Krzysztof Stopa / CEO de SatAgro

Dicen que cuando el astronauta Yuri Gagarin regresó a la Tierra tras su vuelo inédito de 108 minutos por el espacio, aterrizó muy lejos del lugar previsto. Y que al salir de la cápsula del Vostok 1, lo primero que vio fue a una niña y a su abuela desenterrando patatas en los inhóspitos campos de Saratov, cerca del pueblo de Smelovka, al sur de Rusia.

Con la psicosis y las tensiones de la Guerra Fría de fondo, Gagarin -ataviado con un casco blanco y un traje espacial naranja- tuvo que hacer verdaderos esfuerzos para que las estupefactas recolectoras creyeran que no era un espía extranjero. “No tengan miedo, soy soviético como ustedes y vuelvo del espacio”, dijo en su descargo el cosmonauta aquel errático 12 de abril de 1961.

Lejos estaban los tres, por aquel entonces, de saber que la carrera espacial no había hecho más que empezar. Que serían los Estados Unidos quienes, finalmente, lograrían poner el pie del hombre en la Luna. Y que aquellos púberes cohetes al servicio de la conquista del espacio exterior no serían sino los primeros de muchos artefactos que lanzaríamos décadas después al Más Allá para asomarnos, ensimismados, a los secretos de la infinitud oscura.

Tampoco sabían aquellas humildes patatas de la anécdota “gagariana”, crecidas al albur de la climatología rusa, que algún día serían oteadas desde miles de kilómetros por nubes de satélites al servicio de la mejora agrícola. Mucho menos, que los campos rusos, y todos los demás, contarían lustros más tarde con una tecnología mágica y poderosa capaz de anticiparse a las cosechas. De producir más y mejores frutos sacando al agricultor de la incertidumbre y el barro. De adaptar la agricultura a la exigencia y al sino de los tiempos.

Cuando en 2014 se lanzó al espacio el Sentinel 1A se democratizó gracias al radar y la toma de imágenes superespectrales, la vigilancia terrestre, oceánica y atmosférica de nuestro planeta. Más tarde, con la incorporación del Sentinel 2, se materializó la posibilidad de capturar imágenes multiespectrales de alta resolución de la Tierra. Actualmente, con once satélites alrededor de nuestro planeta, el programa Sentinel constituye uno de los desarrollos más importantes en el ámbito de la teledetección llevados a cabo por el hombre. Proporcionando una valiosísima información sobre la vegetación, el suelo y el agua de nuestra corteza terrestre.

Gracias a la tecnología satelital aplicada a la agricultura, de la que no sabían nada ni Gagarin ni las estupefactas lugareñas de Smelovka hace apenas un soplo en nuestro eje temporal, ya es posible cultivar, madurar y cosechar inteligentemente patatas, entre muchas otras cosas. También, practicar con solvencia y resultados la tan traída y llevada agricultura de precisión que todos los gobiernos marcan actualmente como el desiderátum productivo y eficiente para un mundo superpoblado que se enfrenta al colapso hídrico y que, en 2040, tendrá un 50% más de bocas que alimentar.

La incorporación al espacio en los últimos tiempos de otros satélites como los de la constelación de Planet, que ha permitido pasar de imágenes de mediana a alta resolución para uso y disfrute de la agricultura, forman parte de la estrategia y el core de iniciativas como SatAgro, compañía polaca que está llevando a cabo un rápido desarrollo y despliegue de novedosas herramientas de agricultura digital y de precisión orientadas a empoderar a los clásicos productores para convertirlos en agricultores de otra galaxia. Uno de sus más recientes y aclamados casos de éxito, el del joven agricultor Marcos Esteve, que ha logrado aumentar la productividad de sus cultivos en tierras pamplonicas en más de un 40% gracias al uso de esta tecnología en combinación con la inteligencia de datos y otros sofisticados sistemas de monitoreo predictivo e inteligente de cultivos.

Krzysztof Stopa, CTO y Gagarin -por derecho- de la Misión SatAgro, lleva años preconizando que la agricultura de precisión “ya es una realidad que puede ayudar a los nuevos agricultores, ahora más que nunca, a una planificación óptima de las cosechas, una mejor predicción de las condiciones climáticas, un riego más eficiente y controlado y una selección de insumos personalizada a las necesidades y condiciones de cada cultivo”.

Queda por ver, carreras satelitales aparte, si en los años venideros los agricultores de nuevo cuño serán capaces -como Esteve- de aventurarse a vestir cascos y trajes espaciales en pos de una conquista agrícola que pasa, sí o sí, por la adopción de nuevas tecnologías que les permitan aterrizar con previsión y éxito productivo en sus propios campos. O preferirán, como la nieta y la abuela de la anécdota del cosmonauta Gagarin que comentábamos al principio de esta reflexión, seguir produciendo y aprovisionando patatas como en la Rusia de los años 60.

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