COAG  ha alertado de que la UE prepara una brutal reconversión en bienestar animal, empujada por los animalistas, pocos años después de otra similar que arruinó a 4000 granjas, al advertir que «las estrictas exigencias de los activistas pueden echar del mercado a los pequeños ganaderos, vaciando España, fomentan la ganadería industrial, la única con recursos para afrontar las reconversiones, mientras encarecen el precio de la carne al consumidor y multiplican el uso de antibióticos».

La organización recuerda que el sector ganadero intensivo hizo una bestial reconversión en 2013 y 2018 impuesta por directivas comunitarias inspiradas a su vez en exigencias de grupos animalistas. Las granjas invirtieron en todo tipo de estructuras para mejorar la calidad de vida de los animales. En el sector porcino, los costes fueron de entre 245 y 420 euros por reproductora: hay más de 2 millones y medio de cerdas reproductoras en España. La cifra media estaría en 700 millones de euros, aproximadamente. En la avicultura, la reconversión de 2018 supuso más de 200 millones solo en las granjas productoras de huevo, no de avicultura de carne. Y cifras igualmente significativas tuvieron que afrontar los productores cunícolas y de bovino en producción intensiva.

Además, en algunos casos, especialmente en el del porcino, las inversiones que se hicieron contaban con periodos de amortización que van hasta los 21 años. Por todo ello, en solo un año el número de granjas en este sector se desplomó en 2.200. El 1 de enero de 2013, cuando entra en vigor la norma, hay en España 71.700 granjas de porcino. Al final de ese año, el número de granjas es ya de 69.564. Tienen que cerrar casi 2.200 granjas. Y a finales de 2020, el total es ya de 68.027 granjas, según el MAPA. Casi 4.000 granjas se han quedado en el camino.

“AL ACTIVISMO VEGANO NO LE SERVIRÁ NINGÚN SISTEMA DE PRODUCCIÓN. NI SIQUIERA EL CAMPERO”. EN CUANTO SE AVANCE EN UNO “PONDRÁ SOBRE LA MESA OTRA CAMPAÑA”

Para COAG, «toda esa ingente masa de capital utilizado para garantizar la calidad de vida de los animales ya no vale para nada. Estamos como al principio». Los animalistas han presentado más de un millón de firmas al Paramento Europeo pidiendo a las autoridades comunitarias que se vaya más lejos todavía (que se eliminen completamente las jaulas) y que se profundice en el bienestar animal. Y las autoridades comunitarias han comprado rápidamente la idea, conocedores de lo enormemente populista que es y lo bien que penetra en los públicos, principalmente urbanos, más desconocedores de los intestinos del problema.

La actual directora adjunta de la Organización Interprofesional del Huevo y sus productos (Inprovo), Mar Fernández, señaló en su momento a Efe: “Al activismo vegano no le servirá ningún sistema de producción. Ni siquiera el campero”. En cuanto se avance en uno “pondrá sobre la mesa otra campaña”. Y ha añadido: “el discurso vegano ha encajado perfectamente en la sociedad urbana. Le están contando las cosas de una manera bastante tergiversada”.

Otra experta en bienestar animal, Ángela Trocino, profesora de biomedicina de la universidad de Padua ha dicho a la revista cunícola Asescu: “en cunicultura tenemos que estar preparados para (…) que no pase lo que está pasando con las gallinas ponedoras (…) a las que el mercado está empujando hacia sistemas cage free (libre de jaulas) a pesar de la gran inversión hecha por el sector en jaulas enriquecidas”.

Para la organización agraria, ésta es la clave ante esta brutal reconversión en bienestar animal: Nunca se llegará a la meta. La línea de llegada está en manos de los activistas que la van alejando a medida en que el granjero se va acercando a costa de invertir en la calidad de vida de los animales. Porque los activistas, “con esta estrategia no buscan defender a los animales, sino la formación de una creciente masa pública proclive a consumir sus tesis que cristalice en votos a las formaciones políticas de sello animalista, en afiliaciones y donaciones a sus ONGs y, en definitiva, en adhesiones sectarias donde el gurú animalista difunda su credo sin contestación”, sostiene Aurelio Pérez, ganadero y coordinador de COAG Castilla y León.

Para todo ello, la ONG “Compassion In World Farm” ha presentado en el Parlamento Europeo la iniciativa End the Cage Age, (El final de la edad de las jaulas) consistente en 1,4 millones de firmas que solicitan la eliminación de las jaulas en las granjas. Y los comisarios europeos han comenzado a salivar. La ven muy rentable en términos políticos. La comisaria europea de Salud, Stella Kyriakides, cuya gestión facilitó la tomadura de pelo que las farmacéuticas brindaron a la Comisión Europea en la administración de las vacunas contra el coronavirus, ha dicho (recoge agroinformacion.com) que esta cuestión «preocupa mucho en la ciudadanía europea” y que en 2023 habrá una propuesta legislativa.

