o andaluces, pero no se puede vivir sin cada uno de nosotros. No se puede vivir sin Navidad. No se puede vivir sin la Belleza.

¡¡ FELIZ NAVIDAD!!

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