La agricultura juega un papel clave ante la crisis climática dada su triple condición de víctima de sus consecuencias -que amenazan su futuro-, de ser responsable parcial por las emisiones y, al mismo tiempo, un actor fundamental para contrarrestarla por el «efecto sumidero» de los cultivos. Y todo en medio de guerra de cifras sobre su papel final que va desde el 23% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero que dice la ONU al 11,5% de estos gases según la UE .
El campo es protagonista en la jornada de este jueves 5 en la Cumbre del Clima que se celebra en Madrid (COP25) y monopoliza presentaciones, mesas redondas, debates y seminarios en los que se analiza su rol y en los que frente a las críticas que recibe, se defiende y destaca su apuesta por la innovación.
Pero los datos sobre su influencia en el medioambiente varían en función del organismo y el método estadístico.
guerra de cifras: Entre los datos de la ONu y los de la UE hay casi el doble de diferencia sobre el papel que juega la agricultura
En el caso del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC en sus siglas en inglés), el panel internacional que asesora a la ONU, estima que el sector primario -agrícola y ganadero- es responsable de cerca de un 23 % de las emisiones globales de gases de efecto invernadero.
Por encima, se sitúa el energético, con aproximadamente un 35 % de las emisiones, y debajo en el ranking el 18 % de la industria y el 14 % del transporte.
Por su parte, en esta guerra de cifras, según la Unión Europea (UE), por el contrario, los últimos datos oficiales de 2016 apuntan a la agricultura emite el 11,5 % de estos gases, con 511 millones de toneladas de CO2 equivalente, frente a los 1.280 millones de la energía, los 931 del transporte, los 849 de la industria y los 575 de la actividad residencial y comercial.
Las cifras reflejan grandes diferencias geográficas: el peso de la actividad agraria es sensiblemente mayor en países en vías de desarrollo, pero los expertos recuerdan que si se observan los datos a largo plazo es el llamado «mundo occidental» el mayor culpable de la situación actual.
El ingeniero agrónomo José Luis Gabriel Pérez, miembro del Instituto Nacional de Investigación y Tecnología Agraria y Alimentaria (INIA), considera en declaraciones a Efeagro que es «injusto» que se apunte al campo como foco de todos los males en materia de cambio climático.
«Es fácil demonizar al campo porque la mayoría de la población mundial vive en ciudades, es un blanco fácil (…) En el fondo, lo que son insostenibles son nuestros hábitos de consumo», ha dicho.
Su tesis es simple: Si el campo produce de forma intensiva -y por tanto genera más emisiones al marge de la guerra de cifras- es porque en el ámbito urbano se consume «de todo y de forma exagerada», y en esa lógica se enmarca el uso de fertilizantes o fitosanitarios para mejorar los rendimientos, por ejemplo.
se olvida en ocasiones la capacidad del sector para mitigar los efectos del cambio climático gracias al «efecto sumidero»
«Es verdad que los agricultores han sido lentos a la hora de asumir su parte de responsabilidad, pero no toda la culpa es suya como a veces se apunta. El impacto no es como en una fábrica donde ves el humo (…) Al final las emisiones por metro cuadrado de la actividad primaria no son muy altas, pero como ocupa mucha superficie sí tiene un efecto importante», ha detallado.
A su juicio, también se olvida en ocasiones la capacidad del sector para mitigar los efectos del cambio climático gracias al «efecto sumidero», por el que suelos y plantas fijan carbono y evitan que circule por la atmósfera.
«Hay potencial para aumentar ese efecto positivo, pero para ello hay que incrementar la materia orgánica en el suelo», afirma el investigador del INIA, quien propone a la recuperación de cultivos leñosos (olivos, vides o almendros) como parte de la solución.
La agricultura de conservación -centrada en hacer un uso más eficiente de los recursos naturales- es otra vía al alza, al igual que la de precisión, en la que se hace un uso intensivo de la tecnología.
«Con drones, imágenes por satélite o incluso midiendo en la planta, la tecnología nos permite ajustar el uso de fertilizantes y fitosanitarios a las zonas que realmente lo necesitan. Es una forma de poder reducir los consumos de agua o herbicidas», señala Gabriel Pérez.
Dentro de la actividad primaria, la ganadería es otro emisor de gases como consecuencia del estiércol y las flatulencias de los animales -que generan metano-, por lo que entre otras medidas se trabaja en el ámbito genético -con alteraciones en su ADN– y en su alimentación, ya que «hay dietas que provoca que contaminen menos».
Los investigadores también apuestan por un cambio en los hábitos de consumo que permita reducir el desperdicio: se calcula que hoy un tercio de los alimentos acaba en la basura, por lo que disminuir esta cantidad podría «aliviar» los sistemas de producción y que no fueran tan intensivos.
(Texto: Óscar Tomasi / Efeagro)