Y el comisario de Agricultura, Janusz Wojciechowski, también se ha mostrado partidario de «usar todos los instrumentos de la UE» para «mejorar el bienestar animal» y brinda su apoyo a las organizaciones «para convertir estas ambiciones en legislación». Después, sin rubor, dijo: «Nosotros somos el faro en el contexto del bienestar animal e insistimos en que nuestros socios comerciales acepten las mismas normas o normas equivalentes», agregó.

“El faro en el contexto de bienestar animal somos nosotros, los ganaderos y eso de que nuestros socios comerciales (países exportadores terceros) van a aceptar las mismas normas no se lo cree ni él”, sostiene Aurelio Perez, que advierte de la brutal reconversión en bienestar animal que se plantea.

“Compassion In World Farm” es una organización británica que publica en su página web fotos de corderitos blancos retozando sobre prados verdes. Imágenes que a un público urbano e ingenuamente buenista le arrebatan dogmáticamente.

Porque “la semilla ecologista solo germina en los centros urbanos de países ricos. Los verdes son sobre todo importantes en países con una renta per cápita más elevada,” dice al periódico El País, Pascal Delwit, profesor de la Universidad de Bruselas.

Estos países además pueden permitirse todas las reconversiones en bienestar animal porque sus granjas poseen una holgura de rentabilidad impensable en los países del sur de Europa.

A UN SECTOR COMO EL CUNÍCOLA, ESTA RECONVERSIÓN CAERÍA SIN RED DE EXIGIRSE NUEVAS INVERSIONES EN BIENESTAR ANIMAL

Los ganaderos ven con enorme preocupación toda esta película que trascurre frente a sus narices sin que nadie les consulte. Muchos de ellos que salieron a trompicones de la anterior reconversión se plantarían su hubiera otra. En Castilla y León la ganadería intensiva mueve 1.500 millones de euros al año. Y si bien hay subsectores más resistentes, a los que una nueva inversión en equipos podría noquear pero no tumbar, otros, por ejemplo el cunícola, caería sin red de exigirse nuevas inversiones en esta brutal reconversión en bienestar animal. Según el sector, este cambio drástico en el sistema supondría un desastre. El sistema de cría en parques colectivos (sin jaulas) no favorece la sostenibilidad de las explotaciones. Puede generar agresividad, acelerar la difusión de las enfermedades, aumentar del uso de medicamentos, etcétera. Cambiar el modelo de cría es inviable para los productores que no podrían asumir los costes. La carne de conejo se quedaría como una carne tipo gourmet. Este sistema no permite producir carne de conejo en condiciones económicamente viables para los productores.

En general, el sector cárnico, asaeteado desde todos los frentes, atraviesa época de vacas flacas. Según Eurocarne, con datos nacionales, entre los años 2018 y 2019, los ganaderos de vacuno cayeron a 13.288 desde 14.128, los de ovino descendieron a 3.710 desde 4.113, los de caprino pasaron a 5.088 ganaderos cuando el año anterior había 5.655 y el subsector lácteo sufrió un desplome general de un 8,2% entre los citados años.

Por todo ello, este movimiento sangra más en España, porque los países que exportan estas ideas ecologistas y animalistas, “un viento del norte”, las llaman, son los ricos y cultos países del norte cuyas estructuras económicas boyantes pueden asumir los costes. Los países del sur europeo no pueden, como se ha visto en anteriores reconversiones.

Además, la retahíla de efectos perversos que pueden surgir como consecuencia de estas exigencias de los animalistas son de diferente plumaje. Los hay socioeconómicos. Las estrictas exigencias de los animalistas fomentan la ganadería industrial, la única que tiene recursos para afrontar las reconversiones, echan del mercado a los pequeños ganaderos, por tanto, vacían España, encarecen enormemente el precio de la carne al consumidor y multiplican el uso de antibióticos por la mayor facilidad de los animales para enfermar.

Por ejemplo, de 2012 a 2020 el número de granjas en España cae en 4.000 pero el censo medio por granja sube de 319 a 427 animales. Las granjas son más grandes, más industriales.

De momento, todo apunta a que habrá nueva reconversión. Y que, la ganadería, una vez más está amenaza: los animalistas han encontrado en ella un filón por la buena venta que tiene su evangelio en las sociedades urbanas. Tanto, que las propias empresas productoras están a favor de las nuevas reconversiones porque están poniendo sus ojos en los nuevos gustos de los consumidores. Sin ir más lejos, Macdonals ya vende carne vegetal en sus tiendas de Suecia.

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