Jose Manuel de las Heras Cabañas / Coordinador Estatal de Unión de Uniones
Pensar en ocupaciones de riesgo siempre ha sido acordarse de bomberos, policías o trapecistas de circo, por ejemplo. Trabajos, en definitiva, que coqueteaban en el día a día con el peligro. Pues bien, a lista de actividades que acongojan tendríamos que añadir la ganadería. Una labor que cada vez resulta más difícil de ejercer por los ataques que sufre desde múltiples frentes y que, como única trinchera para resguardarse, tiene la profesionalidad de los hombres y las mujeres que la llevamos a cabo.
Las acusaciones ecologistas de que el sector ganadero es culpable de los desastres ambientales y climáticos de nuestro tiempo, se han incorporado ya al ideario colectivo, no por ser justas – que no lo son -, sino por su reiteración. Los eructos de las vacas son, al parecer, mucho más contaminantes que los millones de coches, barcos y aviones que cada día circulan por nuestro mundo y los vertidos al aire y al agua de las macroindustrias.
Ahora, además, los ganaderos tenemos que ver de esquivar las arremetidas animalistas que nos colocan el sambenito de maltratadores y las de los veganistas que amenazan a los consumidores con imaginarios males por comer carne o beber leche.
Cuestionan lo que hacemos, cuestionan cómo lo hacemos y cuestionan lo que producimos. O sea, cuestionan como somos y como vivimos.
Es innegable que el cambio climático está aquí y que es vital preservar el entorno. Y los ganaderos, en la misma medida que todos, nos sentimos comprometidos con estas cuestiones, a costa incluso de nuestra economía familiar, usando lo que los gobiernos y la ciencia ponen a nuestra disposición.
Los productores, tanto agricultores como ganaderos, trabajamos siempre con la vista puesta en el medio ambiente. De hecho, gestionamos el territorio y nuestra actividad es esencial para la biodiversidad, para el mantenimiento del paisaje y para fijar población.
Sobre el bienestar animal y lo que se ve y lee por ahí ¿qué decir? Desaprensivos los hay en todos los colectivos. En el nuestro, abominamos de ellos los ganaderos que somos incontable mayoría y que nos desvivimos con nuestros animales, primero por vocación, y segundo porque de su bienestar dependen nuestros ingresos.
No se puede generalizar y más valdría que aquellos que lanzan acusaciones generalistas den la cara y se haga un debate abierto y no de tapadillo como se está haciendo ahora
Y la última moda – así me lo parece – es la chifladura de pensar que los sucedáneos de la carne o de la leche son mejores que los originales… la de pensar que la excrecencia orgánica que sale fabricada de una impresora 3D en un laboratorio mola más que la carne natural que los ganaderos hemos puesto en el mercado con todas las garantías sanitarias, de trazabilidad y de seguridad alimentaria que regulan nuestra producción.
De hecho, muchos laboratorios presentan a esta carne artificial con titulares tan elocuentes como apocalípticos del tipo “la carne que quiere salvar al mundo”.
No niego que le tengo pánico a estas modas si acaban derivando en que una administración pública – la de Castilla y León, nada menos – da su visto bueno a un libro de texto que adoctrinaba a niños de primaria con falacias contra la ganadería, o que se presente en horario de máxima audiencia la impresora 3D de turno que hace “carne” vegetal en el momento.
Y me da pánico, sobre todo, cuando quien promueve parte de estas cosas también tiene el suficiente dinero como para que el Real Madrid lo publicite en sus camisetas (por favor, que el sector ganadero y el Atlético de Madrid, se pongan de acuerdo, pero ya).
Me horripila, porque nuestros políticos olfatean estas cosas como los gorrinos las trufas y fascinados por lo que creen un sentir general acaban tomando decisiones que barren la ganadería y a los ganaderos hacia el rincón de lo prescindible. Y mientras, sin embargo, consideran que esta sociedad se encamina al apocalipsis si no cuenta con 200 o 300 lobos más, de esos que en las fotos con macro tienen unos preciosos ojos ambarinos, pero que entran en nuestras granjas como en un self-service por más medidas que tomemos.
Esto es lo que últimamente nos está esperando a los ganaderos cuando nos levantamos cada día a las 5 o las 6 de la mañana para echar de comer a los animales, para ordeñar o para coger el hato a pasar el día pateando rastrojos con el ruido de fondo de las esquilas. Todo para que, al final, el precio al que nos pagan ni compense lo que nos cuesta producir (ponga lo que ponga la Ley de la Cadena Alimentaria).
No es de extrañar que cientos, miles, de ganaderos haya tirado la toalla en estos años. Pero hay muchos otros que vamos a seguir viviendo esta vocación como nuestra profesión, llevando siempre a las mesas alimentos sanos, naturales y de calidad; asegurando los abastecimientos en épocas de crisis; generando empleo y fijando población en la España Vaciada y respetando a nuestros animales y los campos que pisamos y recorremos con ellos.
Abiertos a mejorar, claro que sí… a lo que no estamos dispuestos es a pedir perdón por existir y por hacer un trabajo digno y necesario.
mas especificamente, la ganaderia extensiva
pqe a ls macrogranjas ls tratan cn mucho mimo
aunque lo intenten disimular