Jose Manuel de las Heras / Coordinador Estatal de Unión de Uniones
La PAC no puede ser el pañuelo de lágrimas de los agricultores y ganaderos. Ni siquiera puede representar la zanahoria, porque eso significaría que nosotros somos los burros.
El caso es que cada 16 de octubre toda la sociedad se vuelve a mirar con mejor detenimiento, agradecimiento y cariño los alimentos que comen (comemos) cada día. Es el Día Mundial de la Alimentación. Esta conmemoración ocupa el telediario, las redes sociales, algunos escaparates y todos se suben al carro de una alimentación, sana, saludable y sostenible.
Bueno, ¿sostenible para quién?
No es una casualidad que haya empezado esta tribuna hablando de la PAC, una PAC en debate de mejora o en debate de quedarse igual. Muchos se piensan que los productores sólo vivimos de ayudas. Hay quienes que de verdad lo piensan, mientras la industria y la gran distribución silban distraídamente mirando al cielo, haciéndose vilmente los longuis.
Los agricultores y ganaderos vivimos de la cadena alimentaria. Es donde está el quorum de nuestro negocio y es ahí donde queremos que, más pronto que tarde, el imaginario colectivo nos coloque, aunque sólo sea por una cuestión de matemáticas.
Las ayudas PAC representan sólo una pequeña parte de lo que percibe el agricultor. Si lo ponemos en cifras, y ya lo hemos hecho varias veces, la PAC representa 5.000 millones de euros al año, mientras que la cadena alimentaria representa 110.000 millones de euros (y 150.000 si se incluye lo que se exporta) . Es obvio dónde está el negocio.
Y en el momento en el que la industria y las grandes cadenas se ponen a hacer su gesto de disimulo y el Gobierno (da igual quién esté) anuncia a bombo y platillo que se está consumiendo más, en el fondo, el consumidor paga igual– en el mejor de los casos –o más por los mismos alimentos.
Quizá sea algo que al Ministerio no le apetezca contar, pero es interesante saber, precisamente en el Día Mundial de la Alimentación, que, según el informe de Tendencias en la Distribución de la consultora Kantar, el sector del gran consumo ha crecido un 0.9% entre enero y agosto. Pero el sector del gran consumo no son los consumidores ni los productores. De hecho, el volumen ha retrocedido un 1.5%. y el consumidor ha pagado un 2.4% más.
Ignorar esto por parte de la Administración es algo que resulta surrealista, a no ser que se esté dando una suerte de “lo esencial es invisible a los ojos”, que decía El Principito, si no, no hay explicación alguna.
En cualquier caso, esto constata lo que nosotros venimos reivindicando desde hace tiempo, que hay margen suficiente en la cadena alimentaria y que ciertos actores se están aprovechando de la paciencia de consumidores y productores.
La paciencia de los consumidores porque, hasta hace poco, no sabían siquiera lo que estaban comiendo ni de dónde venía y, en muchos productos siguen sin saberlo, y sólo pagan, sin entender bien por qué pagan más por unas cosas o por otras. Será la Dieta Mediterránea de la que tanto se habla sin ahondar en lo que es.
Y la paciencia de los productores, que en algunos sectores, no conseguimos siquiera cubrir los costes de producción por los ínfimos precios que marcan quienes disimulan que les interesa la salud y el bienestar de la sociedad.
En el Día Mundial de la Alimentación, desde Unión de Uniones, queremos insistir en una alimentación sana, nutritiva y sostenible, pero también justa, que se pueda pagar sin considerar alimentarse bien como un lujo, ni un sacrificio para quienes producimos lo que hay en nuestros platos.
Más allá de todo esto, los agricultores y ganaderos daríamos por bien empleados nuestros sacrificios, los recortes de presupuestos y ayudas, los acuerdos internacionales para traer más productos alimentarios importados con menores exigencias y el debilitamiento general de la protección a nuestra agricultura y ganadería, si eso sirviera para que las producciones de otros países se desarrollaran de manera sostenible y para que la alimentación llegara para todos, que estamos en el siglo XXI.
Sin embargo, a menudo vemos que son las grandes multinacionales, como denuncian diversas ONG a nivel mundial, las que adquieren cientos de miles de hectáreas para acabar explotándolas en forma de monocultivos que se colocan en el mercado, no como alimento para las poblaciones desfavorecidas y hambrientas, sino como commodities objeto de especulación que vuelven a ejercer presión a productores, iniciando, de nuevo, un círculo vicioso.